Muchos panameños "borraron de su mente" las imágenes de los bombardeos sobre su país, los montones de muertos en las calles y los miles de marines estadounidenses tomando el control.
Es lo que piensa el cineasta Abner Benaim. El panameño estrenó en 2014 un documental sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá, evento del que este 20 de diciembre se cumplen 30 años y que, según Washington, tuvo el propósito de capturar al presidente de facto Manuel Antonio Noriega, al que había acusado de narcotráfico.
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La actitud de parte de la población panameña fue tradicionalmente la de tratar de olvidar y evitar pronunciarse sobre un episodio casi tabú que dejó heridas aún abiertas y del que las nuevas generaciones apenas han oído hablar.
Con su documental “Invasión”, Benaim quería precisamente recuperar la memoria colectiva sobre lo ocurrido aquella Navidad de 1989 y acabar con lo que llama “amnesia” de la sociedad sobre su propia historia.
El cineasta habló con BBC Mundo sobre este premiado trabajo que, basado en unos 500 testimonios de personas que vivieron la invasión, visibilizó la división de los panameños entre quienes estaban en uno u otro bando, quienes preferían pasar página y quienes necesitaban hablar casi a modo de terapia sobre aquella operación que marcó sus vidas para siempre.
¿Qué intentó lograr con su documental "Invasión"?
"Invasión"es una búsqueda no solo de la información concreta y la verdad, sino de cómo se recuerdan las cosas y por qué se olvida un tema tan importante de la historia reciente de un país.
Fue muy interesante que aunque lo grabamos pasados 23 o 24 años de la invasión, todavía no se sentía que fuera una historia cerrada. Por el contrario, no había consenso sobre qué pasó ahí, por qué, cuánta gente murió... había muchas cosas en el aire y mucha urgencia de contar de parte de quienes lo vivieron.
Yo, sin ser psicólogo, interpreté que esto era como un "trauma colectivo" del que no se había hablado aún lo suficiente. Y con el documental se comprobó de manera contundente. Se sintió como si uno hubiera tirado una piedrita en un lago que estaba quieto.
A mí me pasaba algo muy lindo, que es que la gente se me acercaba tras ver la película para contarme su propia historia, sabiendo que no tenía una cámara conmigo y que el documental ya se había cerrado. Realmente se soltó un nudo del silencio que tenía muchos, muchos años.
Un buen ejemplo de ese silencio es cuando en el documental se ve un hombre que se les acerca en la calle para decirles que "el pueblo ha sufrido mucho" y que volver a hablar de la invasión es "remover cenizas".
Mucha gente me dijo que no quería hablar. Algunos lo hacían y después me llamaban para decir que tras pensarlo toda la noche y consultarlo con su familia o abogado, les habían recomendado no hacerlo.
Panamá es un pueblo grande y todo el mundo se conoce, así que todo el mundo sabe qué participación tuvo el de al lado en la invasión. Yo sentí que había mucho sentimiento de culpa en el aire y que muchos no querían asociarse con aquello con lo que en su momento estaban de acuerdo, sin saber qué repercusión iba a tener ni cuántos muertos iba a dejar.
Hoy en día se ha relajado ese silencio sobre el tema y no está tan estigmatizado. La gente entiende que la invasión no fue en ciertas facciones de Panamá, sino que nos pasó a todos.
Alguna vez le escuché hablar de "amnesia colectiva" en Panamá para referirse a la postura de la población respecto a lo que ocurrió...
Sí, en el país hay una amnesia colectiva sobre la invasión y sobre nuestra historia, esa idea de que en Panamá no pasa nada, que es un paraíso tropical y que aquí nunca hay problemas.
Es verdad que Panamá es muy pacífico y se enorgullece de ello, y eso está bien. Pero hay una tendencia a decir que no pasó nada cuando las cosas se ponen feas, sin usar como lección lo que acaba de pasar y analizar por qué.
Creo que eso está ligado directamente a no querer tomar responsabilidad, porque somos un país acostumbrado a que otros tomen la responsabilidad del destino por nosotros: desde la conquista de España, después como parte de Colombia, y después no oficialmente -pero de facto- Panamá estaba bajo la mirada (por decir algo leve) de EE.UU.
Así que Panamá no estaba acostumbrado a tomar responsabilidad por su destino hasta finales de 1999 (cuando EE.UU. entregó el Canal a Panamá), que nos dejaron solitos por primera vez.
Tomar responsabilidad por las acciones de uno es la diferencia entre ser adolescente y adulto. Y ahora, Panamá está entrando en su etapa adulta.
La división de opiniones sobre la invasión sigue muy presente en la población panameña. El momento más claro y espontáneo en el documental es cuando un hombre se enfrenta a una entrevistada que critica la invasión. Él replica que, "pese a los muertos", hay que agradecer a EE.UU. que trajera la democracia al país.
Creo que la gran mayoría de la población de Panamá estaba convencida de que la dictadura de Noriega no era buena para nadie. Pero ¿qué hacer para sacarla? Había la opción de que el mismo panameño hiciera algo contra Noriega y las Fuerzas de Defensa, y otra era pedir que alguien de afuera lo hiciera.
