Durante su visita, Hasan participó en Rugby para Todos, un evento de Lamsac en el distrito de San Martín de Porres. (Rolly Reyna / El Comercio)
Durante su visita, Hasan participó en Rugby para Todos, un evento de Lamsac en el distrito de San Martín de Porres. (Rolly Reyna / El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

Hasan anotó uno de los cinco ‘tries’ (equivale a goles en el fútbol) que le permitió a Argentina obtener la medalla de bronce en el Mundial de Rugby del 2007. El mejor resultado en la historia de esa selección. Un año después concluyó su carrera profesional y se coronó campeón de Francia con su club, el Stade Toulousain.

Tras ello, Hasan se reencontró con otra afición a la que había dejado en pausa: la música. Se convirtió en barítono y actualmente lidera el grupo Café Tango.

En estos días, está de visita en Lima como parte de la delegación invitada por la Embajada de Francia para impulsar la candidatura de París como sede de los Juegos Olímpicos del 2024.

—¿Cómo se da ese paso del rugby a la música clásica?
En realidad es una continuación. Yo canto desde los 7 años, antes de jugar al rugby. Siempre era el que hacía las imitaciones, si me tenía que subir a un escenario no tenía vergüenza. Cantaba tango, folclor argentino...

—¿Cómo mezcló la rudeza del rugby con la delicadeza del canto?
Fue un poco complicado, sobre todo en cuanto a las técnicas de respiración. En mi puesto de rugby debía estar bien duro, bien compactado para impactar y la respiración era distinta. Aprender a respirar para cantar, estar relajado, fue todo un trabajo. Pero en el canto usé cosas del rugby, como el trabajo en equipo. Además, yo descubrí que tenía diafragma cuando canté. Antes era el lugar que me dejaba sin aire cuando me golpeaban [risas].

—¿Cuánto tiempo dedica al canto?
Soy una persona que no puede hacer una sola cosa, así que canto y también soy entrenador de rugby. He hecho pequeñas producciones de ópera, tengo un show de tango en Francia y ya debo haber presentado mi espectáculo más de 160 veces, calculo. También he participado en diversos recitales por Francia, eventos privados, en óperas. La última que he hecho es “La Fille du régiment” de Donizetti. Para el otro año estoy preparando “Le contes d’Hoffmann” de Offenbach. También tengo un recital de compositores argentinos que me parece importante difundir. Mi idea en cada recital es que le guste tanto a quien conoce como al que recién descubre este arte.

—El momento del himno, al inicio de los partidos, mezcla estos dos aspectos de su vida...
Es un momento muy importante, en el que piensas en toda la gente que te permitió estar ahí. Algunos dicen que los argentinos nos emocionamos de todo, pero es que pensamos en las personas alrededor, en lo que representamos, en la pasión. Eso viene con una responsabilidad grande.

—Ha estado en tres mundiales. ¿Qué pasa por la cabeza de uno en el partido inaugural?

Es muy parecido a cualquier partido pero cada acción está amplificada. Te das cuenta de que todos los partidos son importantes, por más que veas naciones más débiles.

—¿Y es más difícil subir a cantar a un escenario o entrar a una cancha?
Son dos cosas distintas. Quizás en el escenario estás más expuesto, el equivalente es al del pateador de rugby cuando convierte un penal. Pero un recital y un partido de rugby tienen el mismo fin: no sirve que yo juegue o cante bien y que el equipo pierda o que el espectáculo no sea de calidad. Por eso digo que llevé al canto la exigencia que tenía cuando jugaba rugby.

—Hace un tiempo recordaba con Diego Albanese el partido que jugaron contra Irlanda en el Mundial de 1999...
[Risas] Tengo una relación muy linda con Diego. Pese a ser chiquitito [mide 1,75 m] siempre supo imponerse ante los rivales. Aunque eso le costó perder dos dientes en un partido contra Sudáfrica. Pero volviendo al partido con Irlanda, esa jugada [en la que Albanese anotó un try a 8 minutos de que acabara el partido, con lo que clasificó Argentina por primera vez a cuartos de final] la practicaron millones de veces y nunca salía. Por cosas del destino salió y fue espectacular porque no fue un mundial fácil.

— ¿Lo dice porque su selección cambió dos veces de entrenador a pocos días de que se iniciara el torneo?
Claro, a 20 días de viajar. Pero creo que todo eso nos permitió sacar estos frutos. El partido contra Irlanda fue muy importante, logramos lo que ningún otro seleccionado argentino había conseguido... Yo me lesioné en ese partido, no pude disputar el encuentro por cuartos contra Francia.

—¿Ese Mundial marcó el despegue de Los Pumas?

Siempre hubo buenos jugadores en Argentina, el problema era que no se podía concretar el resultado. Siempre hacíamos algo mal para el Mundial y el del 99 no fue la excepción. Sin embargo, muchos jugadores ya militaban en Inglaterra y Francia, se profesionalizaron, eso ayudó a que el nivel empezara a crecer. Para mí, el cambio empezó en 1997, cuando hicimos una gira a Nueva Zelanda. Los dos partidos los perdimos: primero nos metieron 92 puntos, fue una humillación tremenda. En el segundo perdimos por 60 puntos. Eso permitió que siguiéramos trabajando y darnos cuenta de que había que cambiar.

—¿Cómo se convirtió Argentina en el mejor de América en rugby?
Hay dos cosas fundamentales. Primero, siempre hubo la curiosidad y humildad de los dirigentes para llevar a entrenadores neozelandeses, franceses, sudafricanos, australianos e ingleses para aprender. La idea era progresar y para eso debíamos llamar a los mejores. Segundo, la calidad de jugadores que surgieron, fue un grupo de distintas generaciones que se cristalizaron en el equipazo del 2007. A eso súmale que para ese Mundial fue la primera vez que hicimos una preparación física seria, fuimos 15 días a un centro de alto rendimiento en Pensacola, Florida, y se respetó el ciclo de los entrenadores.

—No jugó el partido de cuartos de final contra Francia, pero ocho años después tuvo su revancha.
Y fue espectacular. Una semana antes de arrancar no nos salía nada en los entrenamientos. Agustín Pichot [ex capitán del equipo] nos decía: “¿Qué queremos? ¡Vamos a ganar el primer partido!”. Yo llegué a ese Mundial sin ser titular, ya tenía 36 años, así que me dediqué a disfrutar. Para el último partido terminé como titular, haciendo un try y ganamos. ¡Qué más podía pedir que retirarme así de la selección!

—¡Y de su club también se retiró coronándose campeón!
Así es, fuimos campeones de Francia. Fue mi único título ahí y me bastaba, no necesitaba tres. A veces dicen que lo que uno guarda es lo último, a mí sí me pasó eso en mi carrera.

—¿Cómo se entrena un rugbier que desea estar a ese nivel?
Puedo decir que fui un adelantado. A los 19 años me di cuenta de que para disfrutar del juego necesitaba entrenar fuerte. Comencé entrenando en el gimnasio de un amigo que me dejaba ir gratis, progresé bastante rápido y luego conté con un preparador físico y un especialista en levantamiento olímpico. Cargaba 315 kilos en media sentadilla, 220 kilos en peso muerto y en pecho no era muy fuerte, solo levantaba 165 kilos.

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