Tenemos derecho a vivir sin miedo, pero todo derecho tiene una contraparte de la que no hablamos y es el deber.
El miedo genera ansiedad y una resistencia agresiva a lo que no entendemos. Por absurdo que parezca, lo que debería ser la consecuencia natural, que es la búsqueda del conocimiento para entender, ha sido reemplazado por la respuesta que reafirma nuestra posición.
Así hemos vivido los últimos 40 años, incapaces de ponernos en los zapatos del otro y entender los procesos históricos, juzgando a priori al que podía explicarlos o hacer el esfuerzo de mostrar otros ángulos.
Así se construyó una sociedad donde hay lados que no se miran y que cada vez están más lejos, se escuchan, leen, hablan y aplauden entre ellos; construyendo miradas del país que bloquean cualquier posibilidad de entendimiento y de buscar un ángulo que nos dé mayor visibilidad y unidad.
En esa dinámica perversa de negar violaciones a derechos humanos, contaminación, éxito empresarial genuino, heroísmo, sumada a la incapacidad del Estado de contar la historia con objetividad, de generar espacios de encuentro, de ejecutar el gasto público en todos los niveles con eficiencia, la dinámica se acentuó dejando nuevamente al medio a quienes fueron víctimas de la incapacidad del Estado de individualizar y sancionar actores en lo penal, ambiental, laboral, en la mala conducta empresarial.
A la víctima no la confundes ni le importa cuánto la califiques o denigres, los argumentos de negación solo la alejan de todo lo que el acusador representa. Esto incluye víctimas del período 1980 al 2000, pueblos indígenas y comunidades impactadas por la actividad extractiva, entre otros.
De otro lado el terrorismo aprovecha cada error para reescribir la historia y convertir a asesinos en símbolos.
Hoy tenemos el resultado de una elección en la que claramente un grupo respaldó el proceso que vivió el país con relación a las oportunidades y al desarrollo. En este grupo hay quienes somos conscientes de que eso no alcanzó a todos, para muchos no generó igualdad, justicia y un Estado de bienestar, a pesar de eso apostamos por enmendar en democracia y seguir siendo un país libre y próspero, pero también justo y solidario.
En este momento cuánto bien haría detenerse y pensar cómo enfrentar el miedo, cuánto bien haría que asumiéramos nuestra responsabilidad histórica para encontrar los espacios que nos unen y tener claro quién es el enemigo y a quién no se le puede dar ni espacio ni tregua.
Para que los terroristas sientan el desprecio de quienes no estamos dispuestos a darles tregua, tiene que parar la generalización, tenemos que entender que clamar justicia o igualdad de oportunidades no es sinónimo de ser de izquierda y que una izquierda democrática no es mala, aunque desde mi posición política combata sus ideas estatistas porque creo que solo empobrecen. Con diálogo y respeto podemos buscar puntos de encuentro.
Sin embargo con el terrorismo no hay nada que dialogar, entonces tenemos que aislarlos, no pueden ingresar al aparato estatal para hacerlo estallar, estudiemos la historia para que los casos que los revelan como lo que son sean públicos Lucanamarca, Soras, los ashánikas. Así las vidas que nos arrebataron serán honradas.
Cumplamos nuestro deber, unidos, sin miedo a nuestro proceso de mestizaje y a nuestra historia, unidos en lo que somos y contra el odio, la muerte y la miseria que generó y representa el terrorismo y cualquiera de sus formas e intentos de reeditarse. Toca hacer el trabajo fino de no arrinconar a aquellos a quienes no entendemos. Frente al miedo la esperanza.
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