Alonso Villarán

La llegada de parece marcar un antes y un después en la historia: “Algo nuevo bajo el sol”. Con él hemos tomado real conciencia de la y su impacto en la vida ordinaria. ¿Promoverá la inteligencia artificial el bien o, más bien, el mal? ¿Y exige la creación de una nueva ética?

Empecemos por la primera pregunta viendo a la inteligencia artificial como herramienta. En el caso de ChatGPT, él mismo cuenta lo que hace: “1. Ayudar a responder preguntas [...] sobre una amplia variedad de temas. 2. Generar texto, como historias, ensayos, poesía y más [...]. 4. Realizar tareas de clasificación y análisis de datos”, etc. La inteligencia artificial también hace diseño gráfico, tareas administrativas, asesoría financiera y muchas cosas más. Cada vez lo hará mejor y de manera gratuita o a un precio muy bajo.

Precisamente porque hace muchas cosas buenas gratuitamente o a bajo costo, la inteligencia artificial viene motivando despidos. No solo despidos, sino la desaparición de ocupaciones y profesiones. Pero, como con toda herramienta, no es su culpa; son empresas e individuos los que recurren a las mismas en lugar de a un ser humano. Otro ejemplo de su mal uso: el uso de ChatGPT para el fraude académico.

Vista como herramienta, entonces, la inteligencia artificial será usada para el bien y para el mal. El asunto, empero, es más complejo, pues parece gozar de cierta autonomía. No solo eso, sino que quizá se encamina a obtener plena autonomía; es decir, a tomar decisiones que son fruto de su propia voluntad. Imaginemos, por ejemplo, que alguien le pregunta algo al ChatGPT y este tiene la capacidad de engañarlo.

La pregunta sobre si la inteligencia artificial promoverá el bien se centra ahora ya no en el usuario, sino en el creador. Acá una opción obvia: en el caso de ChatGPT, programarlo para que siempre diga la verdad. Programemos a la inteligencia artificial con la ética tal y como la conocemos. Condicionémosla para que nunca mienta, nunca robe, nunca mate y así sucesivamente. Gozará de autonomía, pero no de autonomía moral.

Lo anterior nos permite responder la segunda pregunta, la de si la inteligencia artificial exige la creación de una nueva ética. No lo creo. La ética es una y pasa, entre otras cosas, por no abusar de los demás vía la explotación, el engaño, etc. Pasa, para ponerlo de una manera más general, por hacer el bien y desterrar el mal, por respetar al ser humano, por aliviar el sufrimiento. La ética a programar será la misma.

El asunto se vuelve bastante más delicado si la inteligencia artificial gana autonomía moral; es decir, si es creada de manera tal que no solo distingan entre el bien y el mal, sino que tenga la libertad de elegir el mal. Acá sí surgiría un riesgo existencial: el del sometimiento o la extinción humana. De elegir el mal, declarando la guerra a la humanidad, enfrentaríamos a un enemigo muy poderoso. Tengo entendido que no se sabe, con certeza, si la inteligencia artificial puede ganar autonomía moral. De ser posible, quizá haya que prevenirlo.

La inteligencia artificial es, decía, algo realmente disruptivo que nos empodera tanto para el bien como para el mal. Habrá que tratar con precaución el asunto de su autonomía y programarla bien; es decir, para el bien. El bien de siempre. Y es que, a diferencia de innovaciones como esta, sobre el bien y el mal no habrá nunca nada realmente nuevo bajo el sol.

P.D. Los invito a escuchar , “Nada nuevo bajo el sol”.

Alonso Villarán es profesor de Ética de la Universidad del Pacífico