Con cantos, gritos y llantos, miles de mujeres celebran desde la madrugada de este miércoles la legalización del aborto en Argentina. La aprobación de la ley es un hito para el movimiento feminista y un logro para la “marea verde” nutrida por jóvenes y colectivos que respaldaron la propuesta desde las redes sociales y en las calles de todo el país.
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La ley que legaliza el aborto -aprobada en el Senado por 38 votos a favor, 29 en contra y una abstención- habilita el derecho a interrumpir el embarazo hasta la semana 14 de gestación.
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Quienes celebran destacan, principalmente, que la aprobación de la ley permitirá acabar con los abortos clandestinos, que han causado más de 3.000 muertes en Argentina desde 1983. Según cifras oficiales, cada año cerca de 38.000 mujeres son hospitalizadas por procedimientos mal realizados.
El Comercio conversó al respecto con la periodista y escritora argentina Soledad Vallejos, que ha cubierto el tema desde antes de la votación del 2018, cuando la ley del aborto fue rechazada en el Senado. “La legalización habla de la persistencia de un debate, de una construcción cultural colectiva que parte claramente de la sociedad civil y que la dirigencia política tuvo que asumir”, nos dice la reportera de Página 12, quien también fue una de las organizadora del movimiento Ni Una Menos, en el 2015.
-¿Qué cambió en Argentina desde la votación del 2018?
Por un lado, en lo más concreto, cambió la integración del Senado. Hubo renovación en algunas bancadas y, aunque no fueron muchos los casos, varios de los nuevos integrantes fueron personas que apoyaban la legalización.
Pero también hay una cuestión de sociedad, de debate público. Después del 2018, en que por primera vez el debate por la legalización del aborto llegó al recinto (Cámara de Diputados y Senado), se abrió una olla que no se pudo volver a tapar. Se pudo empezar a hablar públicamente de algo que durante años había estado en la sombra. Se habló públicamente, de la manera más literal posible, en los medios, en los espacios político-partidarios, pero también en las casas, en las escuelas, con la familia y los amigos.
Sucedió de una manera irrefrenable la conversación pública que despertó el movimiento Ni Una Menos en el 2015. Una cosa que notamos desde ese entonces fue que empezamos hablando de feminicidios, pero al tirar del hilo vimos que finalmente son un montón de cosas: la violencia contra la mujer, la educación sexual reproductiva, el acoso callejero, la desigualdad económica. Todo eso nos atraviesa a las mujeres, a las personas que tienen identidad femenina. Yo creo que con el aborto pasó lo mismo desde el 2018 a esta parte. Y no se pudo volver a callar.
-¿Qué dice este hito de la Argentina de hoy?
Creo que dice, ante todo, que Argentina es un país muy extraño. En el 2010 el Congreso aprobó la ley de matrimonio igualitario, 10 años después aprueba la legalización el aborto. En los países que tienen ambas leyes la situación suele ser al revés, la del aborto suele ser sancionada muchísimos años antes que la del matrimonio igualitario. Lo mismo pasó con la ley de identidad de género, que es del 2012.
Pero me parece que también habla de la persistencia de un debate, de una construcción cultural colectiva que parte claramente de la sociedad civil y que la dirigencia política tuvo que asumir. En el 2018 un senador que ahora no tiene cargo, Miguel Angel Pichetto, dio un discurso que podía ser leído ayer y era completamente aplicable a este año. Él decía que aunque la ley no se hubiera aprobado ese día, algún día lo sería y quien no lo quisiera reconocer se quedaría fuera de la política porque hay una juventud con nuevos reclamos y la política se tiene que adaptar a eso.
-Más allá del resultado se vio un debate bastante álgido y por ratos radicalizado. ¿Qué reflejó la jornada del martes en el Senado sobre la sociedad argentina?
Antes de que la ley llegara a recinto se trataba en un plenario de comisiones en cada uno de los cuerpos [Cámara de Diputados y Senado] y ese plenario escuchó las exposiciones de especialistas. Las que hubo en la Cámara de Diputados fueron en su mayoría de gente que hablaba con información, con argumentos, con datos, pero no pasó lo mismo en el Senado. Este año permitió que hablara, por ejemplo, un pastor que se presentó como especialista en neurociencias y que dijo una serie de cosas anticientíficas. Eso pasó en el Senado, no en la Cámara de Diputados, entonces tenemos una conformación diferente.
Me parece que parte del debate en ambas cámaras y también a nivel social mostró que hay un sector que está cada vez más radicalizado en una postura neoconservadora, antiagenda feminista, antiperspectiva de género, antiderechos de minorías, que se había armado con la articulación de diversos sectores.
