Las guerras tienen un alto costo, que pagan los países que las empiezan, los soldados que las pelean y los civiles que las sufren. Se gana y se pierde territorios, y a veces se los recupera y se los vuelve a perder. Otras pérdidas son permanentes. Las vidas que ya no vuelven. Y los miembros.
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Abundan en Ucrania las historias de personas que sufren amputaciones y deben aceptar una nueva realidad personal. Para algunos, la pérdida de una parte de su cuerpo equivale a la muerte. Y aceptar esa pérdida es como renacer.
Para los soldados heridos mientras defendían su país, la fe en su causa los ayuda en el plano psicológico. Entre los civiles, quedar mutilado mientras hacían su vida en medio de un conflicto horroroso plantea una lucha a menudo más dura todavía.
Para los hombres, mujeres y niños que perdieron algún miembro en la guerra de Ucrania, que está en su tercer mes, el proceso recién empieza.
Olena
La explosión que se llevó la pierna izquierda de Olena Viter también mató a su hijo Ivan, un chico de 14 años con mucho potencial como músico. Su esposo Volodymyr lo enterró en el jardín de la casa, debajo de un mundillo, junto con otro niño muerto en la misma explosión. En medio de los combates, no pudieron enterrarlo en un cementerio.
“¿Qué hago para vivir sin él? Estará siempre en mi corazón, lo mismo que el fragmento que lo mató”, dijo la madre.
Cuando está sola, Olena llora.
El 14 de marzo llovieron bombas en Rozvazhiv, la localidad cercana a Kiev donde vive Olena. Ivan y otras cuatro personas fallecieron. Una veintena, incluida Olena, resultaron heridas.
Al principio, “me pregunté por qué Dios me permitió vivir”, expresó Olena, de 45 años, con voz quebrada.
Cuando se enteró de que Ivan había fallecido, le pidió a un vecino que buscase su rifle y le pegase un tiro. Volodymyr le dijo que no podría vivir sin ella.
Ahora soporta el dolor de la pérdida de su hijo y el sufrimiento asociado con la pérdida de su pierna, de la rodilla para abajo.
“Todos los días surge un nuevo dolor”, dijo Olena. “Me pregunto cuáles surgirán en el futuro”.
Todavía no aceptó lo sucedido.
“Por ahora no acepto ser quién soy hoy”, expresó. “Me gustaba bailar. Hacer deportes. Ahora no sé qué haré. Tengo que aprender cosas nuevas”.
Olena especula que tal vez sobrevivió por alguna razón, para ayudar a los demás, hacer de voluntaria o hacer donaciones a una escuela de música como homenaje a Ivan.
“En estos momentos no sé qué quiero hacer. Tengo que seguir buscando. Tengo que aprender a vivir. No sé cómo”.
Yana y Natasha
El 8 de abril, un día despejado, Yana Stepanenko, de 11 años, fue a Kramatorsk, al este de Ucrania, junto con su madre, Natasha, y su hermano mellizo, Yarik, para montarse en un tren para evacuados. Yarik se quedó en la estación, con las maletas, mientras su madre y su hermana iban a comprar té. De repente cayó un misil. El mundo se ennegreció y se produjo un silencio.
Natasha cayó al piso y no se podía parar. Vio que los leggins de su pequeña hija colgaban donde debían estar los pies. Había sangre por todos lados.
“Mami, me estoy muriendo”, dijo Yana, llorando.
Madre e hija sufrieron heridas graves. Yana perdió parte de las dos piernas, mientras que Natasha perdió la pierna izquierda, de la rodilla para abajo.
Yarik resultó ileso.
El padre de los mellizos falleció de un cáncer hace varios años y el padrastro está peleando en el frente. Por ello Yarik debe cuidar ahora de su madre y su hermana. Se pasea por los pasillos del hospital, empujando sillas de ruedas y llevando comida.
A Natasha le cuesta asimilar lo sucedido.
“A veces siento que no nos pasó a nosotros”, dijo entre lágrimas.
Sufre por su hija. “No puedo ayudarla como madre, no puedo levantarla, ayudarla a moverse”, se lamentó. “Solo puedo apoyarla de palabra, desde mi cama”.
Yana está ansiosa por levantarse y reanudar su vida. Extraña su casa y sus amigas, y no ve la hora de que le coloquen una prótesis.
“Quiero volver a correr”, expresó.
Sasha
Alexander Horokhivskyi, conocido como Sasha, está adolorido y enojado. Hace gestos de dolor al masajearse el muñón de su muslo izquierdo, a la altura de donde le amputaron la pierna el 4 de abril, casi dos semanas después de resultar herido.
Recibió un balazo en los gemelos disparado por un soldado ucraniano que lo confundió con un espía porque tomaba fotos de edificios bombardeados cerca de su casa en Bobrovytsya, ciudad de la región de Cherníhiv, tras salir de un refugio antibombas.
