Decía Churchill: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo y el año que viene y de explicar después por qué no ha ocurrido”.
Durante las últimas décadas, el Perú experimentó un crecimiento económico impresionante. Pero cuando la lupa se enfoca en los detalles, es evidente que el crecimiento se concentró en la capital y en algunas zonas de la costa, mientras que en la mayor parte de la selva y de la sierra la pobreza y la desnutrición se acentuaron, produciéndose una migración masiva hacia la capital y capitales de provincias y dejando la zona rural en abandono.
¿Podrá un cambio en el sistema político revertir este proceso dañino? ¿Podemos detener el innegable fracaso de la regionalización que ha traído consigo corrupción y desorden?
La reforma electoral ya iniciada en el Congreso busca proponer soluciones no solo para mejorar procesos electorales confusos que dejan a la ciudadanía desconfiada y perpleja, sino también orientar las políticas para consolidar el concepto país para el futuro.
Por ello, pensar nuevamente en dos cámaras legislativas significa hacer una reforma política trascendental dentro del margen de la reforma electoral. Y es que este cambio no es solo del número de cámaras, no es solo reinstaurar el Senado. Implica mejorar la representación del ciudadano, implica repensar un proceso de descentralización (frustrado por el fracaso del modelo de los gobiernos regionales actuales que ha favorecido al inconmensurable crecimiento de Lima).
En consecuencia, como políticos responsables nos corresponde hacer efectiva la máxima constitucional que establece que el Perú es un Estado unitario, pero organizado regionalmente. Siendo así, reforzar el proceso de regionalización implica tener una segunda cámara que represente equitativamente a las regiones en el Congreso.
Hasta el momento, una sola cámara no ha cumplido con ser la que represente a todos los ciudadanos. Hay provincianos que no se sienten representados.
En Lima, por citar un ejemplo cercano, no hay esa identidad que permita ser la voz de quien te elige y trabajar de manera más próxima con los representados. Por ello, existe la imagen de los congresistas como un grupo de élite que alimenta intereses que no precisamente corresponden a los de la ciudadanía.
Cuando se instauró la unicameralidad se decía que mejorarían las leyes. ¿Ha mejorado la calidad legislativa? No del todo. Lo que existe es una carrera desesperada por presentar el mayor número de proyectos de ley y aprobarlos lo más rápido posible, exonerándolos a la mayoría del control de la segunda votación que es la que permite el espacio de reflexión. ¿En eso radica la eficiencia del trabajo parlamentario?
Don Quijote le decía a su escudero Sancho cuando fue nombrado gobernador de la ínsula Barataria: “Sancho, leyes pocas y que se cumplan”. Eso es lo que necesita el ciudadano: leyes que correspondan a su realidad, a sus intereses y que se apliquen efectivamente para sentirse protegido y reconocido por el Estado.
Repensar la bicameralidad implica contar con diputados fortalecidos por su representatividad, elegidos por distritos electorales rediseñados que les permitan estar cerca de la ciudadanía. Frente al crecimiento de la población electoral, la distancia entre el representante y el representado se ha incrementado. No es lo mismo ser el diputado de 10 mil ciudadanos que de 200 mil. No es lo mismo representar a una región donde las distancias se cubren en tiempos cortos o a una donde las distancias y las dificultades de la geografía agravan aun más el problema.
Replantear la bicameralidad implica crear un Senado que deslinde con el centralismo. En donde las regiones estén igualmente representadas, con importantes funciones de control en leyes económicas, de reforma constitucional y en nombramientos de funcionarios. Una cámara no elitista sino regionalista.
La tarea no es fácil, pero tenemos la oportunidad de recuperar esa legitimidad debilitada por un Congreso que se ve muy de lejos, muy vacío, confortable para sí, pero no para el que lo elige. Comencemos a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.