Asistimos a un asalto múltiple y continuo que ha proferido –y profiere– graves daños a innumerables víctimas.

La historia ha sido asaltada cuando el presidente pretendió tergiversar y manipular el pasado presentando a la herencia prehispánica como la fuente de toda bondad y a la presencia española como el gen de toda maldad, inundando su mensaje inaugural de generalizaciones embutidas de falsedades y odios.

La Constitución ha sido asaltada por cuanto los ministros no fueron designados por el mandatario a propuesta y con acuerdo del presidente del Consejo de Ministros. Ha primado la improvisación, la satisfacción de facciones violentistas, la indemnidad y la mofa a la justicia.

La simbología republicana ha sido asaltada cuando, jurando el cargo, el presidente vistió un traje foráneo y declarado vestimenta oficial venezolana por el dictador y ladrón Nicolás Maduro.

La congruencia ha sido asaltada cuando el mensaje aludido estuvo anegado de anuncios huérfanos o divorciados de la convergencia necesaria que garantice un norte común.

La razón ha sido asaltada sin quietud y sin doblar esquina alguna por cuanto las designaciones han evidenciado los variados y torcidos criterios de selección de los principales colaboradores del presidente, viciando el ideal de la función pública.

La unión ha sido asaltada cuando el mandatario y sus pandilleros, exceptuando silenciosas o silenciadas presencias, optaron por dividir a los peruanos entre blancos y cholos, entre limeños y provincianos, entre ricos y pobres, evidenciando desconocer el mestizaje económico y social que configura el país.

La ley ha sido asaltada por simultáneas jefaturas y personajes ostentando poder y chantaje.

El sentido común ha sido asaltado cuando el poder formal o el fáctico generan violencia verbal, múltiples transgresiones, incendios de mineras, paralizaciones de carreteras y la subida del costo de vida.

La transparencia ha sido asaltada al rifarse licencias y concesiones a toda velocidad, con evidente maña, manoseando reglas con la proterva voluntad de levantarse en peso al Estado.

La justicia ha sido asaltada cuando se ha ocultado y protegido a ventajistas, funcionarios y parientes, actuando en el oprobio de la clandestinidad.

La verdad ha sido asaltada cuando la tarima rodante por todo el país ha servido para falsear, mentir, azuzar, dividir, caricaturizar, deshonrar y evadir la rendición de cuentas, pretendiendo burdamente esconder la ignorancia, la podredumbre y el estiércol de las decisiones y actuaciones oficiales o clandestinas.

La buena fe ha sido asaltada porque millones de peruanos han creído en la palabra del profesor convertido en presidente, quien ha configurado un presente mísero de oportunidades.

La paciencia ha sido violada por cuanto, una vez señalados los acumulados cuestionamientos o denuncias, el presidente ha mantenido a impresentables hasta su último aliento, llenando su alforja con el peso indubitable de sus pasivos.

La realidad ha sido violada porque el gobierno no la ha privilegiado al momento de tomar decisiones frente a las necesidades acuciantes de los más vulnerables.

La responsabilidad ha sido violada cuando se han designado a personas incapaces que carecen de preparación y experiencia en las funciones encomendadas.

La meritocracia ha sido violada al modificar y disminuir la valla de las calificaciones requeridas para ejercer funciones importantes, designando a quienes carecen de ellas.

La defensa nacional ha sido asaltada cuando metieron groseras manos en la institucionalidad de las Fuerzas Armadas con clara voluntad de capturarlas y someterlas políticamente.

La inteligencia nacional ha sido violada al cooptarla por personas de oscuras credenciales que presagian solo males.

El orden público ha sido asaltado al maltratar, pretendiendo deshonrar la institucionalidad policial, descabezando a una quincena de generales para imponer en el comando policial a un malsonante oficial.

En este condescendiente recuento del asalto múltiple y continuo, el pollo no estaba ni vivo ni muerto, quedó inmovilizado en un estólido trabalenguas cuya alegoría reflejaba la voluntad engañosa del niño respecto al profesor, siendo que la realidad sindica al maestro convertido en presidente, quien nos ha engañado desde el primer día, denostando a la patria, adentrándose en la soledad del repudio.

Javier González-Olaechea Franco es doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista

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