La elección de un nuevo presidente de EE.UU. tiene siempre importancia para todo el mundo, debido a que se trata de la primera potencia global en términos económicos y militares. En particular, cuando los candidatos representan visiones muy diferentes en muchos temas de la política interna e internacional.
En los principales temas de la política exterior, Donald Trump ha amenazado con subir los aranceles contra China y otros países para promover el retorno de industrias a EE.UU. Kamala Harris ha criticado esta propuesta, pero la actual administración demócrata no redujo los aranceles a China que impuso Trump. En el tema migratorio, Trump ha hecho las propuestas más radicales, como la expulsión masiva de migrantes en situación irregular y políticas restrictivas, lo que complicaría las relaciones con varios países latinoamericanos. En materia de seguridad, como la lucha contra las drogas y el crimen organizado, podría prevalecer una visión más represiva en una administración de Trump, principalmente en lo que se refiere a su frontera sur.
Harris, al igual que el actual presidente Joe Biden, promueve el trabajo con sus aliados y de manera multilateral para enfrentar amenazas globales, a diferencia de Trump. Es el caso del cambio climático y la necesaria transformación energética que este implica. Como productor de minerales críticos, al Perú le interesa que continúen las inversiones en autos eléctricos y otras industrias sostenibles. El tema de la promoción de la democracia es un asunto que han priorizado más las administraciones demócratas que las republicanas, pero es de esperar que una administración de Trump tenga una postura más dura en el caso de Venezuela.
Dada la coincidencia de valores e intereses, el Perú ha podido mantener buenas relaciones con gobiernos estadounidenses de los dos partidos y este caso no será la excepción. En particular, considerando las sinergias que pueden existir en los temas de migraciones, comercio, combate al crimen organizado y transformación energética, entre otros.
Como se sabe, el interés de EE.UU. por América Latina se redujo considerablemente tras la Guerra Fría. Luego de la derrota y la disolución de la Unión Soviética, ya no había que luchar contra la implantación –o el fantasma de la implantación– del comunismo en la región, ya sea con métodos legales o vedados. En adelante, el interés de Washington por lo que pasara en estos lares se centró en buena parte en el tema del narcotráfico. Ello, además de promover el libre comercio. Recordemos que el expresidente estadounidense George W. Bush, más allá de las críticas que se le pueda hacer por la invasión de Irak y otros aspectos, hizo posible la firma de un tratado de libre comercio con el Perú en el 2006. Eran épocas, ya lejanas, en las que los republicanos en EE.UU. todavía no se habían convertido al proteccionismo.
Últimamente, sin embargo, han surgido motivos para que al norte del Río Grande recobren el interés en nuestra región. No solo por el tema migratorio, que se ha convertido en un tema fundamental de política interna para ellos, y las incursiones diplomáticas rusas e iraníes, sino por la competencia con China. La República Popular se ha convertido en el principal socio económico de gran parte de los países latinoamericanos. Para hacerle frente, Washington quiere dar un gran impulso a las inversiones estadounidenses en la región.
Republicanos y demócratas están unidos en este propósito. Tal vez la única diferencia significativa para nosotros entre una presidencia de Trump y una de Harris sea la predictibilidad. Con el posible segundo mandato del primero, se puede esperar una pérdida de institucionalidad en EE.UU., incluyendo en el Departamento de Estado. Las decisiones podrían depender en mucho del humor del día y de las elucubraciones afiebradas del magnate inmobiliario y de su círculo íntimo. Con Kamala Harris sabremos a qué atenernos y, por lo tanto, diseñar con más calma y sin sobresaltos nuestras políticas frente a la nueva administración en EE.UU.