La Nación, Argentina/ GDA
Consciente de que sus ojos están a punto de apagarse, Carlos intenta fijar su vista en algún lugar. Nervioso, inquieto, hace un esfuerzo también por pescar algo de las conversaciones ajenas. Sus oídos tampoco funcionan bien y, como tantos ancianos casi sordos, trata de reírse cuando el resto lo hace. Tal vez así todavía pertenezca a la charla. Tal vez así su sordera se disimule un poco mejor.
Carlos ríe. Siempre. Aunque esté molesto porque su casa de Boulogne se llenó de gente. Aunque otra vez le pregunten cosas que no recuerda. Ríe. Sabe que es la mejor manera de luchar contra lo que sea. Lo malo y lo desconocido. Siempre ríe. Lo hizo cuando huyó de su madre a los 11 años. Cuando viajó a Buenos Aires a los 14. Mientras vivió en la calle casi una década y también cuando conoció a Yiyi, su mujer, la madre de su hija y la abuela de su nieta. Cómo no iba a sonreír, entonces, cuando hace algunas semanas se acercó hasta un puesto municipal para iniciar el trámite de su DNI.
"No, abuelo. Mire que esto no es para renovarlo. Es para los que nunca fueron anotados", aclaró, gentil, el voluntario de la campaña, que buscaba concientizar a algunas de las miles de madres que por distintos motivos no anotan a sus hijos cuando nacen.
"Es que él nunca tuvo DNI. Lo venimos a anotar", respondió Yiyi, mezcla de alegría y timidez. Así era. Carlos Chaves tiene hoy 76 años y por primera vez figura en el Registro Nacional de las Personas. Pasó toda su vida en el anonimato. Nació, creció, viajó, trabajó como pudo y hasta formó una familia. Todo eso sin identidad. Técnicamente, hasta hace algunas semanas este abuelo nunca existió.
UNA HISTORIA CONOCIDA
El único registro que existe de Carlos es un papel gastado, amarillo, en el que apenas puede leerse que nació en Tucumán, el 28 de marzo de 1938. Su vida está repleta de lagunas, la mayoría por falta de registros oficiales y tantas otras por los vaivenes en su memoria.
El documento en el que figura que Carlos Nació en Tucumán en 1938. (Foto: La Nación de Argentina/ GDA)
Su esposa, su hija y su nieta tampoco pueden reconstruir completamente la vida de un hombre que pasó siete décadas y media como un NN. Carlos fue siempre muy reservado y recién hace algunos años reveló en su círculo íntimo parte de su historia, que LA NACION intentó reconstruir.
Los primeros años de su vida transcurrieron en Tucumán. Ni bien nació, Carlos fue abandonado por su padre y Ramona, su mamá, al tiempo rehizo su vida con otro hombre. La nueva familia duró poco. Carlos se cansó y a los 11 años, ante la amenaza de una posible mudanza a Santiago del Estero, huyó de su casa. Pasó algunos días en el monte y luego regresó a la casa de sus abuelos, donde pasó varios años e incluso logró completar algunos grados de la escuela primaria. Nadie sabe muy bien cómo. Ramona nunca lo había anotado.
"Cuando cumplí 14 todavía era medio salvaje y mis abuelos me mandaron para Buenos Aires con un tío", recuerda Carlos entre risas. Y allá fue. Atravesó 1300 kilómetros y cinco provincias para llegar hasta Buenos Aires. Se instaló en una modesta casa de lo que hoy es el bajo Boulogne y allí comenzó a vivir con su tío.
Pero también duró poco. Carlos se aburrió de esa vida y, otra vez, decidió irse. "Viví muchos años en la calle. Algunas noches en casas de amigos, pero la mayoría en el río o en las obras en las que trabajaba durante el día", recuerda.
Fue allí, en la calle, donde conoció a su amigo, Juan. "Juancito. ¡Qué gran tipo!", se emociona. Fue tal vez la persona más importante de su vida. Juan, que sí tenía documento, denunció que lo había perdido y recibió un duplicado. Con dos libretas, lo único que restaba era sacarle una foto a Carlos y reemplazarla. A partir de ese día, ambos se llamarían Juan Rivadeneira y tendrían el mismo número de identificación.
La libreta que Juan le cedió a Carlos. (Foto: La Nación de Argentina/ GDA)
Tiempo más tarde, ya con un trabajo más estable en el club Banco Nación, Carlos conoció a Yiyi, pero nunca le contó su verdadera historia, al punto que 13 años más tarde, cuando nació Cristina, serían anotada bajo el apellido Rivadeneira.
Hoy Cristina tiene 44 años y hace solo seis conoció la verdadera historia de su identidad. Sin embargo, jamás quiso cambiarse el apellido. Es cierto, no es el de su papá, pero es el de alguien que ayudó mucho a que Carlos pudiera salir adelante. Sin aquel gesto, quién sabe, nunca se cruzado con Yiyi.
SU PRIMER DNI
Carlos, hoy nuevamente Carlos, cuenta como puede esta historia ante la mirada incrédula de Carla, su nieta. Entre la costumbre y algo de vergüenza, fue tanta la reserva durante todos estos años que ni siquiera ella estaba al tanto lo novelesco de su árbol genealógico.
Carla acompañó a su abuelo aquel día en que, finalmente, aceptó ir a tramitar su documentación. El presidente del Concejo Deliberante de San Isidro, Carlos Castellano, había organizado ese día una campaña junto con el Instituto Abierto para el Desarrollo y Estudio de Políticas Públicas(Iadepp) en la parroquia Santa María del Camino de Boulogne.
Poco tiempo después, Carlos recibió su primer DNI y con él la posibilidad de reencontrarse con derechos básicos. Durante 76 años nunca pudo tener nada a su nombre. Ni un trabajo en blanco. Nunca pudo instruirse y, entre cosas, jamás votó.
Ahora, y ayudado por Castellano, Carlos está tramitando una jubilación. El miércoles de la semana pasada tenía turno en la Anses de San Isidro, pero cuando llegó las oficinas estaban inundadas a causa del fuerte temporal. No importó. El hombre regresó a su casa y pidió una nueva cita.Siempre con una sonrisa. Siempre.
"A mí me conocían. Me querían igual. Pero ahora no es lo mismo", susurra Carlos con ojos desviados y esa sonrisa que parece eterna. Es que ahora volvió a ser realmente él. Su vida, una increíble, la tuvo siempre. Su identidad, recién ahora.
CIFRAS OFICIALES
Lamentablemente no existen datos oficiales ni estudios recientes sobre la cantidad de personas que habitan en Argentina sin documentación. Voceros del Ministerio del Interior y Transporte reconocieron que no hay trabajos al respecto.
Las últimas cifras con las que se cuenta responden a un estudio del Iadepp, una asociación civil sin fines de lucro que trabaja desde hace una década con el problema de los indocumentados en la provincia de Buenos Aires. Hasta hace cuatro años, unos 800.000 argentinos estaban indocumentados. La mayoría de ellos menores de 12 años.