Santiago. Como no despertaba con los pitazos de la locomotora, fueron a golpearle la puerta. Enrique Rivera, de 62 años y más conocido hoy como ‘el Robin Hood de los trenes’, despertó agitado. Aún medio dormido, caminó en pijama hacia la puerta preguntándose quién lo buscaba con tanto apuro a las 7 a. m. Al abrir, apareció su amigo Nelson Beseler, que cansado pero satisfecho le dijo: “Llegamos”. Rivera no necesitó más explicaciones y partió apurado a ponerse su ropa de trabajo.
Fabricada en Alemania en 1968, la locomotora Deutz D-01 comenzó a operar en 1969 cerca de Sevilla (España). Junto con una máquina gemela, fue comprada por una minera para arrastrar vagones cargados con pirita, zinc, plomo y cobre hasta un puerto del río Guadalquivir. Pintada de rojo, fue bautizada Virgen de la Esperanza.
Después de un derrumbe, en 1971, las faenas mineras fueron clausuradas y, un año más tarde, la locomotora fue rematada. Su nuevo dueño la adaptó para correr por los rieles de la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles (Renfe), donde remolcó maquinaria de reparaciones ferroviarias. En el 2001, el grupo OHL, dueño de la Deutz, la trasladó a Chile para realizar trabajos de mantenimiento en el sur, donde empezó a ser conocida como ‘La Zapatilla’.
Construida a principios del siglo XX, la estación de trenes de Osorno es un basural habitado por indigentes que usan carros abandonados para dormir. A ese lugar llegó ‘La Zapatilla’ a fines del 2008, cuando OHL dejó de trabajar para la Empresa de los Ferrocarriles del Estado (EFE) y la máquina quedó ahí porque era más cara trasladarla que dejarla en ese lugar.
La locomotora fue cubierta con grafitis, por lo que, en el 2011, Beseler decidió crear en Facebook el grupo Salvemos a la Deutz de Osorno. Ese mismo día escribió: “A la pequeña Deutz, que estaba hace años estacionada en Osorno frente a la antigua estación, la están desmantelando (...). Ojalá algo se pueda hacer para salvar esta noble locomotora”.
El grupo –con cerca de 200 miembros– se convirtió en una bitácora con la historia de la máquina, fotos y noticias sobre la gestión para contactar a sus dueños. En el 2012, por ejemplo, Beseler ‘posteó’: “Es cuestión de tiempo para que intenten quemarla, ya que al estar con los vidrios rotos, los estúpidos lanzan basura en su interior (...). Los guardias de EFE dicen que solo cuidan la estación... Una lástima”.
Beseler, técnico electrónico de 37 años e hijo de maquinistas de trenes, dice: “No nos quedó otra opción”. Se refiere a él y a su amigo Álvaro Parraguez, ingeniero en construcción de 25 años, con quien llegó a la estación de Osorno el 15 de diciembre pasado. Lo primero que hicieron fue limpiar el interior de la máquina, usado como baño. Después revisaron niveles y conexiones. El motor encendió a la primera.
El carbonero
El 12 de febrero, el Diario Austral de Valdivia tituló ‘Locomotora robada en Osorno aparece en exestación de Valdivia’. El caso se convirtió en la noticia más importante del verano.
Día a día, los medios locales desenredaron la trama y presentaron a los personajes: los efectivos de la Policía de Investigaciones (PDI) que encontraron la Deutz en un galpón, el fiscal de Osorno a cargo de la denuncia de OHL por “robo de vehículo motorizado”, la EFE, que anunciaba querellas contra los responsables, y un misterioso E. H. R. S., acusado del delito de receptación.
Enrique Horacio Rivera Sepúlveda nació en Santiago en 1952. Presidente de la Agrupación del Patrimonio Ferroviario de Valdivia, heredó la pasión de su papá, un empleado de la Compañía de Teléfonos que coleccionaba trenes a escala. “Crecí en ese ambiente”, explica Rivera, quien recuerda que la primera vez que movió una locomotora a vapor tenía 16 años: “Fue como mover un edificio que gritaba como dinosaurio”.
