A Marcio Carvalho sus tres mantas no le suavizan los temblores, lleva la dureza del asfalto en las entrañas como muchos de los 16.000 sin techo que viven en las calles de Sao Paulo, , las mismas donde murieron seis personas durante la ola de frío de comienzos de junio.

En las noches, el centro de la ciudad más rica de Brasil se torna un esqueleto sucio y deprimido, un puzle de calles oscuras que se convierten en el dormitorio de piedra de cientos de personas sin hogar en esta megalópolis que supera los 20 millones de habitantes con su área metropolitana. 

Solo las conversaciones de la treintena de voluntarios de la ONG Anjos da Noite (Angeles de la Noche) rompen el silencio. Con cuidado se acercan a los cuerpos tendidos en las aceras, que se despiertan para recibir la comida, el agua y las mantas que les ofrecen.

Marcio se incorpora levemente y agradece la ayuda con una voz quebrada que habla de la amargura de tres años en la calle, de los sueños rotos de cuando salió de Bahia con apenas 18 en busca de un futuro mejor, el mismo que le acabó traicionando y dejándole en la calle.


"Trabajaba como fontanero y me separé. No podía quedarme en casa y acabé aquí", recuerda con una mirada agotada que envejece sus 41 años. 

"La vida en la calle es muy difícil y peligrosa. Ya me agredieron varias veces, me quitaron mis cosas y me quedé con mucho frío. Tengo problemas con el alcohol desde que estoy aquí. Para vivir en la calle hay que beber", cuenta con la cabeza baja.

Sao Paulo, la mayor ciudad de Sudamérica, situada en el sureste de Brasil, se acordó de las 15.905 personas que según el último censo viven sin hogar a inicios de junio, cuando una ola de frío en el país tropical hundió los termómetros a su mínimo en 22 años (3,5 ºC) y seis mendigos fallecieron en dos semanas.

Justo cuando las autoridades negaban que las muertes se debieran a las bajas temperaturas, la prensa local y los propios sin techo denunciaron que la guardia municipal les estaba quitando los colchones y cartones con los que se protegían del frío. 
La polémica, avivada por la proximidad de las elecciones municipales, se inflamó cuando el alcalde izquierdista de Sao Paulo, Fernando Haddad, afirmó que se trataba de una estrategia para evitar la "refavelización" de las plazas públicas. 

El prefecto, sin embargo, no tardó en disculparse y en subrayar que los guardias tienen prohibido retirar las mantas y objetos personales de las personas sin hogar, que en su mayoría no acuden a los albergues huyendo de unos horarios estrictos que les devuelven a las aceras antes de las 9 de la mañana. 


- Abismo -

Mientras la población de Sao Paulo lleva aumentando cada año 0,7% de media desde el inicio de los 2000, los habitantes de la calle crecen a un ritmo mucho más acelerado, de 4,7% anual. 

El asfalto es un abismo al que suele empujar una terrible combinación de factores, donde los problemas económicos se complementan con la dependencia a las drogas y la ruptura de los vínculos familiares, más habitual entre los hombres, que componen el 82% de la población sin techo de la ciudad. Un 2,5% -403 en cifras totales- son niños.

Así lo explica la profesora del departamento de Economía de la Universidad de Sao Paulo Silvia Schor, que más allá de los efectos de la recesión económica que atenaza a Brasil ve un problema estructural tras cada cartón donde se refugia una persona sin hogar. 

"Las condiciones de supervivencia en Sao Paulo son crueles. La ciudad tiene una falta de equidad inaceptable, donde la distribución de renta impide que una parte importante de las familias puedan tener una casa propia", añade recordando que casi dos millones de los habitantes de esta megalópolis viven en favelas.


- Ángeles de la noche -

Aunque para Kaká Ferreira, presidente de la ONG Anjos da Noite, que lleva ayudando a los olvidados de las calles de Sao Paulo desde hace 27 años, en las aceras ya se advierten las marcas del frenazo económico de Brasil, que atraviesa su peor recesión en décadas.

"Con la crisis, las personas que están en la calle aumentaron un 10%. Hay gente desempleada, enferma, sin familia... Se ve de todo", asegura este funcionario del ministerio de Agricultura al frente de una red de 80 voluntarios que dedican sus sábados a cocinar y preparar las donaciones que distribuirán hasta la madrugada.

Marina Mayara da Silva es una de las personas que sale a su encuentro en esta noche de invierno. Con la cabeza cubierta por una capucha y su hijo de dos años jugando entre sus piernas, ha salido del edificio ocupado donde vive para encontrarse con los Anjos da Noite y llevarse un plato de cena. 

"Hace dos meses que vivo aquí porque no tenía posibilidades de pagar un alquiler. Antes vivía con mi madre, pero llegó un punto en que ya no podíamos más", afirma esta joven de 19 años que, embarazada de cinco meses, vende caramelos durante el día. 

A unos metros, Marcio trata de aplacar los temblores apretado a sus mantas, donde volverá a soñar con desaparecer y regresar a su tropical Bahia, a aquella casa donde una vez fue joven y no existía el invierno. 


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