La Asociación Civil Transparencia pretende poner en marcha un laboratorio de innovación en temas democráticos, una iniciativa que podría resultar útil. En ensayo reciente, Bruce Schneier –un criptógrafo y reconocido experto en informática– señala que el diseño de los instrumentos de la democracia moderna respondió mucho a la tecnología del siglo XVIII. Y allí parecieran haberse quedado. El siglo XXI resulta uno bastante distinto, y no solo desde el punto de vista científico y tecnológico.
Por ejemplo, los Congresos encargados de legislar y fiscalizar fueron diseñados a partir de la premisa de que viajar y comunicarse era algo bastante más complicado de lo que es actualmente. Hace 200 años, los distritos electorales fueron organizados geográficamente porque era la manera que entonces tenía más sentido. En las capitales de Europa y Washington, los parlamentarios solían encontrase en las estaciones de tren tanto como en las cámaras. En el Perú del siglo XX, Celestino Manchego Muñoz fue un líder huancavelicano por más de 40 años. Pero hoy, ¿algunos no podrían considerar que la edad constituye una manera alternativa para clasificar adecuadamente a la ciudadanía? ¿No tendría un huancaíno veinteañero más intereses en común con un cusqueño de similar edad que con alguien mayor de su propia ciudad? ¿Es la elección por distritos electorales más representativa que la que sería, por ejemplo, una por rangos de edad? Y en un país de sultanatos, con más de 30 agrupaciones personalistas, una idea tan absurda como la que los partidos políticos se organicen en función del último dígito del DNI, o de los signos del zodíaco, ¿no tendría algunas ventajas? A quienes tal propuesta les genere hilaridad, habría que recordarles que, al menos, generaría un máximo de 10 o 12 candidatos presidenciales en vez de 30.
Ante la crisis política en España, Javier Cercas se ha mostrado recientemente partidario de la lotocracia. ¿Tendríamos un peor Congreso si sus miembros fueran elegidos en una lotería? En Atenas y algunas ciudades del renacimiento italiano, el sorteo fue usado para elegir autoridades. En EE.UU. aún se utiliza en las cortes para la elección de los jurados, lo que constituye una responsabilidad ciudadana. Para algunas decisiones de política, en algunos países europeos, suele convocarse a grupos representativos aleatorios, de decenas o centenas de personas, que por breves semanas se concentran a escuchar la opinión de los expertos y a debatir entre las opciones disponibles para decidir acerca de regulaciones de diverso tipo. ¿No podría resultar esta opción una a explorar en temas tan diversos como la seguridad ciudadana, el futuro del desarrollo de la minería o del deporte y la cultura?
Hay incluso, en sociedades más homogéneas que la nuestra, algunos teóricos que sugieren formas de democracia más “líquida”, en la que los ciudadanos podrían, de manera regular, empoderar a otro con su voto. La tecnología ya está en condiciones de instrumentar una democracia así. Algunos empoderados podrían especializarse en temas económicos, otros en salud o seguridad. Cada ciudadano podría empoderar a quien se acerque más a lo que piensa o buscar la palestra para presentar sus propias ideas y buscar el empoderamiento para las mismas.
La inteligencia artificial (IA) va a trastocar mucho en la política. Seguramente la población no se opondría a que fuese la IA encargada de la sincronización de los semáforos en la Av. Javier Prado. Pero, por ejemplo, ¿algún día aceptará que se le encargue la optimización del Código Tributario? En reciente artículo, Schneier identifica diez maneras en las cuales la IA podría influir en política: como educadora; como proveedora de un sentido común; como moderadora, mediadora y facilitadora de consensos; como legisladora; como estratega política; como abogada; como generadora de razonamientos; como garante del cumplimiento de la ley; como propagandista; y, finalmente, como una empoderadora política para los ciudadanos.
Algunas de estas funciones –señala el autor– estarán pronto disponibles y otras podrían seguir siendo ciencia ficción por décadas. Y la aceptación popular de estas tecnologías puede ir cambiando con el tiempo. Cosas que consideramos inaceptables hoy podrían convertirse en rutina mañana. Una corte sin jueces, por ejemplo, es algo que hoy nos puede parecer un absurdo, pero hasta hace poco tampoco creíamos que un automóvil podía desplazarse sin chofer. Y el caos del tráfico limeño –como informó recientemente El Comercio– se ha usado como referente para comprobar que ello es efectivamente posible.