Grace O’Malley había dado a luz unas horas antes, pero al salir a la cubierta, la intrépida reina pirata supo que no tenía tiempo para descansar.
Una banda de otros piratas había atacado y abordado su barco, y ella tuvo que liderar a su tripulación contra ellos y proteger a su hijo recién nacido.
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O’Malley agarró su espada y reunió a sus hombres para un contraataque. Cuando terminó la pelea, había capturado al otro barco pirata.
Cuando Sir Henry Sidney, Lord Diputado de Irlanda, conoció a O’Malley en 1577, registró una descripción fascinante: “Una capitana de mar femenina muy famosa (...) por la fortaleza de su coraje (...) al mando de tres galeras y 200 combatientes (...) la mujer más célebre de todas las costas de Irlanda”.
Efectivamente, Gráinne Ni Mháille, anglicanizada con Grace O’Malley, dirigió su propia flota con cientos de hombres, pasó casi toda su vida en el mar y se encontró cara a cara con una de las monarcas más poderosas de la época, una mujer a la que consideraba un igual. Pero...
¿Quién fue Grace O’Malley?
Nacida alrededor de 1530 en el condado de Mayo, en el oeste de Irlanda, O’Malley era la única hija del jefe de clan Dudara O’Malley del reino de Umhall.
Según el sistema legal de Irlanda, conocido como Ley Brehon, los títulos no se transmitían por progenitura sino que los jefes eran elegidos. Los más poderosos le ofrecían protección a los clanes más pequeños a cambio de servicio y lealtad.
Las mujeres, aunque lejos de ser tratadas como iguales a los hombres, podían heredar, poseer tierras y hasta divorciarse de sus maridos. Sin embargo, no podían ser jefes.
O’Malley fue la excepción a esta última regla; una mujer, según la biógrafa de Grace O’Malley, Anne Chambers, “rompió el molde”.
Los O’Malley eran una familia marinera, que navegaba los océanos para comerciar, cobraba impuestos por pescar en sus aguas, ocasionalmente saqueaba y controlaba castillos costeros para proteger sus tierras en el oeste de Irlanda.
O’Malley creció en Belclare Castle y Clare Island, y recibió una educación tan formal que podía hablar latín con tanta fluidez como su irlandés nativo.
Pero también creció en el mar y estaba decidida a seguir los pasos de su familia. Cuando le dijeron que no podía ir con su padre en una expedición porque su largo cabello se enredaría en las cuerdas del barco, se lo cortó y lo obligó a llevarla con él.
A los 15, O’Malley se casó con Donal O’Flaherty, el heredero de un jefe vecino. Con él, tuvo dos hijos, Owen y Murrough, y una hija, Margaret, y aprendió más sobre marinería y piratería.
Cuando Donal fue asesinado por miembros de un clan rival, en 1560, O’Malley se hizo cargo de las tierras y barcos de su difunto esposo. Y cuando el clan de los Joyce, probablemente responsable de la muerte de Donal, pensó que podría capturar su castillo fácilmente, lo defendió férreamente.
Luego regresó a las tierras de su padre y con las de los hombres de Donal que permanecieron leales a ella, hizo de Clare Island su fortaleza. Comenzando con tres galeras, se embarcó en una carrera de piratería en alta mar.
Fue así como nació la leyenda de la reina pirata, explica Chambers: “Al enfrentar el peligro y las dificultades en tierra y especialmente en el mar, la habilidad marítima de O’Malley le dio a su papel de líder un doble filo.
“Se requería una inmensa habilidad y coraje para surcar el peligroso Océano Atlántico y soportar las dificultades físicas de la vida en el mar. Es su liderazgo en el mar lo que distingue a Grace O’Malley de cualquier otra líder femenina documentada en la historia”.
Una reina pirata feroz
O’Malley era una líder intrépida y también una guerrera vengativa, que no dejaba que ningún ataque en su quedara impune.
