¿Quién es el director del Dane? ¿Quién es una de las pocas estrellas del gobierno que termina? Es un bogotano de 45 años que ha sufrido el matoneo por su forma de hablar. Es un economista de la U. del Rosario. Es un tipo que duerme poco. Es un profesor tan cuchilla que le dicen “Omiedo”. Es un obsesivo de la limpieza. Es el hombre que instauró un riguroso modelo de recolección y análisis de datos que hoy mide mucho mejor la realidad de Colombia. Es Juan Daniel Oviedo, el funcionario que no le aceptó a Petro seguir en el cargo con la idea de estudiar historia del arte en Italia.
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El trasteo de Juan Daniel Oviedo, cuando deje su oficina como director del Dane, no va a ser rápido ni sencillo. Durante los cuatro años en que estuvo a la cabeza de esa entidad, este bogotano de 45 años armó su espacio a la medida de sus gustos: al fin y al cabo era el lugar donde pasaba la mayor parte de sus días. Arte en las paredes, lámparas de diseño en cada esquina, plantas y libros en mesas y bibliotecas, un tapete de tejido turco y, lo más importante: la cobija de lana que le hizo su mamá y que le sirvió para las muchas noches que pasó derecho por cuenta de su ritmo de trabajo.
Oviedo Arango es economista de la Universidad del Rosario. Tiene una maestría en Economía Matemática y Econometría, y un doctorado en Economía de la Universidad de Toulouse, Francia. Ha sido profesor y director de Planeación y Efectividad Institucional en el Rosario. También asesor de diferentes entidades, entre ellas el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Este profesional cargado de éxitos –que hoy goza de una de las más altas aprobaciones entre los funcionarios del gobierno saliente de Iván Duque– sigue siendo para su familia: “el bebé”.
Estudió primaria y bachillerato en el Colegio Nuestra Señora del Rosario y desde entonces se acostumbró a ocupar los primeros puestos. De niño comprendió que el estudio era su arma más efectiva para lidiar contra un matoneo que no lo ha abandonado nunca. Basta recordar que, desde el momento en que se posesionó en el Dane, comenzó a ser motivo de burla por su manera de hablar. “El gomelo”, como resultó apodado, ha llegado a tener imitadores en casi todos los programas de humor del país. Pero a punta de trabajo logró callar las mofas y convertirse en motivo de aplauso.
Aunque su periodo en el Dane no empezó con el viento a favor –sobre todo por los contratiempos que enfrentó durante la realización del censo–, Oviedo les puso la cara a las críticas y consiguió enderezar el timón. Sus estadísticas periódicas se volvieron necesarias para los colombianos. Nunca un director de esa entidad se había sentado a explicar de forma clara cifras de asuntos cotidianos, como el costo de la carne, o de realidades difíciles, como el embarazo infantil. Instauró un modelo riguroso de recolección y análisis de datos, que pudo afianzar en un tiempo tan complicado como la pandemia.
El presidente electo Gustavo Petro quiso su continuidad en el cargo. Oviedo alcanzó a considerarlo, pero al final decidió dar un paso al costado. Durante el proceso de empalme vio que no había acuerdo en algunos de los temas que él ha defendido en estos años y que, según su opinión, deberían seguir desarrollándose. Tal vez también tuvo que ver algún asunto personal. Su deseo de irse a estudiar historia del arte a Italia, o la idea de probarse en otro cargo público. Incluso sueña con la Alcaldía de Bogotá. Lo cierto es que en el siguiente paso seguirá buscando ser el número uno. De lo contrario el camino se pondría aburrido.
¿Cómo se ha sentido sin bullying? La gente pasó de criticarlo y burlarse de usted, sobre todo por su forma de hablar, a aplaudirlo y felicitarlo.
Eso me tiene asombrado. Porque toda mi vida me ha dolido mucho el bullying. En el colegio lo enfrenté encerrándome en el estudio. Dije: bueno, si no tengo la oportunidad de ser sociable, voy a estudiar y a prepararme para salir adelante. En el trabajo, pues ha sido trabajando. ¿Qué más podía hacer? Yo no iba a salir a decir: como no les gusta la forma en que hablo, busquen otro director del Dane. La única opción era trabajar. Y al final la gente empezó a decir: el man está haciendo la tarea. Lo que se ha visto en este cierre de ciclo es una prueba de que la disciplina puede romper estigmas. Pero reconozco que al comienzo esas críticas me dolieron. Ahora, te tengo que confesar: yo sufro porque siempre estoy en función del reconocimiento, pero no valoro cuando ese reconocimiento viene de afuera. Es un tema personal.
