Era un día frío y ventoso del año 2011. El bote avanzaba lentamente por el fiordo de Praesto, en Dinamarca, cuando inesperadamente se volteó.
Los trece que iban en él cayeron al agua, entre gritos de desesperación y pánico.
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Fue entonces cuando empezó la pesadilla. El feliz paseo se convirtió en una tragedia que sus protagonistas nunca olvidarán.
“Estaba tan helado, tan frío, había hielo en el agua. Yo quedé debajo del bote; todos gritaban, era como irreal”, recuerda ocho años después Katrina, una de las alumnas víctimas del accidente.
En ese momento, el profesor dio una orden: tenían que nadar porque, de lo contrario, morirían. La orilla, sin embargo, estaba a cientos de metros de distancia y la temperatura del agua no superaba los 2 ºC.
Y así, siete de los trece niños no lograron salir, quedando sumergidos en el agua y sufriendo hipotermia. Uno de ellos fue Casper, a quien sus amigos intentaron animar para que nadara, pero fue imposible.
Su corazón, entonces, dejó de latir. Clínicamente, estaba muerto.
“Ok, ahora me voy a morir”
Katrina, al igual que otros de sus compañeros, comenzó a nadar desesperadamente a la orilla.
Cuando llegó, se encontró perdida en un bosque. El frío era tal, que no sentía su propio cuerpo.
“Fue realmente difícil porque no tenía fuerza en mis piernas y me caía. En ese momento, pensé: ‘ok, ahora voy a morir’”, recuerda.
Pero su destino cambiaría luego de que, a lo lejos, divisara a un hombre. “Gracias a Dios por eso... Cuando lo vi, me puse a gritar muy fuerte”, dice.
Inmediatamente se activó el rescate. El doctor Steen Barnung llegó hasta el lugar en un helicóptero.
“Aterrizamos y un hombre llegó corriendo hacia nosotros. Repetía las mismas palabras: ‘Están todos muertos, están todos muertos’”, recuerda.
Y, en efecto, había siete niños técnicamente muertos desde hacía dos horas.
¿Cómo los resucitaron?
Cuando los trasladaron al hospital Rigshospitalet, en la ciudad de Copenhagen, los atendió el doctor Michael Jaeger.
“Estaban fríos como el hielo (...). Y sabemos que, cuando llegan personas tan frías como ellos, podemos resucitarlas”, recuerda el médico.
“Ellos estaban muertos pero no realmente muertos. Todavía teníamos una opción”, agrega.
La extrema hipotermia que paró el corazón de los niños, también disminuyó el ritmo de su metabolismo. Esto hizo que sus órganos pudieran empezar a trabajar de nuevo cuando aumentó la temperatura de su cuerpo.
Y así, comenzó el objetivo de calentar la sangre de los menores un grado por cada 10 minutos. Seis horas después del accidente, el corazón de los niños volvió a latir.
El foco principal, ahora, era el cerebro. La gran pregunta era si los pacientes quedarían con daños cerebrales pues, sin oxígeno, dos millones de células mueren cada minuto.
Pero, a medida en que se fueron despertando, los niños no mostraron secuelas importantes.
Sus familiares, entonces, comenzaron a saltar y gritar de felicidad. “Pude ver una sonrisa y supe que él me reconoció. Estaba tan feliz”, relata un cercano a Casper.
“No pudimos ver anormalidades en los escaneos. Y eso es increíble. Este es el mayor número de víctimas de accidentes por hipotermia que han sido resucitados, todos de una vez y con un porcentaje del 100% de supervivencia”, afirma el doctor Jaeger.
Ocho años después, la vida de los sobrevivientes ha cambiado.
“Cuando has estado a punto de morir, es diferente”, dice Katrine.
“Mentalmente, a veces sufro algunos colapsos (...). He aprendido qué es lo importante y qué no es importante. He aprendido a diferenciar las cosas por las que vale la pena luchar. Estoy muy feliz de estar viva”, concluye la joven.