Para Washington Alemán, director de la Unidad de Prevención de Enfermedades Infecciosas del Municipio de Guayaquil, cuando comenzó la epidemia en Europa —sobre todo en Italia y en España— hubo una estampida de migrantes ecuatorianos que regresaron a Ecuador.
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El exviceministro de Salud Ricardo Cañizares añade que cuando uno ve los casos en retrospectiva se puede deducir que la transmisión no empezó con la paciente 0:
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“Tenemos migrantes en España, en Estados Unidos. Parece que muchos llegaron infectados a las zonas donde está la gente de más recursos, como Samborondón, pero a estas casas van mujeres de limpieza, van trabajadores, van albañiles; el virus cruzó todas las clases sociales, aunque murieron más personas de los estratos pobres”.
En este escenario, la pandemia se comportó, según Alemán, como solo lo había hecho en otras dos ciudades del mundo, Bérgamo en Italia y Manaos en Brasil:
“Son esas ciudades donde el virus hizo una explosión en su multiplicación exponencialmente veloz, lo que provocó que se contagiara mucha gente en muy corto tiempo, acompañado con una alta mortalidad”.
Así le dice a BBC Mundo Elías Vinueza, otro periodista de El Telégrafo: “Lo que nos sorprendió fue que los casos se reprodujeron en nuestro entorno: cuando creíamos que el virus podía estar en alguien lejano, ya estaba entre nosotros”.
“Yo tuve familiares, amigos y colegas que lo contrajeron en las primeras semanas y muchos de ellos fallecieron”.
Elías fue uno de los colegas a los que Augusto le contó los detalles de su internación, lo que ocurría en la sala del hospital donde estaba internado y su intuición de que no dejaría esa sala con vida.
El lunes 23 de marzo, Augusto Itúrburu entró al hospital de Los Ceibos para un estudio por sus complicaciones respiratorias y terminó internado.
Desde el hospital le escribió a Elías Vinueza: “Se me derrumbó todo”.
Cuando su amigo le dice que allí comenzará la recuperación, Augusto responde: “Lo dudo”.
El último relato
Como en el resto de América Latina, la historia de la pandemia en Ecuador tiene muchas caras.
Tiene el rosto del aumento de la violencia doméstica en el confinamiento, el de la pérdida de empleo y de los servicios básicos, ya de por sí precarios, colapsados.
En Guayaquil, se suma la odisea de los que tuvieron por días los cuerpos de familiares en sus casas o los que pelearon por recuperar los cadáveres de los suyos por semanas, así como las historias de los más de 100 médicos muertos en la primera línea de lucha contra la enfermedad.
Fueron imágenes que dieron la vuelta al mundo y le anunciaron a América Latina la devastación que el virus podía provocar.
La historia de Guayaquil, le dice a BBC Mundo el poeta y escritor Ernesto Carrión, es la de un puerto comercial que creció de forma desordenada, escondiendo debajo de la alfombra su pobreza. “Entonces en algún punto todo esto explota. La realidad se rebosa. Como ocurre cuando hay aguaceros y crímenes. Como ocurrió cuando el sistema de salud no dio abasto y la gente empezó a morir en la calle”.
Como la de su ciudad, la historia de Augusto también está plagada de contradicciones.
Era diabético pero amaba la gaseosa; un fanático del fútbol que no confesaba cuál era el club de sus amores; un amante de la comida esmeraldeña del local de su novia -como la masa de plátano verde en salsa de coco, que en la costa ecuatoriana llaman bolón encocado-, que al mismo tiempo trataba de cuidar su figura.
Fue un hombre que entre el 23 de marzo -cuando lo internaron- hasta el 27 de ese mes -que lo entubaron- mantuvo el teléfono celular a su lado y contó, quizás por reflejo periodístico, lo que veía y sentía en una sala de hospital público.
Esta comunicación es inusual. La mayoría de los pacientes que ingresaron por covid-19 no pudieron hablar más con sus familias, sus seres queridos no supieron de ellos hasta que se recuperaron o murieron.