En esa búsqueda de la disciplina y la excelencia tuvo mucho que ver su abuelo materno, Plutarco Arango. ¿Por qué lo marcó tanto?
Mi abuelo fue mi figura paterna, no mi papá. Pero mi relación con él solo duró diez años: del 77, cuando nací, al 87, cuando murió. Nací el mismo día que él, 16 de marzo. Y eso que mi mamá de cierta forma buscó que yo naciera antes porque quería que mi cumpleaños coincidiera con el de mi papá, que era el 9. Puede parecer una cosa muy boba, pero eso a mí me marcó muchísimo. Mi abuelo era mi amigo, me preparaba el desayuno para ir al colegio, me esperaba en la ruta, me compraba helado cuando sacaba buenas notas. Él era carpintero y de la plata que recibía de hacer un clóset o una mesa de noche me regalaba cosas. Cuando yo estaba en quinto de primaria, le dio cáncer. Y tomó una decisión que para mí fue muy difícil: Juan Daniel no me puede ver. Murió el año en el que yo pasaba a bachillerato. En el Colegio Nuestra Señora del Rosario, donde estudié, ese salto era paradigmático. La exigencia académica era mayor. El sexto se lo tiraba mucha gente. Yo tenía ese miedo: me quedé solo, sin mi abuelo, y no quiero causarle problemas a mi mamá. Tengo que ponerme a estudiar. Eso fue. Porque mis calificaciones de primaria eran normales. En bachillerato empecé a ser el mejor. Todo el tiempo.
Tiene tatuado el nombre de su abuelo, ¿cierto?
Sí, aquí en el pecho. Tengo su nombre al revés porque es solo para que yo lo lea. Ante el espejo. El tatuaje fue hecho solo para mí.
¿Por qué fue tan difícil la relación con su padre?
Nunca le sentí cariño a mi padre. Algo que me daba mucha rabia de él es que le sacaba en cara las cosas a mi mamá. Ella era la típica mujer del 45 por ciento de parejas heterosexuales en las que la mujer cuida y el hombre provee. Siempre fue firme con él. Se separaron en el 91 y fue traumático. Nosotros vivíamos en una casa, en Normandía, y nos tuvimos que ir a un apartamento pequeñísimo. Además estaba el tema de la manutención, sobre todo la mía. Pero una de las cosas que más me duelen hoy de él es que obligó a mis hermanos a cambiar sus apellidos. Roberto y Margarita, mis dos hermanos mayores, son hijos del primer matrimonio de mi mamá, de su primera vida en Cali. A ella le fue mal con su primer esposo y terminó trabajando en Barranquilla, en el aeropuerto, emitiendo tiquetes. Allá conoció a mi papá, que era piloto. Se vinieron a Bogotá, se casaron y al año nací yo. Pero luego, al separarse, él hizo esa cosa tan cruel con mis hermanos.
¿Después de la separación siguió viéndolo?
Había cosas muy jartas. Él no entendía lo que generaba en mí el hecho de que me hiciera ir a su casa –que había sido la mía–, donde ya estaba con otra señora, en una vida muy cómoda y distinta a la que habíamos tenido. Me hacía esperarlo solo, ahí sentado, hasta que por fin bajaba y me decía que no tenía plata, que pasara otro día. Rápidamente decidí que por ese camino no iba a estar. No quería exponerme así. Le dije a mi mamá que no le iba a pedir plata a mi papá. Ella me dijo: “yo tampoco”. Se puso a trabajar de vendedora en un almacén a donde iban los ricachones de Los Lagartos. Ahí compraban vestidos de baño para ir al club. En esa época el precio de un vestido de baño era dos veces el sueldo de mi mamá. Con ese trabajo pudo ayudarme a pagar los primeros semestres de la Universidad del Rosario.
Entró a estudiar economía, pero su primera vocación era la medicina, ¿no es así?
