Un día como hoy, hace exactamente 48 años, un hombre llamado Jan-Erik Olsson ingresaba al Kreditbanken de Estocolmo, capital de Suecia, con la intención de robar la bóveda principal. Lo que sucedería durante ese atraco, sin embargo, terminaría dando nombre a uno de los fenómenos psicológicos más intrigantes y discutidos de la actualidad.
El robo de Olsson se vio frustrado a los pocos minutos gracias a la rápida respuesta de la policía. Acorralado, el hombre de 32 años decidió tomar por rehenes a cuatro trabajadores del banco y procedió a dar sus exigencias a las autoridades.
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Dinero, un Ford Mustang azul con el tanque lleno y la liberación de Clark Olofsson, un temido delincuente que a sus 26 años ya contaba con antecedentes por robos a bancos, el asesinato de un policía y dos escapes de prisión.
Increíblemente, las autoridades accedieron.
“Me voy a llevar a dos rehenes para que no me sigan”, planteó Olsson. Esta última petición fue rechazada.
Nuevamente contra las cuerdas, Olsson, y Olofsson- quien había sido llevado hasta la oficina bancaria- tomaron otra decisión. Gunnel Birgitta Lundbald, Kristin Enmark, Elisabeth Oldgren y Sven Safstrom, los cuatro trabajadores retenidos, fueron llevados a la bóveda.
Un astuto agente que había logrado colarse en el banco aprovechó la situación y cerró la puerta reforzada de la cámara, dejando al interior a Olsson y Olofsson con los rehenes.
La suerte parecía echada, pero lo increíble estaría a punto de ocurrir.
Escena impactante
Una bomba atada al pie, sogas alrededor del cuello y amenazas de disparos en las piernas para probar a la policía que no estaban jugando fueron algunas de las situaciones que se vivieron al interior de esa bóveda.
En total, los captores y los rehenes pasaron seis días confinados hasta que la policía tomó el control de la situación.
En ese mismo tiempo, además, una rehén se comunicó con la policía para decirles que no estaba asustada de Olsson y que estaba dispuesta a acompañarlo para cumplir el requisito impuesto para su huida. Otra rehén, Kristin Enmark, incluso llamó al entonces primer ministro Olof Palme para asegurarle que le temía más a la policía que a sus captores.
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Cuando la bóveda fue abierta, además, ambos secuestradores salieron, se detuvieron en la puerta, se despidieron de las tres mujeres con un beso en la mejilla y al hombre le estrecharon fuertemente la mano.
¿Qué había pasado? El debate, incluso cinco décadas más tarde sigue abierto. La única certeza es que el fenómeno recibió el nombre del Síndrome de Estocolmo.
Del lado del captor
Según un artículo de la BBC, por los años 40 Ana Freud, hija de Sigmund Freud, ya hablaba de cómo los niños que habían sido víctimas de violencia simpatizaban con sus agresores como parte de un mecanismo de defensa.
Enmark, en una entrevista con el mismo medio británico, confesó haber estado aterrorizada y casi paralizada durante el secuestro.
“El síndrome de Estocolmo es un vínculo interpersonal cognitivo y afectivo hacia las personas que tienen el control de una situación. Por eso se da en situaciones de secuestro. La víctima desarrolla sentimientos hacia quien lo controla. También se da en ámbitos carcelarios, hospitalarios y hasta se habla del síndrome en las relaciones familiares, aunque este último es cuestionado”, explica a El Comercio el psicólogo social y docente de la carrera de Psicología de la UPC Jose Luis Cabrera.
“Pero, ojo, no es un fenómeno que se tenga que generalizar. No en todas las situaciones de dominio y control se desarrolla dicho comportamiento”, aclara.
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Según datos del FBI, tan solo el 27% de las víctimas de los 4.700 secuestros que habían registrado hasta el año 2007 habían presentado el síndrome de Estocolmo.
“Los estudios nos dicen que existen ciertas condiciones. Primero, víctima y victimario deben haber pasado un tiempo significativo, no se daría en un día. Dos, el tiempo implica un contacto prolongado entre ambos lados. Y tres, el secuestrador suele tener un trato amable con la víctima. Se me ocurre, por ejemplo, el caso de La Casa de Papel. Generacionalmente es una buena referencia porque se ve al menos un caso de Estocolmo. En dicha serie se ve que unos secuestradores asumen un trato más amable y ahí se genera el vínculo”, detalla Cabrera.
Cabe resaltar que ni el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, ni la Clasificación Internacional de Enfermedades reconocen al síndrome de Estocolmo. Por ello, diversos especialistas prefieren calificarlo como parte de los efectos postraumáticos.
Sin embargo, la peculiaridad del caso -y de muchos otros similares que sucedieron en las décadas siguientes- ha llevado a que otro sector igualmente amplio de especialistas reconozca este fenómeno.
Pero, ¿existe alguna forma de determinar quién podría desarrollar el síndrome de Estocolmo en una situación extrema como un secuestro?
“Un concepto en psicología llamado transferencia consiste en la proyección que hace una persona en otra. Por ejemplo, en la terapia el paciente se abre con su terapeuta, le cuenta sus cosas y se genera una situación de vulnerabilidad. Obviamente confiamos en el profesional, pero muchas veces el paciente proyecta en su terapeuta algunas emociones. Se enamora del psicólogo o del profesor en el aula. En principio todas las personas, en un contexto determinado, podríamos desarrollar este síndrome. Sin embargo, las personas emocionalmente más inestable suelen proyectar más fácilmente; los que son más estables saben manejarlo mejor”, explica Cabrera.
El efecto Lima
El especialista, además, aclara a este Diario que es importante resaltar que incluso en quienes parecen haber desarrollado el síndrome de Estocolmo se podría producir dos situaciones totalmente diferentes.
“La identificación con el victimario tiene dos tipos: la inconsciente y la consciente. En la primera, la víctima tiene sentimientos positivos hacia su victimario y termina ayudándolo muchas veces. Pero en otros casos termina siendo una estrategia, por conveniencia te llevas bien con tu secuestrador y le haces creer que estás de su lado”, apunta.
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En ese sentido, Cabrera explica que la manipulación del secuestrador por parte de la víctima responde a una necesidad humana de tener el control de la mayoría de situaciones que afectan a su vida.
Además, recuerda una caso famoso que grafica esta particularidad y que tuvo lugar en nuestro país.
“El famoso psiquiatra Mariano Querol fue secuestrado en 1992 por un grupo de delincuentes que necesitaban dinero y buscaban una recompensa a cambio de su libertad. Recuerdo mucho que él empezó a usar sus conocimientos y aplicó una suerte de Estocolmo al revés: hizo que sus victimarios se identificaran con él. Lo logró y a dicho experimento se lo denominó Efecto Lima. Luego, recuerdo el caso de la toma de la residencia del embajador de Japón. El pedido de autógrafo del expresidente Sagasti a Néstor Cerpa podría ser explicado desde este punto. Siendo un hombre tan inteligente habría usado dicha estrategia para influir en sus captores”, señala.
Los especialistas señalan que, en el caso del desarrollo del síndrome en sus variante inconsciente, el efecto desaparece tiempo después del episodio que provocó el trauma. El tiempo, sin embargo, podría variar desde días hasta años.
“El trabajo en esos casos -y aclarando que no soy un especialista en psicoterapia sino en psicología social- empieza por objetivar la violencia. Que la víctima sea consciente de lo que está pasando y deje de naturalizar la situación”, finaliza Cabrera.
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