En cambio, Augusto, que el 12 de marzo había publicado su última nota para el diario (el caso de Emily Franco y Valeria Orobio, las dos únicas árbitras ecuatorianas calificadas para dirigir partidos de rugby), 11 días después comienza a contar su última historia.
“Sospechan que es coronavirus porque las radiografías muestran cosas raras; que pueden demorar unos tres días hasta saber”, le escribe a Elías Vinueza, su antiguo editor, desde el hospital.
Añade que está débil y que le cuesta pararse, que todo es un caos, y que comparte sala con otras 12 personas. Sólo le han dado paracetamol.
Mientras, su hermano y su novia esperan afuera del hospital y su padre está en la más estricta cuarentena en su casa.
Nelson, quien no vive en Guayaquil sino en la zona rural del Guayas, iba todos los lunes y esperaba afuera del hospital por noticias. “Allí vi morir como unas cuatro personas. La gente moría haciendo cola”, le dice a BBC Mundo.
El 24 de marzo Augusto le escribe a Elías sobre su mayor miedo: “Estoy viendo como entuban a la gente” y le cuenta que ya han comenzado a darle antibióticos.
Por la noche le envía un audio:
“Acá no dan respuesta de nada, me tienen con oxígeno y con suero. No sé si hay cómo mover alguna influencia para que me hagan el examen, y para que me den un buen tratamiento, porque siento que estoy jodido de los pulmones; no sé si estos manes me van a confinar así nomás. La verdad es que me comenzó a dar un poco de temor”.
A su novia, Augusto le escribe: “Sáquenme de aquí por favor”.
Pero el 25 de marzo le cuenta a Elías que está mejor de ánimo y que cuando salga se irá a Esmeraldas.
Un día después le han vuelto a ganar la ansiedad y el miedo. “Esto agota el cuerpo”, escribe. Es lo último que le dirá a su editor.
El robo
El 27 de marzo entuban a Augusto Itúrburu.
Ese día la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, escribe un tuit contra el gobierno nacional: “No retiran a los muertos de sus casas. Los dejan en las veredas, caen frente a hospitales. Nadie los quiere ir a recoger”.
El vicepresidente, Otto Sonnenholzner, le responde que “haga más” y que “hable menos”.
La contienda política llega al ámbito médico.
El 6 de abril el infectólogo Washington Alemán es invitado por la alcaldía guayaquileña junto con otros expertos para diseñar una estrategia contra el virus. Se sugiere entonces reforzar la atención médica en barrios y comunas.
“El Ministerio de Salud se preocupó más en armar las terapias intensivas. Lastimosamente, el 50% de personal sanitario se infectó y el resto de personal se ubicó en los hospitales esperando que llegaran los enfermos; por lo tanto, se descuidó toda la atención primaria y fácilmente se colapsó un sistema que, de por sí, era débil”, le dice el médico a BBC Mundo.
Para el ex viceministro de Salud Ricardo Cañizares, hay que tener en cuenta que el ingreso de la covid-19 en Guayaquil fue tan brusco que, para cuando el sistema intentó reaccionar, la transmisión del virus ya era comunitaria:
“Demoramos mucho, ya había demasiados enfermos que no podíamos contener. Entonces, ¿adónde van a ir los enfermos? Al hospital. Por eso no me atrevería a decir que el gobierno planificó enfrentar al virus en los hospitales, yo creo que se vieron casi obligados”.
La primera quincena de abril, los jefes y colegas de Augusto intentan cualquier camino para saber de él.
Uno llega a tomarle una foto a una pantalla donde aparece el nombre de una médica residente y le escribe a su perfil de Facebook. Nadie le responde.
La directora editorial de El Telégrafo, Carla Maldonado, habló con la gerente general del hospital el 14 de abril: “Me dijo que no estaba bien, pero tampoco estaba muy mal”.
“Al otro día Augusto murió”.
Tristemente, la tragedia no acabó allí.