Quería ser médico, sí, pero le tengo pavor a la sangre. Cuando saqué 390 en el Icfes todas las universidades me buscaban. Me escribían cartas. Yo sabía que los Andes era la mejor en economía, pero no podía escogerla porque era muy cara. En cambio en el Rosario daban becas a los quince mejores bachilleres del colegio. Lo que hice fue ser el mejor alumno para ganarme una de esas becas. En la universidad ya empecé a encontrar caminos para conseguir plata. Como era bueno en sistemas, me contrataron en Educación Continuada para hacer las bases de datos de correspondencia e imprimir y pegar los stickers de los folletos que enviaban. Ese fue mi primer trabajo.
Usted cuenta que desde niño ha sufrido bullying. En el colegio eso tuvo que ver también con una cicatriz que le quedó en la cara por un accidente. ¿Cómo es esa historia?
Sí, el tema de la cicatriz fue traumático. Me quedó como una zeta. Por eso tengo la boca un poco torcida. Los médicos tuvieron que jalar el músculo. Yo era muy pequeño. En los momentos de opulencia, a mí solo me daban leche de polvo holandesa. Eran unos tarros gigantes, azules, lindos, que mi papá traía de no sé dónde. Un día a la persona que ayudaba en la casa se le ocurrió que esos tarros podían ser cestos de basura y puso uno en el cuarto de juegos. Me caí encima. Se me abrió completamente la cara con la lata. Fueron 72 puntos internos y externos. Mi mamá no estaba, mi papá –que siempre le echó la culpa de eso a ella por no estar– andaba de viaje. Mi abuelo, angustiadísimo, me cogió en brazos y me llevó en un taxi al Lorencita Villegas. Allá me operaron. Y fue muy duro, porque además tuve que pasar una temporada con los brazos separados, de frente, para que no pudiera tocarme y dañar la cicatriz. Imaginarás ir al colegio con semejante chamba. Me ponían apodos espantosos. Monster. Rataniel. Esa cicatriz generó una montadera tenaz. Fue un factor de rechazo constante.
Sumado a la voz...
Claro, los problemas que tuve de nacimiento con mi voz más aguda de lo normal. Yo sufrí unas afecciones respiratorias, de adenoides, que me dificultaban la respiración por la nariz. Siempre respiré por la boca. Y como por la boca el aire entra frío (la nariz lo calienta), eso puso las cuerdas vocales más agudas. Por eso he tenido lo que la gente llama “voz de niña”. De chiquito contestaba el teléfono y pensaban que era una niña.
¿Y por eso ha ido a tantas terapias de fonoaudiología?
Esa historia también fue cruel para mí. Recuerdo que Mario Suárez Melo era el rector del Rosario. Yo estaba recién entrado a la universidad y en alguna reunión él me dijo: “usted debería aprovechar que nosotros tenemos una facultad de fonoaudiología para que le arreglen la voz”. No sé si lo hizo por bien, pero fue duro aceptarlo. Empecé a ir a la fonoaudióloga para corregir la erre marcada y el seseo, que también tenía. Después, ya como en el 2011, volví a terapia para el tema de la voz. Para que no fuera tan aguda. Me tocaba hacer ejercicios constantes, bajar con las manos la manzana de Adán y cosas así. Iba una o dos veces por semana, hasta que la terapeuta me dio un diagnóstico que me pareció un poco intrusivo y no volví.
¿Qué le dijo?
Que creía que el tema también era difícil por mi homosexualidad. Le contesté: tú no eres psicóloga, no te metas con eso. Y renuncié a esa terapia. Me alcanzaron a recomendar una operación para el engrosamiento de cuerdas vocales, que es habitual en las personas trans que quieren pasar de grave a agudo o de agudo a grave. Pero qué me iba a operar. Hay que reconocer las limitaciones. Aunque fue una dificultad tremenda. En el Dane también lo fue.
Usted participó en la pasada marcha del orgullo gay en Bogotá. Como director del Dane, quiso promover el registro voluntario de la comunidad LGBT para darle mayor visibilidad. Pero también fue en nombre propio...
Sí, y hace poco una mamá se me acercó en la calle y me dijo: “no sabe lo que ha significado para mi hijo que usted haya hecho ese video en la marcha del orgullo gay”, a donde, en efecto, fui a hacer una tarea, pero también estaba ahí como algo personal. Me dijo que eso fue paradigmático para su hijo gay.
