Tatiana Araujo de Sirqueira, de 33 años y madre soltera de seis hijos, y el presidente brasileño Jair Bolsonaro son casi vecinos. Pero habitan universos diferentes.
Sirqueira vive junto a un vertedero a menos de un kilómetro y medio del palacio presidencial de Planalto, en Brasilia, junto con otras 36 familias, y consigue dinero reciclando basura.
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Es una de los cerca de 40 millones de “invisibles”, un término acuñado por el Ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, para designar a los que no tienen un empleo formal y que han pasado prácticamente desapercibidos para el gobierno y la sociedad brasileña.
”Vivo al lado del presidente. Lo veo a él y a su personal de seguridad pasar por aquí todos los días”, dijo en una calurosa y polvorienta tarde frente a su improvisada choza. “¿Cómo puede pasar por aquí todos los días y no ver a las familias?”.
Sin embargo, el año pasado, Sirqueira no fue invisible. De abril a diciembre, ella y unos 66 millones de brasileños más recibieron transferencias de efectivo del gobierno, una ayuda de emergencia para los más vulnerables durante la pandemia.
La ola de ingresos básicos de casi 60.000 millones de dólares suavizó el golpe económico del coronavirus, impulsó la popularidad de Bolsonaro e hizo retroceder la pobreza, pero su vencimiento a finales de 2020 está anulando muchos de esos efectos.
Sirqueira depende ahora de la prestación social ‘Bolsa Familia’ de hasta 205 reales (36 dólares) al mes, cerca de un tercio de la ayuda de emergencia que recibía el año pasado, y no calificó para una segunda ronda más pequeña del programa de transferencias monetarias que comienza en abril.
”Dijeron que ya no cumplía los criterios y por eso ya no puedo formar parte del programa. Mi vida se ha vuelto mucho más difícil desde entonces, con seis hijos que criar”, dijo.
Millones de brasileños como ella salieron brevemente de la pobreza para volver a caer en ella. La tasa nacional de pobreza cayó repentinamente al 4,5% en agosto desde casi el 11% a principios de 2020, según cálculos la Fundación Getulio Vargas.
Sin embargo, el centro de estudios, que tiene su sede en Río de Janeiro, estima que el 12,8% de la población brasileña -unos 27 millones de personas- vive ahora por debajo del umbral de pobreza, de 246 reales al mes, la proporción más alta desde que comenzó la serie hace una década.
El impacto económico de la ayuda fue seguido por el político, que revirtió la decreciente popularidad de Bolsonaro cuando la primera ola de COVID-19 golpeó y le valió una aprobación récord entre las clases y regiones más pobres del país, la que desde entonces ha retrocedido.
La encuestadora Datafolha mostró que la desaprobación de Bolsonaro en el noreste más pobre de Brasil superaba su aprobación en 16 puntos porcentuales en abril de 2020, cuando comenzaron las transferencias de efectivo.
La diferencia se redujo a sólo dos puntos en agosto, el último mes antes de que el estipendio máximo de 600 reales se redujera a la mitad. En enero, la brecha había repuntado hasta los 15 puntos, esencialmente una vuelta al punto de partida.
Con la vista puesta en las elecciones presidenciales del año que viene, Bolsonaro se ha mostrado muy interesado en ampliar el programa, aunque cause estragos en las finanzas públicas, perturbe los mercados financieros y moleste a Guedes.
El nuevo paquete de ayuda, que comenzará en abril, proporcionará cuatro transferencias mensuales de un promedio de 250 reales a un conjunto más reducido de trabajadores informales.
Su costo de 42.000 millones de reales es una fracción de la factura de 322.000 millones de reales (58.000 millones de dólares) de la ayuda del año pasado, que supuso casi el 4,5% del producto interno bruto.
El programa, más modesto, ha aliviado cierta preocupación por la trayectoria de la deuda pública de Brasil, pero también tiene un impacto menor en los índices de pobreza y desigualdad.
Joao Saboia, profesor emérito de la Universidad Federal de Río de Janeiro, dice que incluso con la próxima ronda de transferencias monetarias, los índices de pobreza seguirán siendo elevados.
”Las perspectivas para 2021 son muy débiles: vacunación lenta, economía estancada, aumento del desempleo y pobreza elevada”, dijo Saboia.Para Sirqueira, madre soltera de seis hijos, puede ser peor.
Las autoridades locales están presionando para reubicar a su familia en una ciudad satélite fuera de la capital. Ella se ha resistido temerosa de cómo se desenvolverán sus hijos en un nuevo barrio.
El martes, derribaron su choza.
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