A fines de los 60 entró a estudiar arte y diseño en la Universidad Católica, y sus vacaciones se convirtieron en ‘mochileos’ en busca de locomotoras antiguas. “Recorríamos ramales que ya no existen. Nos hacíamos amigos de maquinistas que nos invitaban a dormir y comer con sus familias”, recuerda Rodrigo Sepúlveda, de 60 años y primo de Rivera, para quien el paisaje sin máquinas a vapor ya no es el mismo.
Poco a poco, Rivera trabó amistad con “los viejos de las locomotoras”, que le enseñaron a echar carbón en la caldera, mantener a nivel el agua y regular la presión. Así se convirtió en carbonero aficionado –hoy tiene el carné oficial– y comenzó a ir a las reuniones que hace en Santiago la Asociación Chilena de Conservación del Patrimonio Ferroviario.
A fines de 1999 se fue a Valdivia, donde compró una casa de 1926, con un patio que colinda con los rieles que unen las estaciones de Valdivia y Antilhue. Ahí, al amanecer del 16 de diciembre, sonaba el pito de una locomotora que intentaba despertar al carbonero.
Beseler y Parraguez fueron al centro de Osorno a comprar bidones, petróleo –la Deutz pesa 12,5 toneladas y consume 5 litros por kilómetro–, baterías, focos, cables y un pino aromatizador para hacer más respirable la cabina. Gastaron unos 150.000 pesos (US$ 235.74).
“En el ambiente ‘trenero’ es normal que te enseñen a echar a andar las locomotoras, a frenar, las cosas básicas”, explica Beseler, quien cuenta que pensaron llevarse algunos vagones, pero que al final desecharon la idea.
Al rato llamaron al hermano de Nelson, Carlos Beseler, quien alrededor de la medianoche pasaría por ahí conduciendo un tren del Ferrocarril del Pacífico. “Con la excusa de que queríamos sacarle fotos al tren, le preguntamos su itinerario para irnos detrás de él”, dice Parraguez, quien prefiere no revelar cómo consiguieron la llave para accionar “el cambio” que les dio acceso a los 146,3 kilómetros de vía que unen a Osorno con Valdivia.
Una hora después de que pasó el tren del hermano de Nelson, a la una de la mañana, la Deutz D-01 salió de Osorno. Beseler y Parraguez condujeron con la cabeza fuera de la locomotora para ver el camino iluminado por tres focos. Por la carretera, un amigo los acompañaba para atravesar su camioneta en los cruces y así evitar el choque con un auto.
(Video: YouTube Deutz Virgen de la Esperanza)
Después de 43 kilómetros, a las 2 a. m., pasaron por La Unión, donde un guardacruces advirtió el paso de un OFNI: objeto ferroviario no identificado. El funcionario declaró que la máquina pasó “a alta velocidad y sin luces”.
A 35 kilómetros por hora, según Beseler y Parraguez, a las 4 entraron a Paillaco, donde se detuvieron cinco minutos para tratar de calmarse. Habían avanzado 78 kilómetros y se adentraban en un tramo complejo. “Entre Osorno y Paillaco, la vía es accesible, pero más allá hay sectores, como en el túnel cerca de Los Lagos, donde solo se puede llegar en tren y no hay señal de celular. Si nos descarrilábamos ahí, la persona de la camioneta no se daría cuenta”, dice Parraguez.
También habían acordado que el conductor de la camioneta informara si la policía los perseguía. “Pero nunca hablamos sobre qué íbamos a hacer si eso pasaba”, añade Beseler.
A las 5:20 llegaron a Antilhue y, tras 118 kilómetros de huida, otra vez pararon. “Veníamos con la adrenalina a mil”, recuerda Parraguez. Muertos de frío, pensaron en prepararse café, pero se arrepintieron: a solo 28 kilómetros de Valdivia, lo mejor era terminar lo que habían empezado.
En Santiago, el fiscal de EFE Juan Pablo Lorenzini explica que las locomotoras que circulan por los 1.800 kilómetros de vías operativas de Chile deben estar matriculadas y contar con una “certificación de condición operativa” vigente. Además, los maquinistas deben tener una licencia específica para cada modelo.
Lorenzini asegura que lo que Beseler y Parraguez hicieron fue “sumamente grave”, pues pudieron encontrarse con un equipo de mantenimiento, una camioneta de vigilancia o uno de los ocho trenes de carga que circulan semanalmente por la vía.
