Euny Hong

Me sentí enormemente aliviada cuando su sello discográfico anunció en octubre que los siete miembros de BTS no buscarían la exención de su servicio militar obligatorio y que el grupo estaría en pausa hasta el 2025, momento en el que estos ídolos del habrían completado su servicio.

La noticia desató una angustia mundial de la magnitud de siete Elvis reclutados. Pero Corea del Sur estaría fuera de los US$5.000 millones estimados que BTS contribuye al PBI cada año. Espero que el hecho de que el gobierno básicamente obligó a la banda a retirarse ponga fin al de que el K-pop en general está financiado por el Estado como parte de un plan. Un rumor que puede que yo haya comenzado.

Aquí la historia: en el 2014, escribí un libro sobre los orígenes de la cultura popular coreana. BTS apenas sonaba. En ese momento, el único artista coreano que el mundo occidental conocía era Psy, el que hizo “Gangnam Style”, cuyo video fue el primero en obtener mil millones de visitas. Quería alertar al mundo del tsunami cultural pop coreano que venía.

Una de mis tesis era que, a partir de la década de 1990, los funcionarios del Gobierno Coreano se habían movilizado para aumentar el poder blando de su país, al convertirse en un exportador global de cultura pop. Una nueva subdivisión dentro del Ministerio de Cultura se dedicó al y otros aspectos de la “ola coreana”. El ministerio subsidió proyectos como pagar producciones para ser dobladas en otros idiomas.

El titular de un sitio web para un programa de chat de radio decía engañosamente que yo, o más bien “Euny Kong”, estaría discutiendo cómo Corea del Sur “fabricó lo cool en masa”. Otro artículo afirmaba que la popularidad de todas las cosas coreanas fue fabricada por el gobierno.

¿Por qué la gente se aferró a esta narrativa? La respuesta está mejor encapsulada en algo que me dijeron: el Gobierno Coreano había contratado a 10.000 personas para hacer clic en el video de Gangnam Style 100.000 veces. Se comentaba la idea de que un pequeño país asiático, anteriormente indigente, podría haber logrado un golpe cultural global sin algún tipo de travesuras.

Recibí tuits y correos malos. En un evento relacionado con el K-pop, un ejecutivo me dijo que dejara de hablar sobre el papel del gobierno de Corea del Sur en el apoyo a las exportaciones culturales. Le preocupaba que la gente pensara que su sello estaba financiado por el gobierno, que las corporaciones habían carecido de conocimiento comercial.

A medida que la cultura pop coreana se generalizaba cada vez más en Occidente, todos comenzaron a calmarse. Este indulto duró desde aproximadamente el 2017 hasta el 2019.

Luego vino BTS. Este grupo tiene unos 70 millones de seguidores en Instagram. ¿Eran estos millones de personas reales o bots? ¿Qué es este misterioso grupo de superfans que se hace llamar BTS ARMY y por qué tiene medio millón de miembros que pagan cuotas y portan tarjetas literales?

El rumor que ayudé a crear me ha dado pena. Al menos, es más verídico de lo que era antes del 13 de diciembre: como reclutas del ejército, los miembros de BTS estarán al servicio del Gobierno Coreano. Y con eso, finalmente puedo encontrar la paz que he estado buscando.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Euny Hong es periodista coreano-estadounidense.

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