El Apra y la (in)mortalidad, por Félix Puémape
El Apra y la (in)mortalidad, por Félix Puémape
Félix Puémape

El pasado 10 de abril se acabó el mito de Alan García como político imbatible. El mito del Apra acabó cinco años atrás, cuando obtuvo solo cuatro escaños en el Congreso. A partir de esto, así como ante el inicio de las pugnas para elegir un nuevo líder, en los últimos días varias voces han vaticinado el fin del partido de la estrella. Sin embargo, tal afirmación puede resultar muy prematura.   

Para mantenerse con vida un partido necesita contar con políticos electoralmente competitivos. Pese a que Alan García no buscó generar liderazgos alternativos, en los últimos años han ido surgiendo en el Apra algunos cuadros que podrían competir en elecciones y garantizar su sobrevivencia, como Mauricio Mulder y Enrique Cornejo. Mulder, a diferencia de sus otros compañeros de bancada, ha pasado de obtener 24.571 votos en el 2001 a cerca de 102.396 votos en el 2016. Por su parte, en las pasadas elecciones municipales, Cornejo fue el primer aprista en obtener el segundo lugar en una elección metropolitana. En las regiones también ha sucedido algo similar. El fin de semana pasado Alianza Popular obtuvo 14% en La Libertad, lo que reafirma una tendencia que pudo verse en las elecciones municipales cuando un joven cuadro aprista, Luis Santa María, obtuvo 24,8% pese a correr en desventaja frente a APP y al fujimorismo.  

El problema con estos cuadros es que no siempre cuentan con el apoyo unánime de la militancia para asumir posiciones de liderazgo. En el caso de Mulder, su paso por la secretaría general del partido le generó una serie de anticuerpos, al punto que los ‘jorgistas’ y los ‘cuarentones’, facciones rivales, se unieron para dar por finalizado su período como dirigente. En el caso de Cornejo, si bien es visto con simpatía por algunos ‘jorgistas’, no tiene una maquinaria propia, lo cual es clave en el aprismo para ganar elecciones internas y cimentar un liderazgo permanente. Sin embargo, aun en el caso de que las disputas por puestos o por candidaturas a futuro se agudizaran, tampoco significaría el fin del Apra. La competencia intrapartidaria no necesariamente implica el final de una organización. Eso sucede solo cuando quienes se van son los que cuentan con votos o maquinaria propia. Por lo demás, como se señala en “Anticandidatos” (Planeta, 2016), es probable que el nuevo líder aprista salga a partir de un consenso entre todas las facciones o se utilice la fórmula de un liderazgo colegiado. 

Dicho todo lo anterior, en el largo plazo el Apra sí corre un riesgo. Para mantenerse con vida un partido también necesita contar con una identidad política fuerte que permita mantener una organización mínima y la lealtad de un sector del electorado. Las identidades políticas casi siempre se dan en oposición. Así, el Apra necesita un enemigo importante para sobrevivir. Pero, si el partido entra en una lógica colaboracionista con el siguiente gobierno, lo cual no parece improbable dado que no podrían hacerle una oposición muy creíble al fujimorismo keikista o al pepekausismo, ¿cómo se va a dinamizar el antiaprismo? Sin antiaprismo no hay apristas. Sin un enemigo externo, la ambición política de los cuadros electoralmente competitivos se radicaliza, la militancia se adormece y las pugnas por el liderazgo se tornan irreconciliables, como sucede con el PPC, su ex aliado.

En el futuro cercano es probable que haya Apra para un tiempo más. Pero, ¿cuánto tiempo más? Eso depende de las decisiones que sus líderes tomen en los próximos meses. Lo que sí queda claro es que en el largo plazo solo el antiaprismo salvará al Apra.