Cuando Hugh de Lacy, el hombre al que tomó como amante después de rescatarlo de un naufragio en 1565, fue asesinado por el clan MacMahon del castillo Doona, O’Malley esperó a que todos los involucrados llegaran a una isla cercana y los mató. Con su sed de venganza sin saciar, capturó el castillo del clan.
En 1566, O’Malley se volvió a casar, esta vez con Richard ‘el Hierro’ Bourke, miembro de la poderosa familia MacWilliam y dueño del estratégicamente ubicado castillo Rockfleet, un factor atractivo para la astuta reina pirata.
Eran una pareja política perfecta y el suyo era un matrimonio de prueba, que eran comunes en Irlanda en esa época y permitían que cualquiera de las partes se retirara después de un año.
Transcurridos los 12 meses, O’Malley dejó a su esposo fuera del castillo y exigió el divorcio con las palabras: “Te despido”. A pesar de eso, la pareja se reconciliaría y permanecería junta durante casi 20 años.
Fue al hijo de Bourke, llamado Tibbott, al que O’Malley parió en 1567 a bordo de uno de sus barcos mientras los piratas de Berbería se acercaban.
Tal era su liderazgo que el capitán le suplicó que fuera a cubierta para envalentonar a sus hombres pocas horas después del nacimiento. Envolvió a su hijo en una manta, y con algo de dolor, rugió órdenes y le disparó a sus enemigos, antes de regresar a atenderlo.
En 1580, y con la ayuda de su esposa, Bourke se convirtió en el heredero de la jefatura de MacWilliam.
Casi al mismo tiempo, los ingleses intensificaron su conquista de Irlanda. El Lord Diputado de Irlanda de Isabel I, Sir Henry Sidney, dividió el condado de Mayo en baronías y exigió que los jefes se sometieran a la ley inglesa y aceptaran la llegada de alguaciles a sus tierras.
MacWilliam estuvo de acuerdo, pero O’Malley sabía lo que esto significaba para su esposo. Según la ley inglesa, el heredero ahora sería el pariente varón mayor en lugar de Bourke.
Para ganarse a Sidney, O’Malley le ofreció los servicios de su flota, gesto con el que se ganó al gobernante inglés quien le concedió a Rockfleet cierto grado de autonomía.
Haciendo nuevos enemigos
O’Malley volvió a la vida en alta mar, pero un intento fallido de saquear al conde de Desmond en Munster terminó en su captura y encarcelamiento. Desmond, que estaba bajo sospecha de ser parte de un complot contra la reina Isabel I, entregó O’Malley a los ingleses para ganarse su favor.
Estuvo retenida en las mazmorras del Castillo de Dublín hasta principios de 1579 cuando aseguró su liberación; los detalles de cómo lo logró siguen siendo un misterio. O’Malley respondió atacando barcos ingleses y derrotando al ejército enviado para sitiar su castillo.
Cuando el jefe de MacWilliam murió en 1580, Bourke y O’Malley se rebelaron para ejercer el derecho que les habían arrebataron y con un gran ejército, que incluyó mercenarios escoceses de élite llamados Gallowglass, forzaron un trato que le otorgó a Bourke el título.
O’Malley, considerada por muchos como el verdadero poder detrás de su esposo, se convirtió en Lady Bourke y siguió siendo una mujer temible.
Pero su posición no duraría mucho; su esposo murió en 1583.
Al verse viuda de nuevo, tomó lo que le debían de la propiedad de su esposo y uno de sus castillos en lugar de su dote, y se estableció con su ejército y barcos en Rockfleet.
Su capacidad para liderar y imponer respeto era evidente en la cantidad de hombres que la seguían.
“Cuando la ley gaélica la rechazó como jefa, O’Malley ignoró los obstáculos políticos y sociales que se interpusieron en su camino”, dice Chambers.
