Iván Duque es un hombre atravesado por dudas hamletianas: vengar a su mentor de la ‘traición’ de Juan Manuel Santos -que osó negociar con las FARC un acuerdo de paz para el que no fue elegido- o rendirle homenaje su figura tutelar, el ex presidente y ahora senador Álvaro Uribe, que prácticamente lo arrancó, a los 41 años, de su confortable puesto de funcionario en el Banco Interamericano de Desarrollo, para prohijarlo y convertirlo en presidente de una Colombia que él quería mantener polarizada, para convertirse en el artífice de una derrota bélica contra el movimiento guerrillero más antiguo del país.
El presidente colombiano lleva 16 meses en el poder y ya la gente pide su renuncia. No es que los electores apostasen mucho por él, un chico ‘nerd’ que no osaba aparecer en ningún afiche publicitario sin su mentor al lado, pero representaba para el imaginario popular al joven decente, correcto y caballeroso, que podría retocar o mejorar el Acuerdo de Paz.
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El problema del joven presidente es que ni él mismo sabe quién es, ni lo que quiere. Por actuar con una dureza inusitada ante lo que debió ser un paro normal convocado, para el 21 de noviembre, por la Central Unitaria de Trabajadores, el sindicato de profesores y grupos estudiantiles, convirtió una jornada de protesta contra reformas tributarias, laborales y de pensiones en un campo de batalla, en el que el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) actuó con innecesaria dureza, dejando cuatro muertos y un toque de queda inesperado, que el país no había vivido en 40 años, ocasionando el caos en Bogotá y exacerbando las protestas.
Las demandas sindicales se vieron desbordadas por una serie de reclamos individuales, que dan cuenta del descontento popular hacia el presidente, a quien se percibe como deseoso de complacer su figura tutelar Álvaro Uribe y su partido el Centro Democrático (CD).
Los cacerolazos que resuenan cada noche en las principales ciudades del país son prueba de ello. Y, contra todo pronóstico, no es en los sectores más pobres en donde se escuchan más. En Bogotá la ‘sinfonía de las cacerolas’ se oye cada noche, con más fuerza, en los barrios del norte, donde vive la gente más acomodada de la capital. Lo cual aleja cualquier teoría conspiracionista ‘castrochavista’ que se beneficiaría del descontento popular.
Duque ha sacado una serie de propuestas para calmar los reclamos: tres días al año sin pagar el Impuesto al Valor Agregado (IVA) para que la gente pueda comprar lo que quiera a menor precio, descuentos para jubilados en productos para la salud y un programa de empleo para jóvenes, pero con ellas no ha logrado amainar las protestas.
El mandatario colombiano da manotazos de ahogado, pero ni en las propias filas de su partido encuentra una boya salvadora, el ex ministro del Interior Fernando Longoño -uno de los radicales del CD- le pidió que dé un paso al costado transitoriamente y que le permita ocupar el cargo a la vicepresidenta, no sin antes recordarle a quién le debe el puesto que ocupa.