¿Cómo le ha ido con el amor? Me han contado que lo han hecho sufrir mucho...
Mis primeros novios los tuve en Francia. Yo me di cuenta de mi verdad allá. Por eso estoy tan agradecido de haber viajado. De lo contrario hubiera sido más duro aceptar. Allá, solo, comprendí que estaba ejerciendo algo más asociado con un estereotipo. Porque yo tuve novias. Incluso una quiso irse a vivir conmigo a Francia. Pero le dije no, no, no. Precisamente por esas dudas. Y en Toulouse también alcancé a tener una novia, al comienzo de la universidad. Pero no me estaba sintiendo bien, no quería seguir lastimando a otras personas con esa confusión mía.
¿Qué hizo entonces?
En el segundo año de mi doctorado me gané un internship en una empresa de consultoría en Londres, y allá conocí a un man que vivía en París. Benoit. Empezamos a tener una relación a distancia, muy linda. Yo ya había acabado todas las clases y me iba a dedicar a la tesis. Me propuso que me fuera a vivir con él. Listo, intentémoslo, le dije. Pero cuando llegué a su apartamento estaba con otro man. Me devolví. Él empezó a ir todas las semanas a Toulouse a rogarme y terminé perdonándolo. Yo me le destapé a mi mamá cuando estaba en un buen momento de mi relación con Benoit. Ella había ido a visitarme en Navidad. Primero le dije que era un buen amigo, pero después le expliqué: esto es así y así. Fue trágico. Se quería devolver. Creo que mi mamá no me perdona eso. Que yo sea gay. Es una de sus frustraciones. Porque ningún novio le ha parecido bueno. Tal vez ella siempre ha soñado con tener un nieto o una nieta mía. También puede ser que, si quiso tanto a mi papá –y uno no puede juzgarla por eso– quiera una descendencia de ese amor.
¿Se sintió mejor después de haberlo dicho?
Obvio. En Toulouse me sentí bien cuando lo acepté. Me liberé y eso me permitió ser más extrovertido, conocer más gente. Cuando se lo dije a mi mamá, uf, qué alivio. Después fue el turno de contarle a mi mejor amigo. Y ya. Todo eso fue en el marco de mi relación con Benoit, que al final no funcionó. Cuando volví a Bogotá, conocí a otro man con el que tuve un amor tormentoso. Yo estaba recién desempacado de Francia y me fui a vivir con él. Mi mamá me decía: “cómo así, pero si usted es profesor del Rosario, cómo se va a ir a vivir con un aparecido”. Ella quiere que yo sea novio o esposo de un ministro. Ese día de pronto no le encontrará el feo. En esa relación me enamoré muchísimo. Y sufrí. Esa tusa me llevó a terapia, en el 2009.
Pero ya tiene una relación más tranquila y estable, ¿no?
Sí, salí de la tusa y encontré a Sebastián. Yo busco que mis relaciones sentimentales sean complementos. Qué aburrido sería llegar a la casa y hablar de lo mismo que uno oye en el trabajo. Sebastián es diseñador, trabaja en el diseño de ropa alternativa con mujeres trans del barrio Santa Fe. Es una relación en la que ha habido problemas, pero hay algo que valoro: la complicidad. En estos días que he estado estresado, como él sabe que me gusta patinar, hemos salido a rodar. Me dijo que fuéramos hasta la iglesia de Lourdes, donde está mi abuelo, en los osarios. Ese es un acto solemne mío: visitar a mi abuelo. Ir a Lourdes, fumarse un cigarrillo, saludarlo.
¿Qué tan fácil es convivir con usted? Porque cuentan que es muy estricto en los asuntos cotidianos. No puede ver un cuadro torcido ni un doble pliegue en un pantalón, por ejemplo...
Un doble pliegue es la demostración más clara de la ineptitud. Si alguien se responsabiliza del mantenimiento de la ropa, tiene que hacerlo correctamente. Por eso a Elizabeth, que es la persona que me ayuda en mi casa, le dije: para que nos vaya bien a usted y a mí el resto de la vida, ni una camisa ni un pantalón con doble pliegue. De chiquito yo peleaba por eso. Siempre he tenido esa obsesión. Y la limpieza. Todo el tiempo estoy limpiando. Peleo porque me tuercen los cuadros. Organizo los billetes. Tengo espacios en mi clóset con los sacos color tierra, azul, gris, negro... En fin.