“Tal fue su influencia y poder que se convirtió en una matriarca aceptada, no solo por sus seguidores, sino también por los de clanes vecinos, cuyos jefes habían muerto o abandonado sus obligaciones de protegerlos”.
Los ingleses, sin embargo, deseaban poner a O’Malley en su lugar.
Sir Richard Bingham, que fue nombrado gobernador de Connaught en 1584, se convirtió en su enemigo de por vida, afirmando que ella era la “niñera de todas las rebeliones en la provincia durante estos cuarenta años”.
En 1586, el hijo mayor de O’Malley, Owen, fue asesinado por el hermano de Bingham; cuando O’Malley, con el corazón roto, lideró una fuerza contra Bingham, fue timada y capturada.
A los 56 años fue condenada a muerte, pero su yerno, Richard, logró persuadir a los ingleses de que él no formaba parte de ninguna rebelión y mantendría a O’Malley bajo su custodia.
Una cita real
En realidad, una vez liberados, ambos se reincorporaron a los rebeldes.
En 1587, O’Malley aprovechó una ausencia de Bingham para visitar a su rival, el nuevo Lord Diputado de Dublín, Sir John Perrot, quien la perdonó por todas sus ofensas pasadas, así como las de sus hijos. La línea oficial ahora era que O’Malley se retiraría para vivir una vida tranquila y dejar de saquear en el mar.
Eso estaba lejos de la realidad.
En el verano de 1588, Bingham regresó a Irlanda en medio de temores de que la Armada española encontrara partidarios irlandeses. Las escaramuzas entre sus fuerzas y las de O’Malley continuaron por años hasta que él destruyó parte de su flota de galeras a principios de la década de 1590.
Sin admitir la derrota, O’Malley pasó por alto a Bingham y apeló directamente a su jefe.
La primera de sus muchas cartas a Isabel I muestra una mente tan maquiavélica y sofisticada como la de la reina misma y su corte.
En ella, O’Malley expone su versión de los hechos que “la obligaron a tomar las armas”, culpando directamente a Bingham.
En represalia, Bingham capturó a su hijo, Theobold, y lo acusó de traición, un crimen que se castigaba con la muerte. Para salvar la vida de su hijo, O’Malley fue a la corte real y, con la ayuda de su amigo, el influyente conde de Ormond, logró obtener una audiencia con Isabel en Greenwich en julio de 1593.
El encuentro es legendario. Lejos de mostrarse intimidada, O’Malley se presentó desafiante y decidida ante quien consideraba como otra reina, tal como ella. Estaba claro que no era una mujer corriente. Como Isabel no hablaba irlandés, recurrieron a un idioma que ambas conocían.
“La tradición sostiene que Elizabeth y O’Malley conversaban en latín, sin embargo, tanto por su correspondencia como por los informes de quienes entraron en contacto con ella, es obvio que O’Malley entendía y hablaba inglés”, explica Chambers.
Espíritus afines
La reina, asombrada ante una compañera líder en un mundo dominado por hombres, se compadeció de O’Malley y le permitió regresar al ‘mantenimiento por tierra y mar’, una forma autorizada de piratería que le permitiría recuperar sus pérdidas. Además, solicitó la liberación de Theobold.
Tal fue la impresión que le causó a Isabel I que cuando se trazó un nuevo mapa de Irlanda, O’Malley fue nombrada jefe del condado de Mayo.
O’Malley continuó liderando a sus hombres en el mar hasta bien entrados sus 60 años, pero un nuevo siglo trajo un gran cambio. La batalla de Kinsale en 1602 puso fin a la rebelión y dejó que Irlanda cayera en manos inglesas, y el estilo de vida gaélico que O’Malley y sus antepasados habían vivido se derrumbó.
En 1603, O’Malley murió en Rockfleet, el mismo año que la reina Isabel I.
Su historia se empezó a perder pero su legado sobrevivió gracias a cuentos y canciones populares de Irlanda.
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