Pedro Castillo toma la delantera en el conteo de votos hecho por la ONPE. (Fotos Hugo Pérez / GEC)
Pedro Castillo toma la delantera en el conteo de votos hecho por la ONPE. (Fotos Hugo Pérez / GEC)
/ Hugo Perez
Paula Távara

Ayer 7 de junio se conmemoró el día de la bandera, esa que en las últimas semanas nos hemos arranchado unos a otros en una especie de competencia por quién era más patriota, más peruano, quién amaba más al país. Sin embargo, quizás nunca en nuestra historia reciente habíamos estado tan lejos de ser una patria.

Una patria, un pueblo, requiere una argamasa, un elemento unificador, una mirada colectiva de bien común para poder avanzar. Estas , polarizadas como ya se dijo hasta el hartazgo, han parecido contraponer dos visiones de bien común, o quizás incluso, han confrontado el sentido de lo común.

La pregunta es, entonces: ¿cómo volvemos a acercar los supuestos extremos? Es cierto que en realidad nunca estuvimos tan cerca y que la construcción social de nuestra independencia no ha sido igual para todos y todas. Reformulemos entonces: ¿cómo empezamos a acercarnos?

Quizás la primera tarea de nuestro nuevo gobierno sea hacer un profundo acto de conciencia de que el período que inicia no puede ser una extensión de la polarización de estas elecciones. Para eso, hay que aceptar hidalgamente los resultados.

Tampoco se puede intentar esconder bajo la alfombra una intención de cambio, ni intentar ejecutarla unilateralmente.

Apuesto por el cambio como elemento integrador. Primero, las encuestas nos han mostrado que la voluntad por este cambio es más grande que las preferencias electorales por una u otra candidatura. El 86% de la población (Ipsos) cree necesarios cambios, grandes o moderados, a nuestro

Segundo, porque si vamos a intentar encontrar un factor de unidad, o al menos de acercamiento, el bien común puede adoptar el “rol de un horizonte” compartido (Errejón, 2015) con la capacidad de integrar voluntades e identidades. Pero para ello, estos cambios, a los que corresponde empezar a dar forma, no pueden imponerse como premio de triunfador, pero sí pueden procurarse como oportunidad de construir legitimidad más allá de las ánforas.

Si queremos calmar algo las aguas y seguir avanzando, esta vez sin dejar a nadie atrás, será necesario construir ese horizonte posible buscando consensos, y más vale que los liderazgos de los partidos, las bancadas parlamentarias y el gobierno entrante tomen clara nota de ello.

Apúntese además que no hay cambio posible, sin mirar a cada una de las regiones de nuestro país, aquellas tan olvidadas, pero que han sido las verdaderas protagonistas de este proceso electoral.

Ha llegado el 7 de junio y seguimos conviviendo. Con el 28 de julio a la vuelta de la esquina, el que seamos capaces de hacerlo como compatriotas en lugar de como ajenos, o peor aún, enemigos, dependerá de la capacidad que tengamos de empezar a construir un bien común. Uno para todos y todas.