(EFE). Miles de personas llegan año tras año hasta la iglesia de los Reyes Magos en Cajititlán, un pequeño poblado en Jalisco, al oeste de México, pero no para pedir regalos materiales a sus santas majestades sino para solicitarles y agradecerles milagros.
En este pueblo situado a unos 50 kilómetros de Guadalajara, capital de Jalisco, los Reyes no llegan el 6 de enero, sino que tienen un santuario en el que permanecen todo el año.
En realidad son tres figuras religiosas que los creyentes veneran a diario, aunque en estas fechas las sacan a las calles para bendecirlas en una gran fiesta.
La festividad se extiende por nueve días (del 31 de diciembre al 8 de enero) y es una tradición de más de 400 años de antigüedad que logra congregar hasta un millón y medio de personas, asegura a Efe Miguel León Corrales, director del proyecto Cajititlán Sustentable, del municipio de Tlajomulco de Zúñiga.
Corrales explica que la veneración a estas tres figuras data de la época precolombina y fue retomada por la Iglesia Católica gracias a unos frailes franciscanos que fomentaron ese culto.
Luego de un incendio de la iglesia en 1932, las "estatuillas se perdieron y a principios del siglo pasado fueron encontradas; a partir de ese reencuentro (la veneración) ha cobrado cada vez más fuerza", dice el funcionario, quien sitúa esta como la segunda festividad más masiva del mundo en torno a los Reyes Magos.
Según la tradición católica los niños escriben una carta a Melchor, Gaspar y Baltazar para pedirles los juguetes que quieren recibir. La noche antes del 6 de enero los pequeños dejan un zapato en el árbol navideño o en el nacimiento (belén), que a la mañana siguiente amanece con los regalos solicitados.
En Cajititlán, los deseos no se plasman en cartas ni se dejan zapatos. Aquí, niños y adultos llegan de muy lejos hasta el altar de la iglesia para venerar a las tres figuras hechas de madera de mezquite y que en el color de sus rostros reflejan la diversidad de razas.
De rodillas o danzando, los fieles se acercan a los Reyes para orar y agradecerles, además de recibir una bendición al colocarse, solos o en familia, bajo las capas de las estatuillas, por unos instantes.
Muchos de ellos llegan al inicio de la fiesta, el 31 de diciembre, y pernoctan durante los nueve días en las calles del pueblo para estar presenten en los novenarios, los bailables y las peregrinaciones de jóvenes con capa roja y máscaras negras, representando a los esclavos negros de sus santas majestades.
Como hace una década, Silvia López vino al santuario para pedir por la salud de su madre, pues los Reyes "son muy milagrosos", dice.
Asegura que han concedido milagros a ella y a sus familiares y que por ello les prometió regresar.
"Mientras Dios nos dé licencia de seguir, yo quiero seguir viniendo cada año", se compromete.
María Teresa Camacho cuenta que el fervor por estas imágenes nació hace más de 20 años cuando la hija de una amiga sobrevivió a un problema de microcefalia gracias a los tres santos.
"Desde entonces les tengo amor y creencia a los milagros de los Reyes", revela.
Esta festividad es organizada también para que los 35 propietarios de lanchas y los 200 pescadores de la laguna ubicada junto al pueblo pidan a los Reyes una pesca abundante y que los visiten muchos turistas.
Por ello, cada 7 de enero las tres figuras salen de su iglesia, recorren algunas calles acompañadas de bandas musicales, para luego ser subidas a lanchas adornadas con globos multicolores, en las que atraviesan la laguna seguidas por cientos de fieles.
Aunque en los últimos dos años la contaminación de la laguna ha matado a millones de peces, José Aceves, uno de los pescadores, afirma que aún tiene fe en que los Reyes les ayuden a mejorar la pesca en esa zona de México.
"Que nos ayude a todos los compañeros y que nos vaya bien en nuestro trabajo a todos", dice el líder de la cooperativa pesquera, cuyo deseo personal es que los Reyes concedan a él y a su esposa un segundo hijo.
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— El Comercio (@elcomercio) enero 6, 2016
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