El potencial geológico del Perú es uno de los mayores del mundo. Es comparable al de Australia, Chile y Canadá. Sin embargo, las exportaciones mineras peruanas son la mitad de las de Chile y la tercera parte de las de Australia y Canadá. ¿Por qué?
Por el legado estatista del gobierno de Juan Velasco. En efecto, no hubo inversiones importantes en el sector minero hasta la década de 1990. Además, por la creciente campaña antiminera de los últimos años. Los promotores de esta campaña tienen varias victorias en su haber, Conga y Michiquillay entre las más notables, y pronto agregarán un nuevo laurel: Tía María.
Los perdedores de la antiminería somos todos los peruanos que tenemos que resignarnos a menores inversiones, menos empleo y menor capacidad de proveer bienes públicos por la reducción en los ingresos del Estado. Ya son más de 12 mil millones de dólares en inversiones perdidas del 2011 al 2014 sin contar el efecto desalentador sobre el clima de negocios que genera. Sin duda, el bajón en la inversión minera ya nos ha costado en términos de crecimiento. Peor aun, las victorias antimineras le costarán al Perú entre 1,5 a 2 puntos del PBI en la siguiente década.
Mucha de la oposición a la minería se centra en los supuestos severos daños al medio ambiente que esta ocasiona, usando ejemplos de décadas atrás cuando no había estándares ecológicos en ninguna parte del mundo. Pero no se dice que la minería peruana de hoy está sujeta a una de las legislaciones más rigurosas de cuidado del medio ambiente. Tampoco se menciona los numerosos ejemplos de complementariedad virtuosa entre la minería y otras actividades económicas. Para muestra un botón: el acelerado desarrollo de la hacienda Porcón en Cajamarca, vecina a la mina Yanacocha. Los comuneros de Porcón destacan por su producción de lácteos, artesanías, recursos forestales, y la provisión de servicios turísticos. Y las truchas en las piscigranjas de Porcón, que nadan en aguas provenientes de la mina, son testimonio de la ausencia de contaminación del recurso hídrico. Así, lejos de causar un desastre medioambiental, como los antimineros quisieran hacernos creer, la explotación minera ha incrementado la productividad de Porcón.
Dejar de lado la minería como un motor fundamental del crecimiento de las próximas décadas es un suicidio para nuestras aspiraciones de dejar el subdesarrollo. Por ejemplo, un año de producción de Conga es equivalente a 300 años de producción agropecuaria en los distritos que, supuestamente, serían afectados por su puesta en marcha. No conozco aritmética alguna que permita justificar que Conga, y proyectos similares, sigan paralizados.
Claro está, el ‘impasse’ alrededor de la minería es político. Y, aunque la solución será también política, es esencial que los ciudadanos seamos conscientes del barco que estamos dejando zarpar cuando no desarrollamos nuestras minas.
Recordemos, además, que lo que hoy es recurso no necesariamente lo será mañana. El salitre de Tarapacá, por el que tanta sangre se derramó, no vale hoy más que la arena del desierto en que se encuentra. Ejemplos similares abundan como en el caso del guano o el del caucho. Y si la historia nos enseña algo, es solo cuestión de tiempo hasta que el progreso técnico convierta nuestras minas de cobre en museos naturales.
Crecer sin minería es resignarnos a seguir siendo pobres por mucho tiempo más. No lo permitamos.