Basura por doquier, olores putrefactos, áreas sin iluminación, filtraciones en paredes y techos es lo primero que se observa y se percibe al ingresar al hospital público Doctor José Gregorio Hernández, ubicado en el oeste de Caracas, Venezuela. Pero la situación es aún más compleja dentro de la institución, una de las principales en la capital del país petrolero.
Trabajadores del centro hospitalario, dependiente del Estado venezolano, coinciden en que no hay garantía de condiciones mínimas y necesarias de salubridad. Desde hace un par de años tienen acceso al agua, por ejemplo, una vez por semana y por unas cuantas horas.
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El personal de limpieza no cuenta con cloro, detergentes o algún tipo de desinfectante requeridos para mantener el ambiente libre de bacterias. La situación dejó sin baños operativos tanto a usuarios como al personal que ahí labora. De los sanitarios clausurados salen olores putrefactos, producto de las heces y orina humana que reposan ahí.
El servicio al paciente es precario o nulo. La unidad de salud no cuenta siquiera con gasas, inyecciones, adhesivos, suturas, compresas, sondas ni con otros insumos básicos de atención. Todo es cubierto por el enfermo, aun si llega por emergencia.
“Aquí no hay nada, quien viene debe traer todo para ser atendido. El paciente tiene que sobrevivir, no tanto a la enfermedad, sino a las condiciones del hospital. Da dolor verlos tirados en algunas de las pocas camas que todavía quedan”, expresó un trabajador con 20 años de servicio, quien pidió no ser identificado por temor a represalias.
“Tengan cuidado”. La advertencia la hacen empleados del hospital a los visitantes que, luego de la primera impresión, todavía deciden recorrer los nueve pisos del edificio. En la planta baja se espera el único ascensor operativo. Para que llegue a este nivel, debe ser solicitado con un fuerte grito y a golpes de puerta, no hay botones de llamado, funciona a medias desde hace seis años. Otros tres elevadores tienen 10 años inservibles.
En cada piso el panorama es similar, uno más tenebroso que otro. Los que más saltan a la vista son los niveles cinco y siete que se encuentran clausurados. El abandono es evidente. En ambos existe una especie de cementerio de camas quirúrgicas, proporcional a la cantidad de cupos para pacientes que se dejaron de ofrecer.
Escritorios deteriorados, recetas médicas tiradas en el piso, escombros y otros materiales se mezclan en medio de la oscuridad de esos lugares que, en determinados momentos, según denuncias de trabajadores, han servido de guarida perfecta para delincuentes e indigentes. Tanto médicos como enfermeras y pacientes han sido víctimas de robos dentro de las instalaciones.
El resto de pisos se camina entre áreas en una eterna remodelación (con más de ocho años sin concluir), departamentos de servicios cerrados y unos cuantos en funcionamiento, aunque a punto de un cierre técnico por falta de material. Ningún servicio escapa a la crítica situación.
En sus inicios, en 1974 y por varias décadas, el centro hospitalario de atención gratuita fue pionero y ejemplo a seguir en especialidades como cardiología, dermatología, hematología y neumología, entre otras tantas de medicina interna, también en pediatría, gineco-obstetricia, cirugía general, oncológica, plástica, de tórax, oftalmología, traumatología y gastroenterología, entre otras.
Pero el brillo de sus comienzos quedó en el recuerdo. En la actualidad, los servicios de terapia intensiva, siquiatría, urología, anatomía patológica y pediatría quirúrgica desaparecieron. Traumatología está apunto de cerrar por la casi nula actividad de quirófano.
Cada vez más son los pacientes que han tenido que ser trasladados a unidades privadas para realizarse una placa simple o un estudio de laboratorio, pues en el centro de salud el tomógrafo no funciona y no hay reactivos ni tubos para tomar las muestras de sangre. Desde hace 10 años, estudios como citologías y biopsias deben hacerse en sitios particulares. El suministro de medicamentos presenta un déficit importante y de dudosa calidad, situación que mantiene en alarma al personal médico.
“De los pocos medicamentos existentes en el stock del hospital, muchos de ellos son de origen chino, indio o cubano que no pasan por el estricto control del Instituto Nacional de Higiene, que por tradición es el ente encargado de dar el visto bueno, luego de análisis y pruebas. Actualmente, simplemente son aprobados por el Ministerio del Poder Popular para la Salud”, denunció un galeno de la institución con más de tres décadas de trabajo en el centro de salud.
A las múltiples fallas se le suma la diáspora de médicos y enfermeras (al menos la mitad o más en cada especialidad), a quienes les han sobrado razones para renunciar a la institución y a años de servicio.
En su mayoría se han trasladado a otros países, ahuyentados por las precarias condiciones de trabajo en el sector de la salud en Venezuela y los bajos salarios que no les alcanzan para cubrir necesidades básicas como alimentación, transporte y servicios.
El sueldo de un especialista con más de 23 años de servicio llega a poco más de 400 mil bolívares (un poco más de ocho dólares al cambio del 10 de diciembre), casi tres salarios mínimos, que con el aumento del pasado 14 de octubre quedó fijado en 150 mil, y, más aparte, un bono de alimentación de otros 150 mil para ser cambiado exclusivamente en compras de comida.
El personal consultado coincide en que se mantienen en sus puestos por mística a su profesión: “Este hospital no termina de cerrar por el interés, voluntad y amor de sus empleados, porque el sueldo es de hambre, y muchos se han tenido que ir lamentablemente. Los contratados no ingresaron por méritos propios, sino por políticas”.