"Para ser miembro de un partido es imprescindible argumentar y consensuar en el interior, ponderando la disciplina y los principios de respeto e igualdad entre sus miembros". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Para ser miembro de un partido es imprescindible argumentar y consensuar en el interior, ponderando la disciplina y los principios de respeto e igualdad entre sus miembros". (Ilustración: Víctor Aguilar)

Tres son los partidos políticos actualmente representados en el Congreso de la República que han recurrido al mecanismo de abrir procesos disciplinarios a alguno de sus miembros, generando el debate sobre la línea delgada que existiría entre la libertad de expresión de los congresistas y la disciplina partidaria.

Hemos tenido en el mundo distintos regímenes políticos, desde totalitarios hasta las actuales democracias. Estas últimas no aparecen por una concesión de quienes detentaban el poder, sino por luchas sociales con partidos políticos como importantes protagonistas.

Como señala Giovanni Sartori, en democracias modernas los ciudadanos somos representados mediante y por los partidos. En términos de Pablo Oñate, los partidos son instrumentos de mediación entre el Estado y la sociedad, desempeñando funciones sociales que van desde articular y canalizar los anhelos de la sociedad hasta legitimar el sistema democrático, que se sustenta en una determinada línea ideológica, además de funciones institucionales como el reclutamiento de la dirigencia hasta la dirección y control de las acciones de gobierno.

A pesar de que reconocemos la vinculación de los partidos con el fortalecimiento de la democracia, ha sido difícil construir una definición siendo la doctrina la que presenta sus principales características.

Oñate establece como primer elemento la existencia de una “organización formal” de carácter estable y permanente, con cierta vocación de permanencia en el tiempo, que no se forma en función de elecciones o caudillismos locales. El segundo elemento es el “objetivo de alcanzar y ejercer el poder político”, pues se forma para llegar al poder, punto máximo de la representación ciudadana. El tercer elemento es tener un “programa de gobierno”, contar con una propuesta técnico-política para la ciudadanía. Y, un cuarto elemento, la “búsqueda del apoyo popular”, único mecanismo democrático para alcanzar el poder, este es el tejido social que la sostiene.

Aquí analizaré uno de estos elementos: la “organización formal”. Es obvio que un partido debe tener una estructura organizativa que dirija y oriente sus acciones. Esto pasa por tener una dirigencia, bases muy sólidas que respondan a la organización más allá de individualidades. Para construir partido, este elemento implica mecanismos de orden interno a los que muchos denominan “disciplina partidaria”, que conlleva necesariamente al respeto por las normas que rigen al grupo. Si soy representante de un partido, tengo el derecho de hacer cumplir las normas y el deber de respetarlas. Decir que pertenezco a un partido, que me gusta estar en el mismo, pero no respetar sus normas no es tener disciplina partidaria.

La solidez y la consistencia de la “organización formal” requieren respeto a sus normas, para mantener la disciplina y con ello garantizar la institucionalidad. Por ello, al ingresar a un partido nos sometemos voluntariamente a sus disposiciones partidarias y a su disciplina. Ello no enerva la posibilidad de discrepar o argumentar sobre nuestras posiciones. Hoy para ser miembro de un partido es imprescindible argumentar y consensuar en el interior, ponderando la disciplina y los principios de respeto e igualdad entre sus miembros.

En la coyuntura actual, donde la crítica e incluso los insultos han sido justificados y asociados a una errada concepción de mordaza partidaria, es importante preguntarnos: ¿Dónde queda la libertad de expresión y de discrepancia de los miembros de un partido? Estos derechos se trasladan al interior del partido. La “democracia de partidos”, según Bernard Manín, traslada el “juicio mediante la discusión” a otro escenario. En el caso de los miembros de un partido, la discusión y el debate requieren una etapa previa que es la sesión partidaria, donde se adopta una posición luego de escuchar los argumentos de los participantes, para lo cual necesariamente es una obligación asistir a las reuniones partidarias.

Así, podemos concluir que es un error considerar que la disciplina partidaria recorta derechos, ya que esta es un elemento intrínseco en la búsqueda de la institucionalidad. Hoy militamos en un partido, una organización estructurada con vocación de permanencia que ha incrementado su participación política, que tiene un programa de gobierno que busca equiparar oportunidades y, finalmente, que cuenta con gran apoyo popular. Estamos, pues, ante un verdadero partido político que busca trascender a un apellido, donde todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, donde la disciplina partidaria garantizará su vida institucional.

Hoy nuestro país necesita primordialmente que nuestros partidos y sus líderes antepongan siempre los intereses del Perú ante cualquier agenda, incluso cuando estas decisiones en forma personal sean dolorosas o puedan significar grandes cuestionamientos. Un líder primero piensa en el país, de eso se trata la democracia.