En el 2018 eso se perfeccionó y se unieron los sectores que representan al catolicismo más tradicional. Lo que tienen ellos son los resortes del poder tradicional y se asociaron desde el 2018 de manera clara, y esta vez lo reconocieron, a sectores de cultos evangélicos neopentecostales, muchos de los cuales tal vez no tengan la misma capacidad de lobby que ellos, pero sí tienen mucho territorio. Ojo, no es un bloque monolítico, no tienen los mismos intereses, pero sí se dieron cuenta de que unidos podían avanzar en una agenda común.
-El papa Francisco tuvo unas palabras a favor de la vida después de que se aprobara la ley del aborto. ¿Se espera una grieta con la Iglesia?
El Papa, así como otros sectores, tiene la costumbre de tratar de apropiarse de las palabras y de decir que la vida está del lado del frente, cosa que la votación dejó en claro que ya no se cree. La sociedad argentina ya no cree eso, habrá algunos grupos que sí, por supuesto, que tratarán de llamar asesinos a quienes defienden una cuestión de política sanitaria. Pero ese es el discurso de la Iglesia.
Lo que demuestra la sociedad argentina con sus leyes es que estamos yendo progresivamente hacia un mundo más justo y que con la fuerza de la sociedad civil la dirigencia política, el Estado y los gobiernos tienen que responder a todas las realidades diferentes, no dejar afuera a ninguna.
-¿Qué viene ahora? ¿Cuáles son los principales retos?
Respecto al aborto, que se aplique. Eso no es menor porque cuando en Argentina se aprobó la ley de salud sexual y procreación responsable que implementaba la distribución de métodos anticonceptivos para todas las que lo requirieran no siempre se cumplió. La ley dice que el personal de salud te tiene que dar una respuesta útil y no te tiene que juzgar.
La ley es perfecta, es buenísima, la reglamentación también, pero la aplicación no porque la Iglesia Católica y los cultos evangélicos tienen muchísimo poder en algunas provincias. Si tú tienes 15 años y vas a un centro de salud en un pueblo pequeño y pides un método anticonceptivo pues te encuentras con que el médico te conoce y le va a decir a tus padres. No tienes privacidad, ni derechos. Eso todavía pasa. Yo creo que con el aborto el trabajo va a ser arduo.
-Pese a las cifras de muertes por abortos clandestinos, mucha gente se ha manifestado en contra. ¿Cómo abordar este tema con la ciudadanía ahora que la ley se aprobó?
Me parece que hay algo común a todos los países donde esta práctica es clandestina: no hay nadie que no conozca a una mujer que abortó. O es tu amiga o tu pariente o la hermana de alguien. Ponerle la cara de una persona cambia un montón las cosas, poder hablar públicamente del tema, que no sea tabú. Sincerar el tema le quita parte de esa carga demoniaca que se le ha dado. Si además pensamos la clandestinidad como un espacio en el que gente se aprovecha de situaciones desesperantes y hace muchísimo dinero, pues también sirve para entenderlo de otro lado.
Cuando se debatió el voto para las mujeres, el divorcio o cualquier tema de derechos de minorías, siempre hubo voces que auguraban el fin del mundo, de la familia, de la sociedad. Pero no pasó nada, pasaron los años y lo único que pasó es que hubo personas que antes no podían tener la misma tranquilidad que otras y después la empezaron a tener. Yo cubrí el matrimonio igualitario. También hubo esos discursos agoreros y lo único que pasó es que hubo gente que a la mañana siguiente tenía un derecho que el día anterior no poseía.
-¿La aprobación del aborto en Argentina podría ser impulsar un reclamo extendido en un continente tradicionalmente conservador?
Ojalá. Eso sería el plus, un bono hermoso para lo que pasó acá. La campaña por el derecho al aborto en Argentina cumplió 15 años, presentando el proyecto durante más de una década en silencio, en soledad. No avanzaba, pero hubo una construcción de la sociedad civil que terminó acompañando eso y forzando a que la política tomara este tema.
Y no solo Argentina es un país sumamente tradicional, somos muy conservadores. Si este país así de conservador que tiene un Papa argentino pudo hacerlo, por qué no van a poder otros países. Teníamos todo en contra y mira lo que pasó.
-¿Cuál fue el hallazgo o dato que más la impactó en estos años cubriendo el tema del aborto?
A mí me interesan mucho los procesos de transformación social y me siento afortunada de no solo vivir en esta misma época, sino de tener la ventaja de ser periodista y poder hablar con los protagonistas.
Me parece que este es un proceso de transformación social súper fuerte, de empezar a cerrar brechas en el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas de pleno derecho y encontrar representantes políticas y políticos que así sean por cálculo, por conveniencia porque la hija los intervino durante meses mientras comían, o porque vio algo en la calle o leyó una noticia y lo conmovió. Creo que se trata de eso, de ver que existe la posibilidad del cambio. No es que tienes una idea a los 18 años y te mueres con esa idea a los 70 años. Menos mal.
También se ha probado que el debate público, la conversación pública tiene un impacto, no cae en el vacío. Lo vemos en decisiones muy concretas, en alguien que esta vez votó distinto.
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