“Yo estaba en la morgue cuando mi papá me llama, y me dice que han sacado la plata de la cuenta del banco, que la tarjeta (que tenía Augusto cuando ingresó al hospital) estaba activa y que esa mañana habían sacado la plata”, recuerda su hermano Nelson. Sus pertenencias tampoco aparecieron.
Ese día la portada de Fanáticos, el suplemento deportivo de El Telégrafo fue dedicada a Augusto. Pero el homenaje queda teñido por la noticia del robo.
“Es indignante, después de ver que a él lo internan y que se contagia posiblemente en el IESS, que le hacen tarde la prueba, que finalmente muere, y cuando piensas que no es posible que tanta negligencia le ocurra a una sola persona, ocurre el robo”, le dice a BBC Mundo Jéssica Zambrano, compañera del diario.
“Eso fue un golpe más para mi papá porque él se imaginaba que le habían estado robando a Augusto mientras estaba agonizando; a mí lo único que se me ocurre es que le preguntaron la clave de la tarjeta como para comprar algo cuando él estaba internado y esperaron a que muriera”, sentencia Nelson.
Maldonado cuenta que las autoridades del hospital se comprometieron a devolver el dinero robado. Nelson reconoce que la devolución se produjo, y afirma que le pidieron a su padre que retirara la denuncia, cosa que este se negó a hacer.
BBC Mundo contactó al establecimiento para conocer su versión, pero la institución declinó la entrevista argumentando que hay una investigación abierta.
El padre de Augusto, Nelson de nombre como su hijo mayor, murió el 10 de agosto, de un cáncer fulminante.
El que está solo
Todos los médicos del hospital contactados por BBC Mundo dejaron de responder a la solicitud de entrevistas cuando se mencionó el nombre de Augusto.
Solo una doctora dijo que el robo fue una situación aislada, pero añadió: “Cuando hay caos, hay oportunidad”.
Esta oportunidad no se dio solo a nivel local.
El 21 de septiembre el diario El Comercio informó que un equipo de 30 fiscales había abierto hasta el 1 de junio 95 expedientes por corrupción en el país durante la crisis sanitaria.
“Según esa información en poder de la Fiscalía, solo en cuatro de las 24 provincias no se han detectado posibles hechos ilícitos. Los agentes han descubierto delitos, como cohecho, peculado, enriquecimiento ilícito, concusión y tráfico de influencias”, indican los periodistas Fernando Medina y Diego Puente.
Por el caso de Augusto, un hombre fue detenido con fines investigativos.
La Fiscalía respondió el 2 de diciembre a la petición de BBC Mundo que no puede dar información porque el caso se encuentra bajo investigación.
Luego de ese brote feroz en Guayaquil, los altos índices de infección y mortalidad se mudaron a la Sierra ecuatoriana, especialmente la provincia de Pichincha, donde se encuentra Quito.
En círculos políticos y mediáticos se habló entonces del “milagro guayaquileño”. La ciudad no ha vuelto a tener un rebrote, aunque este diciembre se han encendido las alarmas nuevamente por el incremento de casos.
Desde la administración municipal, Washington Alemán dice: “Fuimos los primeros y nos costó muy caro pagar con todas las víctimas que pagamos. El consuelo es que salvamos vidas, el desconsuelo es que se nos murieron más de 10.000 compatriotas, entre amigos, colegas y familiares”.
Los amigos de Augusto del diario que perdieron el trabajo con los despidos masivos de julio tuvieron que manifestarse para cobrar sus liquidaciones.
“Cuando hacíamos las protestas pensábamos que Augusto hubiera estado primerito, hubiese organizado las protestas porque a él le gustaba organizarnos y estar pendiente; así lo recuerda la gente que formó parte de El Telégrafo”, dice Luis Cheme.
Uno de los últimos mensajes que Augusto Itúrburu le escribió a su novia desde el hospital la última noche que tuvo el teléfono con él quedó registrado a las 21:32 de ese 26 de marzo.
Dice: “Se murieron tres”.
Borges escribe que “un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la alcoba del hábito y del amor”.
Su poema “Tú” cierra con 10 palabras: “Hablo del único, del uno, del que siempre está solo”.
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