Artem Chapeye

Sigo sintiendo debilidad por América Latina. A menudo idealizamos los años de juventud y pobreza. Esos años nos forman. A mí, en gran medida, me formó América Latina. Tanto al escritor ucraniano como al ser humano. Mi primer libro ucraniano, “La Aventura”, trataba sobre dos años de vida en la pobreza en América Latina, principalmente en México, Cuba y Nicaragua. Volvimos a mudarnos a México ya con mi esposa. Y más tarde, le pusimos a nuestro hijo el nombre de Emiliano en honor a Emiliano Zapata.

Cuando llegué a América Latina, casi no sabía español. Salvo la frase “huelga general”, porque mientras ganaba dinero para el viaje, trabajando con obreros de la construcción latinoamericanos en Estados Unidos, me uní a la lucha por los derechos de los trabajadores migrantes. Cuando llegué a México, además de la “huelga general”, tuve que aprender otra frase en español: “Soy de Ucrania. Verdad, es cerca de Rusia, pero no, ¡no! No es parte de Rusia, es un país independiente”. Me reía de que Rusia hubiera colonizado Ucrania hasta tal punto que la gente nos confundía.

Ucrania por aquel entonces era más pobre que México. Sigue siendo más pobre que Argentina o Chile. Los latinoamericanos me recordaban mucho a los ucranianos. Me sentía como en casa. Sabía cómo ser yo mismo, mientras que en Estados Unidos o Europa Occidental nunca lo conseguí. Y en nuestra historia, la historia de Europa del Este y Latinoamérica, vi y sigo viendo muchas similitudes. Antes de ir a América Latina, y después de volver de allí, participé en protestas contra el autoritarismo en Ucrania, igual que hice en Chiapas y Oaxaca.

Después de una de estas protestas, con el pretexto ficticio de “luchar contra los nazis”, Rusia anexó Crimea y parte del Donbás. Es como si Estados Unidos tomara Baja California y parte de Chihuahua. O como si España o Portugal decidieran reconquistar sus antiguas colonias. Pero a diferencia de España y Portugal, Rusia sigue teniendo ambiciones imperiales en el siglo XXI. Desgraciadamente, no todo el mundo lo entiende, porque a Rusia se le da muy bien hacerse pasar por víctima. Dicen que está luchando contra Occidente o la OTAN. Pero está atacando a su antigua colonia.

El 24 de febrero de 2024 me desperté con el ruido de las bombas. El apartamento temblaba tanto que la vibración recorría mi columna vertebral. Bajo las bombas, me llevé a mis dos hijos, a mi mujer y a mi perro lo más lejos posible, pero volví para que el Estado me diera las armas. Y para que me diera menos miedo y fuera menos triste, tarareaba “El pueblo unido”, “Comandante Che Guevara” y otras canciones revolucionarias.

Sigo convencido de que precisamente gracias a que cientos de miles de ucranianos volvieran a luchar en lugar de huir, no nos derrumbamos ni caímos. Y en lugar de una guerrilla, Ucrania sigue luchando en una guerra por su independencia. Sí, estamos muy cansados. Casi agotados. Somos una antigua colonia. Probablemente somos más débiles. Pero seguimos luchando. Es el tercer año desde la invasión del imperio. Undécimo año desde el primer ataque en 2014.

Esta es una lucha poscolonial. En Europa, en el siglo XXI. Entiendo que mi gobierno apela más a los países del Primer Mundo para que nos ayuden. Es lo correcto. Pero al mismo tiempo, para mí personalmente, nuestra lucha se parece más a la lucha de los países de América Latina, de Africa, de Asia. Donde, por desgracia, no todo el mundo entiende de lo que estamos hablando, porque Rusia no es “su” antiguo imperio.

Quiero creer que la mayoría de la gente todavía entiende lo que es Ucrania. Somos muy imperfectos, como ustedes. Tenemos una cleptocracia bastante fuerte, igual que ustedes.

Pero queremos nuestro propio camino. Cometer nuestros propios errores, sí. Lo importante es que esos errores sean nuestros. Queremos ser independientes de todos los imperios y neoimperios, en la medida de lo posible, pero especialmente del ruso, que es nuestro vecino y que nos atacó con las armas.

Mi pequeño Emiliano y su hermano, que pasaron un año como refugiados en Europa Occidental, han podido regresar. Ahora los veo más a menudo. En realidad, ahora mismo mi pequeño Emiliano probablemente esté durmiendo en su cuna en Kyiv, Probablemente, tenga una pierna colgando, como le gusta hacer. Tal vez se le haya caído la manta. Tal vez su mamá lo vea y lo tape.

Quiero que tú, mi pequeño Emiliano, crezcas para que, a pesar de tu nombre revolucionario, puedas elegir lo que quieras hacer. Si quieres irte al extranjero, para que no seas un refugiado. Si quieres quedarte en Ucrania, para que no tengas miedo a una nueva ocupación. Si quieres luchar por la justicia, como Zapata, para que puedas elegir cómo y cuándo. Si quieres la felicidad humana pacífica y tranquila, ese es tu derecho absoluto.

Sé feliz, mi pequeño Emiliano. Sé más feliz que tu mamá y que yo. Ahora a menudo estoy infeliz, porque tuve que estar lejos de ti y de tu hermanito mayor, Justino, a quien también le pusimos el nombre de un luchador por la justicia, pero ya ucraniano. Mi sueño es que ustedes dos, Justino y Emiliano, puedan hacer lo que quieran en la vida.

Y por eso, yo, como cientos de miles de otros padres y muchas madres, tenemos que luchar ahora.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.



Artem Chapeye es autor de doce libros de ficción y ha sido cuatro veces finalista del premio “Libro del Año – Ucrania” de la BBC.