Y en las clases como que es ‘cuchilla’. ¿Es verdad que sus alumnos le dicen ‘Omiedo’?
Ese es el rumor en el Rosario. Clases con ‘Omiedo’. No soy un profesor amiguero. Me parece fatal. Así que les digo: aquí vamos a trabajar, no a ser amigos. Vamos a aprender y a ser críticos. Punto. No soy de los profesores “buenas papas” que salen a tomar cerveza con los alumnos. En el Dane me pasó lo mismo. Cuando me recibieron, me dijeron: “esto es una familia”. Yo dije no. Yo no llego a ninguna familia. El Dane es una organización. No hay papitos, ni mamitas, ni hermanitos. Hay trabajadores. Por eso no me quieren acá. El sindicato sacó una carta que decía: “En la Colombia Humana, no más Juanda”. Antes al director le pasaban los documentos por debajo de la puerta y él los recitaba. La gente estaba acostumbrada a eso. Yo reviso todo. Soy muy claro y nada confianzudo. Ha sido un choque fuerte la cultura académica y crítica al interior del Dane. Pero eso nos ha ahorrado dolores de cabeza.
Sus ritmos de trabajo lo llevan a dormir muy poco. ¿Cuántas horas duerme?
Ese es uno de los temas de los que no me siento orgulloso. Porque no puedes pensar que por tener un sueño profundo ya está. Eso sí: yo me siento y duermo una hora y chao. En la universidad empecé a darme cuenta de las virtudes de mi sueño. Rumbeaba entre semana, pero me levantaba temprano y llegaba con la tarea hecha. Aunque el gran causante fue mi trabajo con María del Rosario Guerra en el Ministerio de Comunicaciones. En mis dos hitos profesionales, previos al Dane, he sido un buen segundón. Sin modestia alguna, yo fui el ‘ministrico’ de Comunicaciones y el ‘rectorcito’ del Rosario. Como ‘ministrico’, todo pasaba por mí. María del Rosario no firmaba nada si yo no lo había revisado. Fueron meses de trabajo muy duro en los que las señoras de la cafetería me llevaban dos termos de café en la noche y los celadores me dejaban galletas en la madrugada. Ahora procuro dormir unas cuatro horas. Lo he logrado gracias a la disciplina del deporte. Troto a las cuatro y media de la mañana en el Parque Nacional. Eso implica que a las 11:30 o 12 de la noche tenga que salir de la oficina a la casa, como Cenicienta.
Y se mantiene a punta de frutas y gotas homeopáticas...
Desde niño he sido como un mico. En los momentos difíciles, el dolor de mi mamá era no contar con el presupuesto para tenerme una canasta de frutas. Siempre estoy comiendo un banano, una mandarina. Por otro lado, como no duermo, subo las defensas con gotas de oxígeno, un sorbito diario de plata coloidal... A mí me gusta comer bien. Pero esa sensación posterior, que alguien tenga que estar jalándote porque te estás durmiendo mientras tú tratas de poner atención, no. Eso no. Me gusta ser productivo en el trabajo.
Es curioso que alguien tan perfeccionista tenga como libro preferido uno que se titula En defensa del error, de Kathryn Schulz...
Me parece superimportante ese libro. Creo que siempre es mejor decir: me equivoqué. Y eso fue lo que llevó a que la gente quisiera que me fuera. Cuando dije que el Dane se había equivocado en el censo, en el cálculo del PIB departamental, la gente saltó: ¿pero por qué no saca esos datos y pone otros y ya? Economistas de trayectoria me decían que no hiciera tanto escándalo. Pero cómo iba a quedarme callado solo por mantener la apariencia de que el Dane no se equivoca. Ese libro fue un regalo en mi cumpleaños previo a ser director. Alcancé a leerlo antes. Así que cuando se presentó la situación, dije: vamos a asumirlo. Pero no te imaginas la avalancha. Ese sindicato se afianzó cuando salí a decir eso. Porque, claro, “los trapos sucios se lavan en casa”.
Ya no va a seguir como director, ¿qué cree que va a pasar?