Hoy en día, hay un consenso y cualquier panameño prefiere las democracias corruptas que hemos tenido antes que el régimen militar corrupto que teníamos. El problema ahí es que hay una contradicción.
Como dice Rubén Blades en el documental, la gente no puede entender que puedes estar contra una invasión militar y, a la vez, contra un gobierno militar autoritario local. Porque entonces llega la pregunta de... ¿y entonces qué, cuál es la otra opción que tenemos?
¿Si estas de acuerdo en que no necesitabas a Noriega, entonces estás de acuerdo en que lo tumbaran? No. Y tampoco estás de acuerdo en que mataran a tu gente… ¿entonces qué? No hay una respuesta clara ni fácil.
EE.UU. aún se quedó 10 años más en la Zona del Canal tras la invasión. ¿Cómo marca esta relación tan estrecha entre ambos países el hecho de que, tras los bombardeos, el sentimiento antiestadounidense de la población panameña no sea mayor?
Hay una realidad histórica: que el país de Panamá se fundó por voluntad de EE.UU. y sus primeros 100 años fueron marcados directamente por la influencia estadounidense.
Nuestra relación no es la clásica que existe en buena parte de Latinoamérica, que todo el mundo como que espera que la población sea "antiyanqui".
La relación es casi como familiar, como si EE.UU. fuera un tío, un padre, un abuelo... y que de vez en cuando se pone violento. Pero el panameño no es una persona que ande por ahí odiando al gringo.
Culturalmente, nuestras ventanas dan al norte, no hacia Latinoamérica. Nosotros escuchábamos más música de EE.UU., la literatura, la televisión... tienen mucha influencia.
Hay una conexión muy fuerte con EE.UU. en la que no todo es ni amor ni odio, hay un poco de todo. Es una relación rara, la de una familia con problemas y llena de contradicciones, pero familia al fin y al cabo.
Así lo veo yo y quizá es la única manera de explicar la invasión y por qué la gente no se hizo antiestadounidense tras lo sucedido.
¿Qué fue lo que más le impactó de lo que escuchó entre tantos testimonios?
Me sorprendió e impactó el sufrimiento de la gente que contaba en primera persona cómo perdió a alguien en los fuegos, por los proyectiles, las balas...
Sentir su dolor y entender por su manera de hablar o por la zona donde vivía que no tenían nada que ver, sin ninguna conexión militar ni nada con lo que sucedía, y sin recursos para salir de donde estaban. Eso me impactó mucho.
También los testimonios de quienes lucharon con las Fuerzas de Defensa y en los Batallones de la Dignidad (grupos paramilitares afines a Noriega y contrarios a la presencia de EE.UU.), que en aquella época uno solo pensaba que eran simplemente "gente mala" que tenía una falsa bandera y falsa idea de lo que era ser patriota.
Al escucharlos, me di cuenta de que Noriega y su gente se robó el concepto de nacionalismo y se lo vendió de manera totalmente interesada para sus propios fines a esta parte de la población, que solo quería hacer el bien por su patria.
Era gente que había sido convencida de que defender a Noriega era defender a Panamá. Cuando ellos te contaban cómo sufrieron la invasión, cuando vieron que había muy pocos peleando junto a ellos... entonces te das cuenta de que hay gente que cayó en esa especie de truco.
Hacer un documental sobre un tema tan delicado le tuvo que acarrear muchas críticas.
La suerte que tuve fue recibir críticas de ambos lados. La gente de una izquierda más dura me acusó de no haber sido mas crítico con EE.UU., pero también la gente de clase alta en Panamá me criticó por lo contrario...
Era un tema peligroso de abordar, yo pensé que me iban a caer encima por todos lados, pero la verdad es que no tuve grandes críticas.
Están las voces de casi todo el espectro de la sociedad panameña, así que las contradicciones están ahí para seguir creando diálogo. Sentí que la gente estaba contenta de que se hiciera el documental, por incompleto que sea.
Puedes estar de acuerdo o no con él, pero el consenso era que había que empezar a hablar de la invasión.
El documental cierra con la voz de Noriega, al que usted entrevistó en la cárcel, y quien coincide en que "hay una generación que no conoce, que se le niega saber" sobre la invasión, por lo que nadie la recuerda. ¿Dijo esta frase como justificación a sus acciones o con parte de autocrítica?
Aquella charla fue bien rara. Él tenía una agenda muy clara de lo que quería decir y lo que no, por lo que no llegamos a un conversación de reflexión sobre el tema, era más bien como su deseo de fijar lo que sería su figura en la historia. Y esa fue una de las razones por las que no usé mucho de aquella entrevista de dos horas y media en el documental final.
La impresión más grande que me llevé de la charla fue que él también fue sorprendido, no se imaginaba que EE.UU. lo iba a invadir porque se sentía muy cercano a aquel país. Aún estando enfrentado a ellos, no creía que le iban a caer encima.
Una de las respuestas más interesantes fue cuando le pregunté: “Bueno, después de todo lo que pasó, imagino que tienes sentimientos ‘antiyanquis’, antiestadounidenses...”. Y él me dijo: “No, de ninguna manera, esa gente eran mis amigos, eran mis mentores, estudié con los mejores en la CIA... les tengo mucho respeto y ellos hicieron lo que tenían que hacer”.