Juan Pablo II regaló a Filiberto este rosario y una medalla. También conserva su identificación como miembro de la seguridad del Papa. (Rolly Reyna / El Comercio)
Juan Pablo II regaló a Filiberto este rosario y una medalla. También conserva su identificación como miembro de la seguridad del Papa. (Rolly Reyna / El Comercio)
Thalía Cadenas

“Un rostro angelical, una sonrisa permanente y derroche de simpatía”. Así describe Filiberto Pantigoso al papa Juan Pablo II. El pontífice, hoy santo, llegó por primera vez al Perú en 1985, época en la que el país se encontraba ensombrecido por el terrorismo y golpeado por una severa crisis económica. Treinta y dos años después, los recuerdos de esta experiencia siguen emocionando a don Filiberto, quien tuvo la misión de manejar el papamóvil en Arequipa, Piura y en el distrito limeño de Villa El Salvador.

— ¿Quién lo seleccionó para esta labor?
En aquella fecha, yo era un oficial destacado en el Ministerio del Interior. Mis superiores me dieron la noticia. Siempre sentí que estuve destinado para esta misión. Para elegirme tomaron en cuenta dos cosas: mi legajo impecable como oficial y mi brevete de conductor profesional. También fue seleccionado mi colega Carlos Guayamares.

— ¿Recibió capacitación especial?
Sí, en Venezuela recibí una instrucción de tres días. Los policías de allá nos enseñaron a manejar los papamóviles. Los colegas hacían hincapié en el manejo de los frenos. La idea era que el Papa no se golpeara con la urna. Los frenos de estos vehículos eran muy precisos, apenas los pisabas el vehículo se detenía. Tuve que ser bastante meticuloso: medir la fuerza de mi pisada.

— ¿Quién trajo los papamóviles?
Mi colega y yo también recibimos el encargo de traer los vehículos en un avión carguero de la FAP. Recuerdo que uno de los papamóviles tenía aire acondicionado y el otro no. Tuvimos un inconveniente al intentar meterlos en la nave: las llantas blindadas de los papamóviles eran muy altas, así que tuvimos que bajarles la presión para que pudieran entrar.

— ¿Cómo fue su encuentro con Juan Pablo II?
Muy emocionante. Me miró y yo también. Me bendijo y yo le hice la señal de gracias. Tenía un rostro angelical, siempre estaba sonriendo. En ningún momento lo vi serio. Derrochaba bastante simpatía.

— ¿Qué le gritaba la gente al Santo Padre?
La gente le decía: “¡Papa bendito!”. Se sentía el cariño.

—Cuéntenos sobre las labores de seguridad previas a la llegada del Papa...
La ruta por donde se desplazaría el Papa era secreta; sin embargo, la prensa filtró la información el mismo día en que llegó el pontífice. Nosotros [los choferes y el equipo de seguridad] viajamos a Arequipa cuatro días antes para estudiar la zona. Nos dijeron que si había un atentado, la prioridad era velar por la vida del Santo Padre.

—Y los agentes de seguridad que llegaron del Vaticano, ¿de qué se encargaron?
Uno de ellos iba en el asiento de copiloto. Él era quien me indicaba si el Papa quería que aumentara o bajara la velocidad. El máximo jefe de la Iglesia se comunicaba con él a través de señas. Mientras iba saludando a la gente, indicaba con sus dedos si quería que condujéramos a veinte o treinta kilómetros. Una seña de dos dedos significaba veinte y tres, treinta. No quería que manejara rápido.

— ¿Cuál fue el momento más difícil del recorrido?
Hubo un momento en el que la gente rompió el cerco en el afán de intentar tocar al Papa y yo tenía la consigna de no frenar. Nos decían: “No se detengan, quienes se cruzan podrían estar haciendo eso adrede para que frenen y así atacar el vehículo”. En Piura también. No pudimos ingresar porque el río Chira se había desbordado ese año y había inundado toda la ciudad. Lo que hicimos fue dar vueltas en el aeropuerto nada más. Y como la gente se iba acercando cada vez más, en un momento ya no hubo espacio para avanzar. La policía no podía contener a tanta gente.

— ¿Tuvo miedo en algún momento?
Se trata de un momento inolvidable, la sensación aún perdura en mí. Me sentí y me siento privilegiado. Me dio la bendición por sexta vez. Es indescriptible. Uno siente que está cerca de Dios. No tuve miedo porque el peso de la responsabilidad por la tarea que me habían encomendado era más fuerte.

— Ud. dice que Juan Pablo II le hizo un milagro.
Conocí a mi papá gracias a que conduje el papamóvil. Toda mi vida creí que mi padre había fallecido en la guerra del 41 [entre Perú y Ecuador]; sin embargo, ocurrió un milagro: él me reconoció cuando vio mi nombre en los periódicos. Mi papá viajó a Piura, pero no pudo alcanzarme porque había demasiada seguridad, era imposible que pudiera acercarse. Lo importante es que más adelante nos reencontramos y fuimos inseparables hasta los años pasados, en que lamentablemente falleció.

—Teniendo en cuenta la experiencia que vivió cerca del Papa, ¿qué opina sobre su canonización?
Cuando el papa Juan Pablo II falleció yo dije que sería santo y se cumplió. Francisco lo canonizó, lo llevó a los altares. Yo ese día me amanecí. Viví ese momento como si hubiese estado en el Vaticano.

— ¿Qué le aconsejaría a quienes conducirán los papamóviles durante la visita de Francisco?
Que tengan fe y confianza en sí mismos.

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