A Elvira se le va la vida en una camilla del hospital de Niza. A su costado, su compañera de vida Carmen le extiende la mano y le ruega cumplir su promesa. No debe partir sin antes recorrer juntas el Perú. Parece un plan imposible: no es solo su artrosis y problemas cardíacos lo que la alejan de la tierra de su padre, sino que los apuros económicos la hacen entender que no podrá honrar su palabra.
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Pero se recupera y regresa a la casa. Allí, y viendo cerca el final, adelanta su voluntad con respecto al destino de su cuerpo. Quiere que la vistan con su hermoso vestido blanco y alhajas, y que la cremen, por miedo a que profanen su cuerpo. Unas semanas después, el 26 de enero de 1996, Elvira Chaudoir fallece.
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“Ella tenía una pequeña tienda de regalos en la Costa Azul de Francia, un negocio que había puesto con su pareja. Tenía grandes problemas económicos, después de haber sido una mujer muy adinerada”. Hugo Coya, autor del libro “Los secretos de Elvira”, anota que la protagonista de este relato murió prácticamente en la pobreza, un final poco digno para la espía que ayudó a que vencer a los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Fueron dos sus grandes aportes a la lucha. Al ver que los bombardeos eran insuficientes para que los ingleses se rindieran, los alemanes decidieron orquestar un atentado con armas químicas. Ello, sin duda, sería un duro golpe contra la moral del enemigo. El ataque ya estaba listo, pero la doble agente Elvira Chaudoir filtró información a los nazis: los británicos ya saben del plan y tienen bombas iguales o peores. “Lo que era totalmente falso, pero sirvió para neutralizar el plan”, anota Coya.
El otro fue determinante para la victoria de los Aliados. “Los alemanes ya sabían que se estaba preparando un desembarco en el continente europeo, y le pidieron a Elvira que mandara las coordenadas del lugar y así poder mover sus panzers y tropas, y evitar que se iniciara la contraofensiva –agrega el biógrafo de Chaudoir–. Le dijeron que tenía que mandar unos telegramas al Banco Espírito Santo de Lisboa pidiendo dinero para su dentista, dentro de ellos codificaría el mensaje. A través de ellos, Elvira avisó que iba a ser en la bahía de Vizcaya”. Mientras los nazis se preparaban para defender el territorio ubicado entre Francia y España, los otros tomaron Normandía.
DE LA FUENTE MARTÍNEZ
Debe la vida la niña Elvira al fortuito encuentro entre dos miembros de familias de abolengo y cuantiosas riquezas. El severo hacendado de raigambre arequipeña y heredero de grandes minas de plata del Virreinato, Ramón de la Fuente Erea, tuvo con Josefina de las Casas Arauzo del Arroyo a un brillante muchacho de nombre Edmundo, quien luego de doctorarse en Jurisprudencia en la Sorbona francesa, conoció el mundo civilizado como diplomático hasta asentarse en París. Severo y consciente de las injusticias, y al mismo tiempo audaz empresario dueño de tabacaleras en Cuba y Estados Unidos, el valenciano Vicente Martínez Ybor concibió con una mujer de apellido D’Agramonte a Dolores, quien, a la usanza de su tiempo, estudió artes hasta su viaje a la Ciudad Luz. Vestidos apropiadamente para celebrar junto al embajador estadounidense la Independencia de su país, los herederos cruzaron miradas. Él trató de cortejarla sin éxito, pero fue en una siguiente reunión, esta vez por las celebraciones de la Independencia de Francia, que ella accedió. Edmundo y Dolores se casaron el 25 de abril de 1910 en lo que fue el evento del año.
De ese amor y luego de superar un embarazo complicado, nació una niña que llevó tres nombres. Hay discrepancias sobre su fecha de natalicio: están los documentos que señalan que nació en Lima el 22 de abril de 1912, mientras que otros anotan que fue en París, el 9 de junio del 1911. Niña mimada, problemática y respondona, Elvira Josefina Concepción de la Fuente Martínez creció como una chica de ojos café claro, pelos rojos y envidiable figura que tenía el mundo a sus pies y el destino escrito. Luego de estudiar Ciencias Políticas en la École Normale Supérieure de Jeunes Filles, debía contraer nupcias y asegurar su futuro al lado de un hombre que le diera sustento y, si tenía suerte, amor.
