En muchas partes del mundo se derramarán pocas lágrimas por el mayor general Qasem Soleimani, cuya Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica extendió sin piedad la influencia iraní y contribuyó a la muerte de miles de sirios, iraquíes e iraníes, así como de cientos de militares estadounidenses en Iraq, durante la última década y media.
Pero la venganza no es una estrategia, y el asesinato del general Soleimani es una escalada increíblemente riesgosa con Irán, un país que ha estado en gran parte alejado de Estados Unidos durante 40 años. Causará más inestabilidad y la pérdida de vidas inocentes. Cualquier posibilidad de diplomacia estadounidense con Irán está muerta mientras dure la presidencia de Trump. Los fundamentalistas sunitas que mataron a estadounidenses en su tierra natal, algo que Irán no ha hecho hasta ahora, se alegrarán. Rusia y China estarán felices de ver a Estados Unidos sumido en el Medio Oriente en el futuro previsible.
En mayo del 2018, el presidente Trump se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear negociado por su predecesor en un momento en que Irán lo cumplía por completo. Cuando lo hizo, la Fuerza Quds y sus milicias asociadas en Iraq estaban luchando contra el Estado Islámico en coordinación indirecta con el ejército estadounidense. El Golfo Pérsico estaba en silencio.
Durante un año después de la retirada estadounidense del acuerdo nuclear, prevaleció el statu quo. Luego, en abril del 2019, el secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció lo que equivalía a un embargo a la exportación de petróleo iraní. Poco después, Irán pasó de la “paciencia estratégica” a la resistencia y las represalias. En Iraq, las milicias respaldadas por Irán comenzaron a lanzar cohetes hacia la Zona Verde y otros lugares donde se encuentran los estadounidenses. El 27 de diciembre, los cohetes mataron a un contratista estadounidense en Kirkuk, y Estados Unidos tomó represalias con ataques que mataron a dos docenas de miembros de la milicia en Iraq y Siria. Las milicias respaldadas por Irán respondieron con un intento de irrumpir en la embajada estadounidense en Bagdad en la víspera de Año Nuevo.
La situación actual es trágica. También es claramente el producto de una serie de errores estratégicos.
El general Soleimani se convirtió en enemigo después de que Estados Unidos invadiera al otro vecino de Irán, Iraq. Rechazó una oferta iraní para negociaciones de gran alcance y protegió a Mujahedeen Khalq, un adversario despiadado de Irán que había sido alimentado por Saddam Hussein. Por supuesto, al derrocar a Hussein, Estados Unidos abrió Iraq a la penetración profunda de iraquíes protegidos y preparados por Irán durante la guerra Irán-Iraq de 1980-88. Irán se convirtió en el jugador fundamental en Bagdad, aprovechando las elecciones libres, que previsiblemente llevaron al poder a sucesivos gobiernos que simpatizan con Teherán.
Beneficiándose de su nuevo acceso a Iraq, Irán ganó una ruta a Siria donde la Fuerza Quds organizó las fuerzas terrestres que, junto con el poder aéreo ruso, mantuvieron a Bashar al Asad, el gemelo malvado de Hussein, en el poder a través de ocho años de guerra civil. Trabajaron en conjunto con Hezbolá en el Líbano.
Matar a Soleimani no destruirá esta red de socios y representantes, pero les dará un nuevo y famoso “mártir” para vengarse.
El Gobierno Iraní anunció este domingo que dejará de cumplir en la práctica con las limitaciones impuestas a su programa atómico por el acuerdo nuclear del 2015. Una carrera iraní hacia una bomba incentivaría a otros en la región, como Arabia Saudí, a adquirir armas nucleares y elevar la posibilidad de un ataque militar preventivo contra las instalaciones iraníes por parte de Israel o Estados Unidos.
Pero los mayores perdedores serán los sufridos iraníes. El régimen iraní no caerá, pero será más despiadado que nunca, viendo conspiraciones estadounidenses contra él en cada esquina. El régimen durará más que el presidente Trump y, por desgracia, la devastación causada por sus acciones.
–Glosado y editado–
© The New York Times