“Un buen presidente del Congreso debe ser capaz de asumir los retos de transformación que urgen para este poder del Estado”.
La conclusión de funciones de la primera Mesa Directiva (MD) de este Congreso, presidida por la señora María del Carmen Alva, está en cuenta regresiva y en el Parlamento se percibe un clima, por decir lo menos, inquietante para definir a los sucesores.
Si bien la elección de una MD siempre concita atención, esta se vuelve particularmente importante en el escenario de crisis que enfrentamos. La representación nacional hace sus evaluaciones en base a dos desafíos que –consideran– tendrá que enfrentar la próxima MD. El primero, el probable término del actual Gobierno dada la compleja situación del presidente Pedro Castillo, por lo que quien asuma la presidencia del Legislativo jugará un rol fundamental no solo para generar consensos y buscar las salidas más estratégicas, sino para eventualmente asumir la Presidencia de la República en un período de transición. El segundo desafío es detener la brutal desaprobación que ha llegado al 87% (según la encuesta del IEP de mayo), y así evitar ser arrastrados por el recorte de mandato.
Un debate medular parece ser el de la definición de su composición. Hay dos posibles opciones: la composición absoluta de la MD con bancadas de “oposición” o una conformación más amplia considerando la cuota de partidos más afines al “oficialismo”. Este debate es fundamental en una elección ordinaria, en tanto tiene sentido evaluar la correlación de fuerzas para una composición que permita un control político eficiente, pero a la vez sea una garantía de pluralidad y democracia. Sin embargo, al parecer, el Parlamento solo se concentra en el aspecto coyuntural, por eso es sintomático que la “oposición” se convierta en un término reducido a aquellas bancadas que podrían apoyar el escenario de salida del presidente.
Dos responsabilidades fundamentales se le encarga a quien asume la más alta investidura del Parlamento: una de carácter político, que supone un liderazgo genuino para concertar las decisiones más democráticas a favor de los intereses públicos, a pesar de la pluralidad de posturas, y otra a nivel de gestión, para garantizar el funcionamiento óptimo de un Congreso cuyo aparato organizacional tiene que servir para las metas corporativas.
No se ve una evaluación seria al respecto, sobre todo después de los resultados de quien lideró la gestión, con porcentajes de hasta un 77% de desaprobación, bajo nivel de incidencia para una agenda legislativa sustanciosa, plural y libre de cuestionamientos (ver autógrafas por período legislativo); observaciones por las prácticas poco democráticas; gestión administrativa cuestionada tras el incremento del presupuesto y la ampliación de la planilla del Congreso (el presupuesto para el Congreso de la República que se aprobó para el presente año subió a S/879.899 millones, y para abril habría subido la planilla de trabajadores a S/3.263 millones); entre otros.
Un buen presidente o presidenta del Congreso debe ser capaz de enfrentar la gestión coyuntural, pero además asumir los retos de transformación que urgen para este poder del Estado.
“No veo espacios para una conciliación entre el Ejecutivo y el Legislativo. La nueva Mesa Directiva deberá ser de oposición”.
Para navegar en aguas turbulentas es menester combinar la cabeza fría con el pensamiento rápido, y el brazo firme con la muñeca ágil. Todo bajo una mirada atenta a lo que está ante nuestras narices y a lo que venga destellando más allá del horizonte.
Son aguas movidas las que le tocó surcar a la actual Mesa Directiva del Congreso, y lo serán las que navegará la próxima. Una dosis de destreza en canotaje político será, pues, necesaria para sus futuros tripulantes.
La experiencia en la labor parlamentaria, realistamente hablando, es deseable, pero no exigible en un Congreso mayoritariamente debutante, gracias a la malhadada reforma de la “no reelección”. Los nuevos tripulantes tendrán que sacar a relucir, entonces, otros atributos: los aprendizajes de este primer año, el desempeño previo en cargos de gran calado o una extraordinaria personalidad que nos sorprenda.
El gobierno de Pedro Castillo no garantiza estabilidad alguna. La mediocridad, la improvisación, las repartijas en los cargos públicos, los escándalos de corrupción, los exministros y sobrinos fugitivos, las grabaciones de conversaciones telefónicas difundidas por capítulos y las investigaciones iniciadas por la fiscalía y el Congreso al propio presidente solo garantizan tormentas y tornados.
Y el desgobierno va creando un ambiente social y económico de aguda crisis; de esas que, de pronto, estallan y hacen huir presidentes en helicóptero (como Argentina con Fernando de la Rúa en 1999).
¿Caerá, en medio de la tormenta, un rayo milagroso que ilumine al mandatario para que corrija súbitamente el rumbo, componga un gabinete técnica y políticamente de alto vuelo, deslinde claramente de la corrupción, confronte con claridad las investigaciones fiscales y parlamentarias, comparezca ante la prensa y empiece (por fin) a gobernar? Lo dudo.
Tendremos, entonces, un Parlamento ante una crisis terminal (de duración incalculable) en la que probablemente se abrirán caminos muy complejos: la vacancia presidencial –o la inhabilitación–, la renuncia de Castillo o quizá un valiente “nos vamos todos”. En esos escenarios, se requerirá de una Mesa Directiva con posición firme y clara ante el Gobierno, la mente fría y la inteligencia al galope.
Ello, frente a un régimen que se arrincona como fiera herida dispuesta a dar zarpazos: los dispendiosos mítines disfrazados de Consejos de Ministros son el escenario itinerante donde el régimen busca alianzas con movimientos y gobiernos regionales y locales. Y en ellos, se va vertiendo la vieja consigna cuyos resultados conocemos: “cierren el Congreso”. La amenaza está planteada.
Espero que mi pesimismo sea equivocado, pero yo no veo espacios para una conciliación entre el Ejecutivo y el Legislativo. La nueva Mesa Directiva deberá ser de oposición, unificar a estas fuerzas y no dividirlas entre “duros” y “blandos” (tremendo error). Se debe reforzar al Parlamento, fortalecer instituciones –como se hizo con el BCR y el Tribunal Constitucional– y buscar una salida de consenso a la crisis generada por el régimen. Eso sí, con apego absoluto a la Constitución y a la ley.