Ella se negó a caminar al altar por mucho tiempo, causándole tristeza y temor a sus padres, quienes no entendían cómo alguien podía añorar la soledad de las solteronas. Elvira, por el contrario, quería vivir libre, un ideal que coincidía perfecto con los locos años 20 parisinos. Y así lo hizo, hasta que en el matrimonio de su íntima la modelo Aliki Diplarakou y el empresario Paul-Louis Weiller, vio a un muchacho alto y elegante. Jean Chaudoir, cuya familia se dedicaba a comerciar oro, se convertiría en su esposo, una noticia que cayó bien por casa.
Juntos conocieron Europa, Estados Unidos y el Perú, y aunque al principio la vida de pareja fue de ensueño, pronto se despertaron. Él era conservador y ella un alma libre, por lo que tuvieron desencuentros porque ella se codeaba con personas que no eran de su clase social, o porque ella exigía más tiempo en la alcoba. Cansada de ser una esposa y una vida aburrida, Elvira lo abandonó.
LA CANDIDATA IDEAL
En 1940, Elvira vivió a sus anchas. Cannes se había vuelto una ciudad perfecta, en la que podía ir de fiesta en fiesta, apostar en el casino, y encontrar tranquilidad y gozo en el amor sin limitaciones. El idilio acabó con la llegada del ejército alemán a Francia: la Segunda Guerra Mundial la obligó a refugiarse en Londres, ciudad en la que muy pronto se vio con apuros económicos.
Para costear sus altos gastos, debió trabajar como profesora de español, francés, operadora telefónica y, alguna que otra vez, como traductora para la BBC. Nada de eso la satisfacía, pero el dinero ayudaba para mantener su vida de lujos y de concurrencia a los casinos. En medio de ello, sintió el llamado patrio e intentó ayudar a la resistencia francesa en el Reino Unido. Sin embargo, se abstuvieron de contar con sus servicios por su fama de frívola.
Es entonces que, en 1942, Masefield –hombre que luego se identificaría como el teniente coronel y subdirector del Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) Claude Edward Marjoribanks– le ofrece un trabajo que cambiará su vida.
“El servicio secreto británico creó un grupo especial, llamado Doble Cruz o Comité XX, que sería integrado por cinco agentes no británicos –cuenta Coya–. Había un serbio, polaco, español, una francorrusa, y ella. No todos vivían en Inglaterra. No todos se conocían. Cada uno tenía su propio oficial de enlace que le daba instrucciones directamente”.
Elvira fue elegida, cuenta Coya, por varias razones. Por un lado, era todo lo contrario a lo que se podía esperar de una espía: no era una persona reservada, no se ocultaba, su vida no era discreta, sino que era escandalosa y atraía todas las miradas cuando entraba a un lugar. A su favor también jugó que era una mujer muy inteligente, capaz de manejar códigos secretos, hablaba en varios idiomas y tenía acceso a las altas esferas y, por tanto, a información privilegiada. Al venir de Perú, por entonces un país neutral en la guerra, no llamaría la atención.
Sus problemas de dinero, su gusto por la bebida y el juego también la hacían una candadita ideal, porque el MI6 le proponía pagarle su alocada vida con tal de que compartiera ciertos mensajes con ciertas personas. Pero todavía existían reservas sobre ella, lo que explica que tuvieran intervenido su teléfono. “Porque era una bomba de tiempo –anota Coya–. Por un lado, era todo esto, pero también era lenguaraz y podía cometer un desliz, una infidencia y contar demás a algunas de sus parejas de turno y traer abajo la operación. Por eso es que, al principio, le hacen una labor de seguimiento. Ya a la hora que le proponen el trabajo, ella casi no duda, casi acepta al instante. ‘Le vamos a dar dinero y usted se va a Francia a derrocharlo todo’. Esa fue su primera misión, ir a un lugar repleto de muchos espías. Allí ella tomó, bebió y gritó, llamó la atención y empezó a hablar a favor de los nazis, demostrando una supuesta simpatía para que se le acercaran y volverse una doble agente”.
Hugo Coya, en “Los secretos de Elvira”, anota que parte del trabajo de los agentes encubiertos del MI6 se dio a conocer al mundo el 12 de agosto de 1995 por parte del encargado de los Archivos Nacionales Británicos, Howard Davies, quien reveló estos hechos que habían permanecido ocultos durante cinco décadas bajo los sellos de secreto, reservado y confidencial. Desde hace 25 años, el mundo no deja de asombrarse de la labor de personas como Elvira Chaudoir.
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