Los migrantes haitianos permanecen en el techo de una casa alquilada donde duermen en sacos de dormir, en Tapachula, estado de Chiapas, México.  (Foto: CLAUDIO CRUZ / AFP)
Los migrantes haitianos permanecen en el techo de una casa alquilada donde duermen en sacos de dormir, en Tapachula, estado de Chiapas, México. (Foto: CLAUDIO CRUZ / AFP)
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Agencia AFP

Miles de kilómetros de carretera, días enteros por montañas y selvas, asaltos, naufragios. En su camino a Estados Unidos, huyendo de la pobreza, los migrantes haitianos desgranan una tragedia.

Muchos se lanzan a la aventura alentados por familiares y amigos que alcanzaron la meta, pero que poco hablan de las desdichas que les esperan, como quedar atrapados en Tapachula.

Esta ciudad del sur de México se convirtió en un embudo donde decenas de miles de haitianos y centroamericanos buscan desesperadamente un permiso -que no llega- para avanzar hacia el anhelado norte y no ser deportados a Guatemala.

Cansados de esperar y con el poco dinero que cargan, algunos continúan su marcha indocumentados, pero en la frontera con Estados Unidos vuelven a quedar atrapados.

Miles que cruzan el Río Bravo se agolpan ahora bajo un puente que comunica a Ciudad Acuña (México) y Del Río (Texas) para pedir refugio en Estados Unidos. Las penurias, agravadas por la pandemia de COVID-19, no cesan.

Viacrucis de diez países

Cada noche a Murat “Dodo” Tilus lo despierta el insoportable dolor en un brazo que le dejó una caída en una montaña colombiana, durante la travesía para reunirse con su hermano en Miami.

El pasado 8 de agosto él, su esposa, una hija y dos nietos abandonaron Chile. Un mes después, tras cruzar por diez países, arribaron a Tapachula.

A Chile habían emigrado en 2017 aprovechando la apertura de ese país tras el terremoto de 2010 que dejó 200.000 muertos en Haití.

“Mi casa se cayó, mi familia murió, después yo hice una iniciativa con mi señora de irnos a otro país”, cuenta a la AFP Tilus, electricista de 49 años.

Pero el “sueño chileno” empezó a diluirse en 2018 cuando el gobierno impuso medidas que restringen la migración.

En Chile ahora “es muy difícil conseguir el carnet (permiso de trabajo), se encareció todo, por eso la gente quiere salir para buscar una vida mejor”, dice.

Entre él y su esposa Rose Marie reunieron unos 5.000 dólares para llegar a Tapachula.

Salieron en autobús de Arica y ahora comparten un cuarto de una humilde vivienda, donde viven otras cuatro familias haitianas. La ciudad, de 350.000 habitantes, está colapsada.

Si no fuera por las remesas de su hermano, Tilus y su familia estarían en la calle, como otros migrantes.

Entre cuatro paredes, los Tilus esperan la cita que les dieron para tramitar su solicitud de refugio en diciembre.

La Comar -entidad que atiende esas solicitudes- está desbordada. Este año ha gestionado unos 77.559 permisos, superando los 70.400 de todo 2019.

Cientos de migrantes trataron de avanzar en caravanas este mes, pero fueron reprimidos por autoridades mexicanas. “Quiero seguir (a Estados Unidos) legalmente”, afirma esperanzado Tilus.

El nuevo flujo migratorio de haitianos hacia Estados Unidos parece ser alentado por amigos y familiares que les cuentan los beneficios de vivir. en el norte. Pero nadie les advierte de la terrible experiencia que afrontarán primero. (Foto: CLAUDIO CRUZ / AFP)
El nuevo flujo migratorio de haitianos hacia Estados Unidos parece ser alentado por amigos y familiares que les cuentan los beneficios de vivir. en el norte. Pero nadie les advierte de la terrible experiencia que afrontarán primero. (Foto: CLAUDIO CRUZ / AFP)
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“No quería irme”

Como su primo “Dodo”, Judith Joseph también busca establecerse en Estados Unidos. Huyó a Chile en 2017, luego de que uno de sus tres hijos fuera asesinado.

Con dificultad para caminar, esta mujer diabética e hipertensa, de 43 años, partió el 10 de julio y recién arribó a Tapachula el 6 de septiembre junto con sus hijos menores de edad.

La familia cuenta que vivió uno de sus peores momentos en el Tapón del Darién, zona selvática entre Colombia y Panamá, donde operan grupos criminales y algunos compañeros se ahogaron intentando atravesar un río.

“Cuando pasamos la selva (...), donde estaba la montaña de Panamá, cruzábamos el río y ahí morían personas. Era muy fuerte”, recuerda Samuel, de 11 años. Otros fueron despojados de sus pocas pertenencias.

El niño evoca su vida en Haití como algo igualmente “difícil”, con su madre trabajando en un mercado.

“Cuando estaba donde mi abuela, de noche había ratones en la cocina; cuando era de día siempre había militares haitianos disparando afuera de la casa”, relata.

Judith es asistida por Samuel y Cristelle, de ocho años, quienes le ayudan a caminar y comunicarse en español.

Viven hacinados con otras personas en un precario cuarto a las afueras de Tapachula. Con dinero que reciben de parientes en Estados Unidos pagarán los 75 dólares de renta, hasta que logren el estatuto de refugiados y de ese modo seguir a Estados Unidos.

A diferencia de los centroamericanos, con un largo historial de migración indocumentada, muchos haitianos presentes en esta ciudad parecieran avanzar a ciegas.

Mi madre “me mintió y no me dijo que veníamos a México, yo no quería irme, quería quedarme en Chile”, se lamenta Samuel.

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