Colombia se ha sumado a la América Latina en llamas. Decenas de miles de personas protestan estos días en las calles contra el gobierno del derechista Iván Duque, que cuenta con un índice de aprobación inferior al 30%. Exigen la no aplicación de reformas al sistema laboral y de pensiones –que no fueron anunciadas oficialmente– y claman contra una ley de reforma tributaria.
Las protestas sugieren una crisis del Centro Democrático (CD), el partido de gobierno y que es liderado por el expresidente Álvaro Uribe (2002-2010).
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“El uribismo ya se quedó anticuado para lo que necesita Colombia ahora. Hay que derrotarlo sin violencia y pacíficamente en las urnas, como toca. Hay que comenzar a buscar horizontes nuevos”, pedía, durante la huelga general del pasado miércoles, Sebastián Giraldo, un estudiante de la Universidad Gran Colombia.
Duque, de 43 años, ganó la segunda vuelta de las presidenciales del 2018 con 10,4 millones de votos. Se trató del mayor apoyo electoral en la historia de Colombia. El uribismo volvía a imponerse en las urnas. Uribe o los candidatos a presidente apoyados directamente por el exmandatario habían ganado todas las presidenciales del siglo XXI, menos las del 2014.
Pero mucho ha cambiado desde entonces. Después de menos de año y medio de mandato, los índices de aprobación de Duque, considerado un moderado dentro de su partido, están por los suelos. Su mentor, Uribe, tampoco supera el 30% de aceptación, una cifra alejada de lo acostumbrado para el que era el político más popular del país.
El exmandatario está siendo investigado por la Corte Suprema de Justicia por un supuesto caso de compra de testigos. El caso ha afectado su imagen, pero la crisis de su partido no se explica, en sí misma, por el proceso en los tribunales.
Donde más problemas tiene el gobierno de Duque es en el Congreso. Existe una crisis de gobernabilidad, a pesar de que el uribismo es la principal minoría de un Legislativo muy fragmentado. El presidente no ha sido capaz de formar una alianza sólida con los partidos más cercanos a sus posiciones.
“Duque no ha querido introducir en el Congreso lo que en Colombia llamamos ‘mermelada’. Es decir, no ha querido, a cambio de apoyo, ofrecer cupos sindicativos y permitir que los parlamentarios controlen, de alguna manera, el acceso a presupuesto y contratos”, expone a El Comercio Rafael Nieto, exviceministro del Interior durante la presidencia de Uribe y precandidato presidencial en el 2018.
“Con esa decisión, que es el hecho más importante contra la corrupción política en los últimos tiempos, perdió la posibilidad de conformar mayorías parlamentarias”, añade el político uribista.
El CD ha sufrido, además, dos duros golpes. Por un lado, el ministro de Defensa, Guillermo Botero, dimitió hace unas semanas tras descubrirse que ocultó la muerte de entre ocho y 18 menores en una operación contra las disidencias de las FARC en la región de Caquetá.
Por otro lado, el partido salió muy mal parado en las elecciones locales y departamentales de hace un mes. El uribismo no solo no gano ninguna de las ciudades más importantes del país –fue la última opción en Bogotá– sino que perdió sus tradicionales bastiones de Medellín y Córdoba.
“Nos dieron una paliza. Este es un gobierno impopular. Y esa impopularidad se reflejó en las elecciones”, considera Nieto.
Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena y Santa Marta serán gobernadas, a partir de enero, por movimientos alternativos de centroizquierda, que están ganando espacios en los últimos años.
“Cuando los gobiernos no hacen el esfuerzo de implementar de manera integral su agenda, terminan perdiendo parte de su electorado, porque ellos votaron por esa agenda. La percepción que tiene un sector del electorado del CD es que este gobierno no responde adecuadamente a la expectativa de su elector”, cree Nieto.
Golpeados, pero vigentes
El uribismo parece estar tocado, pero la analista Martha Márquez, directora del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana, cree que no está hundido. “Los colombianos tienden a ser de derecha, en buena medida por la permanencia del conflicto armado y por la forma en la que se satanizó a la izquierda, asociándola solamente a izquierda armada”, señala a este Diario.
“Como corriente política que se caracteriza por su defensa del modelo neoliberal, de un capitalismo extractivista, que tiene como representantes a los sectores del aceite de palma y la ganadería, y que se caracteriza por la defensa a ultranza de la autoridad, el orden y la familia tradicional, creo que sigue vigente”, añade Márquez.
Los analistas esperan que la situación en el Gobierno y en el uribismo se acomode cuando bajen de intensidad las protestas, que parecen no haber ido in crescendo en los últimos días, como sí sucedió en Chile durante las dos primeras semanas de manifestaciones.
Quienes salen a las calles abogan por un cambio de modelo en el país. Para Yesid Camacho, un doctor presente en las inéditas movilizaciones colombianas, “la gente se dio cuenta de que la política hecha con base en la guerra, en la negación de derecho, y en ciertos ídolos de barro, no le sirve a Colombia. Necesitamos hacer una política más en favor del conjunto de la población”.