Lo que me pase a mí es lo que menos me interesa. Pero sí me estresa que ese reconocimiento que hay alrededor del Dane siga. Las verdaderas transformaciones se construyen con relevos. No pueden ser de una persona. Para mí, esto es como la cuota inicial de un cambio. Pero no voy a ser el caudillo de eso. No quiero ser el viejito que dio cifras durante veinte años.
¿Su próximo destino va a ser Florencia, Italia, donde tiene planeado estudiar historia del arte?
No puedo irme de una para allá. Necesito una descompresión primero, y voy a hacerla en Mompox. Yo sabía que esto acá iba a cambiar. Por eso cuando llegué de Ginebra, en junio, cogí la camioneta y me fui a Mompox a buscar casa. Ya tengo todo preparado. También he venido ahorrando de mi sueldo para irme a Florencia. A vivir raspando, pero estoy listo. O si se presenta la oportunidad de pensar en otras formas de aportar al servicio público del país.
Usted ya tiene experiencia en lo de vivir raspando. ¿No fue algo así lo que pasó cuando llegó a Francia y trabajó recogiendo manzanas?
Ese fue mi primer viaje al exterior. Sabía dónde iba estudiar, porque el Rosario me había dado una beca, pero no tenía idea de dónde vivir. Mi mamá iba a dejarme una tarjeta de crédito para mantenerme a punta de avances, mientras llegaba a Toulouse, pero se le olvidó. Era verano. Yo no sabía francés. Me había ido con el diccionario del colegio y con eso armaba las frases, palabra por palabra. Busqué opciones de trabajo. Había para recoger manzanas o ser mesero. En la de mesero me dijeron que sin saber el idioma era imposible. Lo de las manzanas quedaba a 45 minutos en bus desde Toulouse. Me fui para allá. La señora de la finca se dio cuenta de que yo estaba en la inmunda. Me enseñó a recoger las manzanas, me dio una carpa y me consiguió una bicicleta, que era como para un niño de ocho años. Durante un mes hice viajes de cuarenta minutos en esa cicla.
Ahora quiere estudiar algo que no es su especialidad, o tal vez probarse en un nuevo cargo público. ¿Para usted es importante estar retándose?
Te has dado cuenta. Y no estoy diciendo que el puesto del Dane sea la cenicienta. Aunque el Gobierno sí lo ve como la cenicienta. El único personaje de gran envergadura que ha reconocido públicamente la labor que he hecho en el Dane no fue Duque. Fue Petro, como candidato. La única persona. No sabes lo que me duele eso. Muchísimo. Y con total transparencia te lo digo: mantener la independencia fue muy difícil. Muy difícil.
¿Usted votó por Gustavo Petro?
No voté. No pude porque viajé a Ginebra, a una reunión de la OCDE que empezaba el lunes a primera hora. Yo tenía tres ponencias ese día y no podía llegar tarde. En la primera vuelta le di el voto a Fajardo. A ese man la gente lo critica, pero me parece una persona honesta, con una trayectoria visible. Voté por él porque quería que pasara el umbral y me sentí satisfecho cuando lo logró raspando. Pero cuando vi que salió este señor Rodolfo... Creo que, como muchos, en boca de urna hubiera terminado renunciando al voto en blanco y votando por Petro.
Hace un momento se dio la bendición. ¿Cree en Dios?
Soy católico, pero me he alejado del rito. A veces, cuando troto, voy rezando. Aprendí meditación y conocí el concepto del mantra. La repetición me ayuda a no pensar en nada. Cuando fui profesor en Shanghái, en el 2018, visité un templo budista. A la salida un monje me dio esta pulserita que tiene el símbolo que para ellos representa la disciplina. Me interesa el concepto de religión con una raíz común y explicaciones distintas. Me encantan ideas como la de alimentar a Buda. Más alegres, menos culposas. Además el catolicismo no ha sido muy consistente con el tema de la homosexualidad. Eso me da un poco de rabia. Pero sí: creo en Dios. A mi manera.
Al final eso de ‘gomelo’ como que no le encaja del todo, ¿cierto?
Los que dijeron “este gomelo pendejo” deben estar arrepentidos. El buen gusto está. Y mi círculo de amigos siempre era el de los gomelos. De pronto de ahí viene el acento que dicen que tengo. Pero la gente cree que eso implica ser hijo de papi y mami. Por eso existen los dichos: las apariencias engañan.