“EFE no está obligado a custodiar el material rodante que los privados abandonan en las vías”, dice antes de admitir que se dañó la relación entre la empresa y la Asociación de Trenes de Valdivia, que custodia dos locomotoras y 18 carros.
El abogado cuenta que en marzo enviaron una carta a Enrique Rivera, presidente de la asociación y responsable del tren turístico El Valdiviano, pidiéndole una explicación. Por ahora, la estatal mantiene dos querellas: en Valdivia, por desmontar la reja perimetral de la estación por donde ingresó la Deutz, y en Osorno, por el traslado clandestino de la máquina, que pudo destruir la vía férrea y ocasionar un descarrilamiento.
El fiscal Rodrigo Oyarzún está a cargo de la investigación en Osorno. Pocos días después de ordenar a la brigada de robos de la PDI que investigara, un detective le avisó que había encontrado la locomotora en un galpón de EFE en Valdivia. La persona a cargo de este, Enrique Rivera, fue acusada de receptación. Días después, Beseler y Parraguez declararon ante la PDI.
“Lo fundamental ahora es indagar si hay ánimo de lucro, porque el delito de hurto necesita de este para configurarse”, explica Oyarzún, quien aclara que la locomotora está a disposición de OHL desde febrero.
“No nos la hemos llevado porque el traslado por carretera es muy caro y no está en condiciones de andar por la vía férrea”, dice Marcelo Novoa, de OHL. La compañía hace gestiones con la casa matriz en Madrid para donar la Deutz.
Un estudio de Hollywood ha comprado una locomotora del siglo XIX para su próxima película. Los miembros de la Asociación Amigos del Riel roban la máquina y, perseguidos por la policía, huyen por vías abandonadas. El último tren es una historia de ficción “que con el tiempo ha empezado a ser replicada por la realidad”, cuenta su director, el uruguayo Diego Arsuaga.
Rivera, Beseler y Parraguez dicen que no sabían de la película antes de llevar la Deutz a Valdivia, que no es tan buena –Rivera recomienda El maquinista de La General, de Buster Keaton, “también sobre un robo”–, y que ya no recuerdan quién les comentó que su historia es muy parecida.
Los tres están en casa de Rivera, muy serios, para “contar la verdadera historia”:
Beseler: “Son dos locomotoras en el mundo, y la otra, que está en España, no está operativa. La Deutz se trató de conseguir por un conducto regular, pero eso no se cuenta. Lo importante es llamar la atención sobre el abandono del patrimonio ferroviario”.
Parraguez: “La Asociación del Patrimonio de Valdivia no tenía conocimiento del hecho”.
Rivera: “Me preguntaron qué pasaba si la traían a Valdivia, y yo les dije: ‘Bienvenidos’. La invitación que hago a EFE es a bajar la cortina de la burocracia y sumarse a este tipo de acciones. Me da miedo que chatarreen todo”.
“Se violaron todos los protocolos de EFE”, reconoce Parraguez, quien prefiere hablar del proyecto “patrimonial, cultural y turístico” que redactaron con Beseler en enero, para conseguir la donación de la locomotora. Su objetivo es recuperar el taller de la estación de Valdivia para restaurar los carros que están ahí, dejar la Deutz con sus características originales y operativa, y que así sirva de repuesto para el servicio turístico de El Valdiviano.
Pasada la medianoche, Beseler muestra fotos y videos de sus vacaciones, cuando fue a ‘trenear’ al norte. “Tengo un tera (mil gigabytes)”, cuenta. “Así el es ferroturismo”, anota Parraguez antes de comentar que su mamá no lo entiende, y “menos ahora”.
Fuego a la caldera
En la mañana, Nelson y Álvaro están de overol y antiparras raspando la carrocería y aplicando masilla a la Deutz. A la fecha han gastado 500.000 pesos (unos 2 millones de pesos colombianos).
“Independiente de las acciones legales, igual la vamos a restaurar”, dice Parraguez en el viejo galpón de la estación de Valdivia.
Afuera, el día está nublado y cae una lluvia fina. Mirando la vieja estación, donde hay carros alemanes de 1920 y un par de máquinas a vapor, Enrique Rivera sueña con un museo al aire libre. Parado junto a la Deutz, se disculpa por no aceptar tomarse una foto con ella. Con una sonrisa pícara, el carbonero dice: “Para qué echarle más fuego a la caldera”.
Fuente: El Tiempo, Colombia / GDA