(Foto: Cortesía para El Comercio)
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Milagros Asto Sánchez

Nací en , donde estudié cine y televisión. Hoy soy director de Operaciones de Nuestros Pequeños Hermanos (NPH), organización católica que cuida a niños en situación vulnerable en nueve países de Latinoamérica, entre ellos el Perú. 

En un perfecto español, Christopher Hoyt dice que Latinoamérica le cambió la vida. Desde Guatemala, donde nacieron sus tres hijos, este arizoniano que alguna vez soñó con ser director de Hollywood monitorea las labores en el Perú y en otros ocho países de los hogares de Nuestros Pequeños Hermanos (NPH), la ONG a la que llegó en el 2005 como un voluntario más.

— ¿Cómo lo cambió el voluntariado que hizo en México?
Fue una conversión completa, yo terminé de estudiar cine y televisión y pensé que sería bonito hacer voluntariado por dos meses en México. Me quedé por tres años, fui voluntario y luego empleado. Aprendí que la base de este trabajo es crear relaciones de confianza y escuchar más al otro. También me impactó que los niños confiaran en mí. Así salí del sueño de ser director de cine y me fui a lo que es ONG, incluso hice una maestría en Administración Pública.

— NPH inició en 1954 con la historia de un robo, ¿cómo ha logrado mantenerse?
NPH empieza a través de un acto de perdón. El padre William B. Wasson perdonó a un niño que había robado la caja de limosnas de su capilla en México. Pero no solo eso, el padre lo adoptó a petición de un juez y luego recibió a ocho niños más. Así empezó todo. ¿Y cómo es que 64 años después NPH aún existe? El padre se enfocó en los valores paternales y maternales, pero además privilegió la responsabilidad y el trabajo. Esa es nuestra filosofía.

—Usted es un estadounidense con un lazo muy fuerte con Latinoamérica. ¿Cómo ve las duras políticas de su país hacia los migrantes?
Yo creo que para poder vivir en este siglo XXI es clave que conozcamos a las personas que antes desconocíamos. Al conocer su historia, convivir con ellos, ver su espíritu de pertenencia, uno comprende que la decisión de salir de sus comunidades no es fácil. Las caravanas que van para Estados Unidos son una muestra de que no se está invirtiendo en la niñez y la adolescencia. Tenemos que dejar de fomentar miedo y volver a las soluciones prácticas basadas en la dignidad de las personas.

— ¿Cuál es la importancia del voluntariado en estos días?
Antes se traía a las personas a estos programas contándoles historias de pobreza. En NPH explicamos que todo lo que se hace por los niños va a tener un impacto positivo a nivel macro, en la migración, en la delincuencia. Yo invito a que los padrinos vean su aporte como una inversión en la región que al final va a fortalecer el tejido social.

(Foto: Cortesía para El Comercio)
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— En algunos persiste la idea de que se trata solo de dar dinero.
El dinero es importante y, como se dice, el dinero mueve al mundo. Sin embargo, más importante es ver a dónde va el dinero. El dinero no es solo darles alimentación o un techo, que obviamente constituyen lo básico para una persona. Se trata también de invertir en su desarrollo social, en el aspecto médico. Nosotros recibimos a niños que padecen de enfermedades crónicas como lupus, VIH. Ser voluntario significa más que dar dinero.

— ¿Qué significa?
Es reconocer que nuestro mundo cada vez es más pequeño y que todos somos hermanos y hermanas. Yo creo que al hacer voluntariado nos damos cuenta de que nuestros hijos en Guatemala o en el Perú anhelan lo mismo que nuestros hijos en Estados Unidos, en Austria, en Alemania y que sus sueños deben ser alcanzados. No tenemos que pensar en grandes cambios. Invertir en un niño y ver lo que puede lograr es la única forma en la que se puede cambiar el mundo. Niño por niño, niña por niña.

— Estuvo la semana pasada en el Perú, ¿cuál es su balance?
El Perú es un país marcado por un altísimo nivel de niños en abandono que viven en casas-hogar, separados de sus padres. En NPH estamos enfocados en trabajar en ayudar a darles más posibilidades de desarrollo.

— ¿Se ve en esta labor por mucho más tiempo?
Sí, seguiré trabajando por la niñez y la adolescencia en Latinoamérica. Soy amante de su cultura y de su gente. Me han cambiado la vida, me han enseñado a priorizar a la familia, el tiempo. Conocí a mi esposa en el NPH México, donde ella también fue voluntaria. Nuestros hijos han nacido y crecido en Guatemala, son ‘chapines’, y es un privilegio que crezcan con los niños a los que servimos y las familias que atendemos.

— ¿Qué es lo que más ha aprendido de la región?
Recuerdo que una vez entré a la oficina de mi jefe en México, empecé a hablarle de los cinco puntos en la agenda, hablé por 5 minutos y cuando terminé, él me dijo: “Buenos días, ¿cómo estás?”. De eso aprendí que primero tengo que enfocarme en las personas, saber cómo están, y no se trata de hacer por hacerlo, sino de darnos cuenta de que las personas dependen de su vecino, de su comunidad.

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