En medio de la crisis político-social que vive Bolivia, un símbolo ha ganado protagonismo en ambos lados revelando matices mucho más profundos en la turbulenta actualidad del país altiplánico.
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La Wiphala (o Whipala), una bandera histórica de los pueblos indígenas bolivianos y considerado símbolo nacional desde el 2008, fue quemada por un ala radical de la oposición a Evo Morales, retirada momentáneamente del Palacio Quemado y cortada de los uniformes policiales en algunas zonas como Santa Cruz; mientras que los militantes del Movimiento al Socialismo (MAS) la enarbolaron como ícono de su lucha contra lo que califican como un golpe de Estado.
Pero, ¿cuál es el origen de la colorida bandera y qué tradición encierra? Según el historiador boliviano Germán Choquehuanca, la existencia de la Wiphala se remonta a la época del Tahuantinsuyo y representaba los pilares de las sociedades altiplánicas de esa época “donde primaban las relaciones igualitarias, por tanto su forma y su significado mostraban esas relaciones sociales, económicas, políticas y culturales”, explicó el experto en el 2010 durante una entrevista con el Periódico Digital de Investigación sobre Bolivia.
“Entre los 70 y 80, historiadores aymaras como Germana Choquehuanca fueron determinantes para promover la Wiphala como un símbolo de los pueblos andinos. Estos intelectuales se basaron para ello en diferentes investigaciones, en los que afirmaban que esta bandera era ya utilizada en el antiguo Incario”, explica para El Comercio el antropólogo boliviano Ruben Chambi.
Precisamente en la década de los 70 Choquehuanca fue el encargado de rediseñar la Wiphala a la versión que hoy conocemos, esta representa la unión de dos arco iris -uno hembra y uno macho- dando como resultado 49 casillas que contiene siete colores.
El rediseño de la Wiphala respondió al uso que le dieron durante las manifestaciones que buscaban revalorizar y descolonizar políticamente a las comunidades indígenas en Bolivia.
“Su papel simbólico es muy importante sobre todo para las poblaciones indígenas de Bolivia, particularmente de los aymaras y quechuas. Su uso se inició en la década de los 80, en esa época fue promovido por diferentes movimientos políticos, fundamentalmente de ideologías como el indigenismo y el katarismo”, precisa Chambi. “Partidos históricos como el Movimiento Revolucionario Tupak Katari (MRTKL) o el Movimiento Indio Tupak Katari (MITKA) lo usaron como símbolo de sus demandas de descolonización política”.
El movimiento katarista se originó en la década de 1970 y buscaba recuperar la identidad política del pueblo aymara y denunciar la opresión -económica y étnica- sobre los pueblos indígenas.
El antropólogo, que pertenece al Colectivo Curva, explica que hacia fines del siglo XX el uso de la Wiphala se extendió a otros movimientos indígenas y populares que lo asumieron como parte de su identidad política.
“En los 90 lo usaron militantes de Conciencia de Patria CONDEPA y desde el 2000 el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe y el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales”.
Chambi explica que es importante entender los antecedentes de la Wiphala para no confundirla con un símbolo exclusivo del MAS. “Representa la memoria de las luchas políticas indígenas, y por ello su quema y destrucción en los recientes acontecimientos en Bolivia ha causado una profunda molestia en los sectores indígenas del país”, añade.
En una conversación previa con El Comercio, Chambi comentó que los colectivos académicos y activistas bolivianos se mostraban preocupados de que el conflicto político estuviese siendo llevado hacia una confrontación entre lo urbano y lo rural.
“Las semanas previas a la renuncia de Evo Morales, su gobierno presento la movilización ciudadana -principalmente urbana- como un ataque de la oposición a los pueblos indígenas", explica el antropólogo. “Con ello, el gobierno buscaba que los sectores indígenas, tanto urbanos como rurales, desistieran de apoyar las movilizaciones y promovió de manera muy irresponsable el retorno de viejos prejuicios acerca de lo étnico en la opinión pública. Esta estrategia culminó con un Evo Morales presentándose como víctima del racismo de sectores conservadores que no aceptaban su gobierno por su condición de indígena, buscando minimizar el fraude electoral y su reelección inconstitucional”.
El Alto fue el lugar donde más fuerte resonó este mensaje. La segunda ciudad más poblada de Bolivia, donde cerca del 80% se identifica con su origen aymara o quechua, es el escenario de los principales enfrentamientos en la actualidad.
“(Evo) Trata de mostrar estas manifestaciones como actores que apoyan su retorno al poder y los presenta como parte de la ‘resistencia’ movilizada de su partido”, advierte Chambi. “Esto de ninguna manera significa que esta ciudad apoye al partido de Evo Morales -puesto que muchas veces se movilizo contra él- sino más bien percibe que detrás de muchos líderes de la oposición se oculta el retorno del pasado, es decir, la conformación de nuevos escenarios políticos sin participación de lo indígena”.
Ante esta situación, Chambi considera que es necesario establecer canales de diálogo y negociación entre las autoridades del Gobierno transitorio y representantes de los sectores indígenas.
“La movilización indígena fue de tal magnitud, que incluso el nuevo gobierno de transición tuvo que pedir disculpas y realizar actos de desagravio a la Wiphala de manera pública. Pero estas manifestaciones simbólicas no fueron suficientes para calmar la molestia de esta parte de la población. Ellos demandan el respeto a los símbolos indígenas, pero sobretodo un mensaje central. Todo proyecto de país a futuro, sea un gobierno de transición o los futuros partidos que vayan a la presidencia, necesariamente deben incluir a este sector”, concluye.