“Usar el deporte como estrategia de blanqueamiento político [...] no ha sido ajeno a la FIFA”.
“Elegir a Qatar como sede del Mundial fue un error y asumo mi responsabilidad”, dice ante la prensa Joseph Blatter, el expresidente de la FIFA por más de 15 años. El Mundial arrastra consigo polémicas que incluyen sobornos y corrupción, según ha denunciado un reciente documental en Netflix llamado “Los entresijos de la FIFA” que ha revelado millonarios manejos de dinero, así como favores e inconsistencias técnicas para la elección de Rusia y Qatar como sedes. Por otro lado, estrictas regulaciones que atentan contra los derechos humanos terminan por dibujar el tipo de Mundial que tenemos enfrente.
Usar el deporte como estrategia de blanqueamiento político, o ‘sportswashing’, no ha sido ajeno a la FIFA. Lo vimos en el Mundial de Argentina 78 con la dictadura de Jorge Videla cuando se jugó una Copa del Mundo como si nada pasara, mientras la cifra de desaparecidos aumentaba. Qatar es la última de las pésimas decisiones de la FIFA.
Alianzas geopolíticas y sobornos habrían jugado un papel importante en la elección del emirato, el mayor proveedor mundial de gas natural licuado y uno de los grandes productores de petróleo. Según los informes técnicos, era el país menos preparado para albergar la Copa del Mundo. La primera que se celebrará en noviembre y diciembre, por las altas temperaturas del verano en un país sin tradición futbolística y que tan solo contaba con un estadio apto para ser remodelado. Qatar tampoco tenía, ni de cerca, la infraestructura para la demanda del mayor evento internacional del fútbol. Entonces, ¿cómo lo logró?
Según el periódico británico “The Guardian”, más de 6.500 trabajadores inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladés y Sri Lanka habrían muerto en Qatar debido a las condiciones laborales a las que fueron expuestos para construir los estadios e infraestructura a altas velocidades y bajo intenso calor. Amnistía Internacional, en un informe de 48 páginas, detectó ocho formas de explotación, como la retención de pasaportes, retrasos en los pagos, terribles condiciones de vida, ser amenazados, entre otros, a pesar de las reformas laborales que se implementaron.
A ello, se suma la vulneración de los derechos de la comunidad LGBTIQ+, así como el de las mujeres. Hace unas semanas, Khalid Salman, embajador del Mundial, aseguró que la homosexualidad es “una enfermedad mental” que se condena con al menos cinco años de prisión. Y, por otro lado, Paola Schietekat, economista mexicana que trabajó para el Comité Organizador del Mundial, dejó en evidencia la situación de las mujeres. Tras denunciar que un hombre ingresó a su departamento en Doha y abusó de ella, fue sentenciada a 100 latigazos y siete años de cárcel al ser acusada de haber tenido relaciones extramatrimoniales. Finalmente, pudo abandonar el país con ayuda de la cancillería de México y no cumplir con dicha condena.
En los últimos días, artistas como Dua Lipa, Rod Stewart, Shakira o el ‘streamer’ Ibai Llanos se negaron a actuar en Qatar por lo evidenciado. Entrenadores y futbolistas también se han mostrado en contra. Aun así, la pelota está por rodar en la que se ha denominado la “Copa Mundial de la Vergüenza”.
“Esperar que la FIFA muestre arrepentimiento sería como esperar a que nadie sintonice el duelo inaugural”.
Habría que preguntarle a Jorge Rafael Videla si la FIFA suele arrepentirse. Seamos honestos: ¿cuántas transnacionales suelen hacerlo? Con tal de vender pelotas, gaseosas o mundiales, se acomodan para la foto con el dictador de turno. Total, la memoria es frágil. Y el fútbol nos encandila tanto que terminamos encontrando la pirueta argumental perfecta para prender el televisor sin sentirnos culpables. ¡Esto es solo fútbol, señores! ¡No nos vengan a politizar la pelota! ¡Ya suficiente con politizar la justicia!
La pelota no se mancha, es cierto, pero corre sobre el lodo. ¿O es que alguien dejó de ver el Mundial de Argentina 78? ¿Alguien se perdió los goles de Cubillas para preguntarse qué hacían esas señoras de pañuelo blanco en Plaza de Mayo? ¿Alguien apagó el televisor en solidaridad con los presos políticos peruanos que fueron enviados a Argentina por el gobierno de Morales Bermúdez? ¿Alguien canceló su suscripción de cable para perderse el mundial de Putin en el 2018? ¿La marea rojiblanca en Saransk, Ekaterimburgo y Sochi protestó por la comunidad LGTBI? Somos la mejor hinchada del mundo, qué duda cabe.
Esperar que una transnacional como la FIFA muestre arrepentimiento sería como esperar a que nadie en el barrio sintonice el canal oficial del Mundial (que no pasará todos los partidos por cálculo empresarial) durante el duelo inaugural este domingo. Doce años han pasado desde la elección de Qatar como sede del torneo, pero ahí sigue firme ese paisito de 3 millones de personas con la billetera gorda y la pobreza bien oculta. Ni el boicot más rabioso de los combativos hinchas del Borussia Dortmund (#boycottqatar2022), ni la camiseta censurada de Dinamarca, ni el brazalete con los colores del arco iris que llevará el capitán de Inglaterra, Harry Kane, ni la negativa de Rod Stewart, Dua Lipa e Ibai Llanos evitará que millones vean rodar la pelota con cara de lelos durante casi un mes.
En Argentina y en otras partes del globo será más importante saber si Messi al fin levantará una Copa del Mundo que corroborar si la FIFA miente sobre las cifras oficiales de muertos durante la construcción de los ocho estadios mundialistas. Human Rights Watch no tiene el alcance de la todopoderosa transnacional del fútbol. Las páginas del álbum Panini se leen más que el informe “Qatar, el mundial de fútbol de la vergüenza” publicado por Amnistía Internacional. Y siempre resultará más divertido andar haciendo estadística de goles y buenos pases que estadísticas de muertos nacidos en Bangladés, Nepal y Filipinas.
La prensa deportiva que se mira al ombligo se tomará ‘selfies’ hasta la saciedad en estadios edificados sobre cadáveres, y muchos seguirán compartiendo el homenaje de la FIFA a Maradona, uno de los pocos en llamar por su verdadero nombre a la elección de Qatar, en el 2010, como sede del mundial: corrupción. ¿Que si la FIFA se va a arrepentir de la decisión que tomó? Lo dudo mucho. La FIFA tiene claro lo que vende: fútbol y distracción. Y eso sabe bien. Casi tan bien como una gaseosa bien helada en medio del desierto de Qatar.