Estamos a puertas de celebrar nuestros primeros 200 años de República. Es un buen momento para volver a pensarnos. Al reflexionar sobre lo que nos caracteriza, solemos responder que somos un país orgulloso de su cocina, de su cultura o de sus tradiciones. Sin duda, estos elementos son parte importante de lo que significa ser peruano, pero ello no debe llevarnos a dejar de lado que la identidad de una nación se construye también sobre la base de sus valores.
Hoy enfrentamos una crisis de valores en el país, una crisis ética que afecta directamente nuestra calidad de vida. Un reciente estudio realizado por Ipsos (de octubre del 2018) muestra que, aproximadamente, de cada 10 peruanos, 7 sienten vergüenza de la corrupción. Casi 9 de cada 10 personas con las que nos cruzamos en la calle o en la cola de un banco sienten que la corrupción –que según las noticias está en todas partes– afecta su calidad de vida todos los días. El mismo estudio nos dice también que uno de cada dos peruanos tolera mediana o altamente vivir en un país donde se dan dinámicas corruptas. La conclusión es digna de análisis: casi todos pensamos que la corrupción perjudica nuestras vidas, a la gran mayoría nos avergüenza, pero la mitad de nosotros estamos dispuestos a convivir con ella.
Todos somos parte de la cadena y, por lo mismo, debemos ser parte de la solución. El mismo estudio nos dice que 4 de cada 10 peruanos consideramos que la mejor estrategia para enfrentar problemas como la corrupción tiene que ver con la educación en valores. Por ello, resulta necesario detenernos a pensar cómo podemos construirlos.
Tomemos el caso de Singapur. En 1990 ocupaba el puesto 33 en el índice de desarrollo humano; hoy está en el puesto 9 y es el sexto país menos corrupto del mundo. Singapur logró su transformación a través de una estrategia transversal de cambio de conductas y actitudes sociales. De esta manera, instituyó una nueva ideología nacional soportada en nuevos valores. Viene realizando campañas nacionales desde hace varias décadas dirigidas a formar buenos vecinos, a ser amables, a poner la basura en su lugar o a no escupir en la calle, entre otras acciones. Pero ellas no se limitan únicamente a carteles o spots televisivos; se trata de estrategias que promueven acciones específicas para la transformación de conductas en todos los actores sociales, como, por ejemplo, la campaña “Keep Singapore clean”, que se viene implementando desde hace 50 años y cuyo resultado se refleja hoy en una identidad nacional caracterizada por el valor del cuidado y la limpieza de los espacios públicos. Actualmente, Singapur es uno de los países más limpios del mundo.
Ejemplos como este nos demuestran que la creación de nuevos valores debe ser concebida como un proyecto de largo alcance y transversal a las distintas dimensiones de la vida de los ciudadanos. Por ello, no podemos limitar la transformación de los valores únicamente a la escuela. Se requiere de los medios de comunicación, de las empresas, del Estado y de la ciudadanía, todos alineados en el mismo objetivo. En ese sentido, no podemos olvidarnos de que el compromiso social al que nos llama el bicentenario es uno a largo plazo. Pero no solo es clave darnos cuenta de que el cambio no será inmediato, sino también, de que solo sucederá si todos reconocemos la urgencia y la responsabilidad de tomar el timón de esa transformación desde hoy.
El bicentenario nos coloca ante la necesidad de trabajar juntos en una agenda para la construcción de nuevos valores compartidos; una estrategia que nos permita a Estado, sociedad y empresa generar en poco tiempo oportunidades y condiciones para el fortalecimiento de una identidad nacional que nos ayude a encarar los retos nacionales y globales que trae la tercera década del siglo XXI.
El momento es ahora y las condiciones están dadas. Cuando el presidente Martín Vizcarra, desde Huamanga (Ayacucho), hizo un llamado a la sociedad a “izar las banderas de una nueva independencia” nos invitó a comprometernos con un proceso de cambio de valores, a apostar por una sociedad que se independice de la corrupción, la violencia y la discriminación en todas sus formas. ¿Cuánto estamos dispuestos cada uno de nosotros a entregarle al país por el bicentenario? ¿Qué valores serán los que caractericen nuestra nueva identidad? Las celebraciones por el bicentenario se asoman como una invitación a imaginar juntos un nuevo y mejor país; nos deben movilizar para hacer cambios concretos en nuestras conductas y actitudes, y así, finalmente, poder celebrar un Perú del cual las próximas generaciones estén orgullosas.