Fernando  Bravo Alarcón

Desde posiciones alarmistas hasta negacionistas, pasando por afirmaciones científicamente respaldadas hasta irresponsables mensajes ideologizados, mal que bien el y su consecuencia, el , se han convertido en una potente narrativa que atraviesa fronteras, especialidades, credos o convicciones. Su naturaleza abarcadora se expresa en sus conexiones con asuntos como género, migraciones, crecimiento económico, conflictos, tecnología, cultura, salud y seguridad nacional, etc.

En el caso peruano, existe una interfaz bastante crítica entre las distorsiones del clima global y su capacidad para amplificar la frecuencia, intensidad y letalidad de fenómenos naturales que amenazan a nuestra población, infraestructura, territorio y actividades socioeconómicas. Sin ánimo de caer en posturas apocalípticas, es altamente probable que los episodios de El Niño, incendios forestales, huaicos, inundaciones y otros, se vuelvan más continuos y extremos en el país, con la posibilidad de que fenómenos ajenos (como huracanes, marejadas, olas de calor y temporales) aparezcan por aquí y se vuelvan peligrosamente cotidianos. En otras palabras, si en un escenario sin cambio climático ya es preocupante nuestro grado de exposición ante las amenazas naturales, en uno con cambio climático dicha exposición alcanzará cotas inmanejables. Sin olvidar, por supuesto, que en ambos casos exhibimos mínimos niveles de preparación.

¿Qué hacer frente a esto? Son muchas las tareas que como sociedad tenemos que emprender para aminorar el riesgo presente y futuro. Varios lineamientos de acción para el Estado y la sociedad civil se mencionan en documentos oficiales, como el de la Política Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres al 2050 (aprobada en el 2021) o en la Estrategia Nacional ante el Cambio Climático al 2050 (aún en preparación).

Lo que no debemos hacer es esperar un megadesastre en medio de nuestra habitualmente pobre actitud preventiva. Podría entenderse que, en 1970, cuando se produjo el letal sismo , había poco que nos advirtiera sobre catástrofes de tal magnitud. Permitir que la historia se repita sería imperdonable, sobre todo cuando ya sabemos que estamos ubicados sobre el y que nuestra biodiversidad y territorio son altamente sensibles al cambio climático en marcha.

Uno de los últimos ejemplos de esto fue del 2017, cuyo impacto fue tan terrible que, comparativamente, nos golpeó mucho peor que a Ecuador, un país con mejores estructuras defensivas y más actitud preventiva social y gubernamental. Cinco años después, ni la reconstrucción culmina ni la lección se aprende. Miles de familias siguen apostándose al lado de ríos, cauces secos y conos de deyección de huaicos, con la tolerancia de las autoridades. El cambio climático, más que un proceso de alcances ambientales, es uno de grandes implicancias sociales, políticas y económicas. Verlo de otra manera generará costos terribles para el Perú.

Fernando Bravo Alarcón es sociólogo de la PUCP

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