Fue interrogado durante 90 minutos por la policía antes de ser llevado a un hospital desbordado de pacientes. Días después fue trasladado a un hospital de la capital, Kiev, donde los médicos dijeron que había que amputarle la pierna izquierda para salvarle la vida.
Sasha, de 38 años y ávido tenista, se enteró de la amputación después de la intervención.
“¿Cómo se atreven a hacer esto sin mi consentimiento?”, se quejó. Entre las medicinas y el dolor, no recuerda mucho. “Maldije bastante”, admitió.
Su experiencia fue dolorosa, tanto en el plano físico como en el psicológico. Teme no poder volver a hacer deportes o viajar. La injusticia de todo lo abruma.
“Traté de comprender cómo fue que pasó esto. Especialmente en la primera semana. No podía pensar en otra cosa”. Hubiera sido distinto si hubiera sufrido heridas combatiendo. Pero resultar herido así es muy duro”.
Ha hablado con un psicólogo y mejorado un poco. “No tiene sentido seguir pensando en lo mismo” que al principio, declaró. “Porque no puedes cambiar nada”.
Nastia
No había luz ni agua desde hacía dos o tres días en el sótano de Cherníhiv donde Nastia Kuzik, sus padres, un hermano y otras 120 personas buscaron refugio. Cansada de la oscuridad, decidió salir e ir a la casa de su hermano, que vivía en la zona, por un rato.
Al regresar al refugio antibombas, la joven de 21 años estuchó un ruido alarmante. Salió corriendo. Estaba a pocos metros de la entrada al refugio cuando una explosión la tiró al piso.
Perdía el conocimiento de a ratos. Cuando abría los ojos, veía a su hermano, que le decía que todo estaba bien. Pero ya nada sería lo mismo.
Los médicos hicieron lo que pudieron por salvarle la pierna, sin conseguirlo. Tuvieron que amputarle parte de la pierna derecha, de la rodilla para abajo. La otra también sufrió fracturas.
Ahora se somete a una dolorosa terapia de rehabilitación y trata de acostumbrarse a la nueva realidad.
“Lo acepto”, declaró.
Su actitud positiva, no obstante, la abandona por momentos y deja caer algunas lágrimas.
“Nunca pensé que me podía pasar esto. Pero ahora que sucedió, ¿qué puedo hacer?”.
Trata de ser optimista. Habla alemán y les enseña el idioma a unos niños. Siempre quiso estudiar en Alemania. A principios de mayo, fue evacuada y llevada a un centro de rehabilitación de Lepzig.
No es la forma en que hubiera querido cumplir su sueño, pero afirma que va a tratar de sacarle el mayor provecho a la situación.
Anton
Lidiya Gladun perdió contacto con Anton, un médico del ejército, de 22 años, enviado al frente de combate en la región oriental de Ucrania, durante tres semanas. Hasta que alguien le hizo llegar un post en Facebook de una enfermera de un hospital de Járkiv. Anton Galdun estaba en el hospital. ¿Alguien sabía algo de él?
Lidiya contactó a la enfermera, que no le dio muchos detalles sobre el estado de Anton. Cuando él estuvo lo suficientemente recuperado, llamó a su madre. Le pidió que le llevase algunas ropas al hospital.
“Pedía chancletas. Hasta que un día dijo que ya no las necesitaba”.
Anton cree que fue herido por una bomba racimo que alcanzó a su unidad cuando emprendían una retirada el 27 de marzo. Perdió ambas piernas y su brazo izquierdo. El derecho sufrió heridas.
Estuvo en coma varios días. Cuando recuperó el conocimiento, “sonreí. Creí que todo estaba bien”, según relató. “Que lo más importante era que estaba vivo”.
Pero de noche tenía pesadillas y alucinaciones muy feas. Lo visitó un psicólogo voluntario. Con su ayuda, desaparecieron las alucinaciones. Y ya no sufre pesadillas. De hecho, no sueña con nada.
No ve la hora de recibir las prótesis y de empezar a caminar de nuevo. Supone que su carrera militar se acabó, pero quiere estudiar informática.
Lo que lo ayuda, afirma, es su “convicción de que, si me pongo triste y lloro por lo sucedido, será peor”.
- El fotoperiodista Emilio Morenatti perdió su pierna izquierda cuando cubría el conflicto en Afganistán en el 2009. “Cuando te amputan parte de tu cuerpo, pasas a integrar la comunidad de discapacitados e inevitablemente surge una camaradería”, dijo Morenatti. “Mi necesidad de acceder a este grupo puede más que cualquier impedimento: Me fascina comparar experiencias, de amputado a amputado. Por eso ya no me interesa cubrir la guerra en el frente de combates, sino más bien detrás, donde lo único que queda es el testimonio visceral de la crueldad asociada con esta maldita guerra”.
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