Hasta hace unos días estábamos de acuerdo en lo impredecible y fragmentada que sería esta elección. Con la remontada final de Castillo y la distribución territorial del voto, la tentación a elaborar hipótesis enfáticas es grande. Y, sin embargo, el panorama es todavía incierto. A pesar del mapa teñido de rojo en las mismas zonas donde Humala granjeaba votos en sus mejores años, Castillo es un pigmeo comparado con el expresidente.
En general, más que elecciones presidenciales, estas parecen unas primarias en las que derechas e izquierdas han competido para ver quién les representa al final. Sumados, los votos de Castillo y Fujimori son menores al porcentaje de un candidato realmente popular. Para balancear, podemos decir que estamos frente a una elección donde se mantienen algunas dinámicas importantes pero distorsionadas por la fragmentación.
Una de las constantes en el análisis mediático es la “sorpresa” por el mal desempeño del “centro”. ¿Por qué, si el análisis político coincidía en el centrismo del electorado, las opciones centristas han sido derrotadas en esta elección? En simple, porque el diagnóstico estaba errado: Hay una diferencia sustantiva entre decir que las candidaturas de centro son favoritas y que el electorado peruano es, en promedio, centrista. Me explico.
Primero, aun cuando los electores se ubican en el centro, la evidencia sugiere que las opciones puramente centristas suelen no enganchar con la ciudadanía. Por el contrario, lo que valoran los ciudadanos es la moderación. Es decir, la capacidad de transitar desde un punto claro entre la izquierda o la derecha –para resumir groseramente– hacia el centro conforme avanza la campaña. Así, el “centro republicano” de hoy tenía las mismas chances de llegar a una segunda vuelta que el “frente de centro” del 2006.
En segundo lugar, hay un descrédito del centro. Las candidaturas centristas suelen distanciarse otras opciones al convertirse, muchas veces involuntariamente, en lo que la literatura llama “populismos de centro”. Es decir, en opciones políticas que reproducen las mismas dinámicas discursivas, pero en contra de los “políticos tradicionales ideologizados”. Esta opción fue claramente abanderada por el expresidente Vizcarra, cuya impopularidad pos-’Vacunagate’ ha terminado debilitando ese discurso.
En tercer lugar, la combinación de fragmentación en la oferta política y polarización discursiva ha sido fundamental para que las fuerzas políticas en contienda busquen consolidar nichos específicos. Con ello, los mensajes políticos han partido mayoritariamente desde trincheras a uno u otro lado del espectro, haciendo que los pocos discursos de centro terminen siendo ambiguos y poco creíbles. No solo eso, la polarización hace que opciones de centro como los Morados sean vistos como comunistas por unos y como derechistas a ultranza por otros.
Finalmente, las candidaturas de centro dependen, a falta de una definición ideológica clara, del componente reputacional del candidato. Es decir, cuánta confianza transmite el candidato como persona. Y lo que hemos visto es que los representantes del centro han sido muy limitados en ese sentido. Desde la pobreza carismática de Guzmán hasta los gruesos errores de Lescano y De Soto, las candidaturas del centro terminaron siendo caricaturas más que opciones realmente serias, abriendo espacio para la migración de votos hacia uno u otro lado del espectro.
El resultado es una segunda vuelta donde candidaturas extremas terminan enfrentándose. Así, el peso recae, una vez más, en el elector centrista, pero, sobre todo, en la capacidad de moderación. En las próximas semanas, no serán solo los electores quienes tengan que elegir a quién apoyar, sino también aquellas candidaturas que buscaron representar al centro. Así, finalmente, serán reveladas sus afinidades hacia uno u otro lado del espectro, no solo en lo económico, sino, sobre todo, en lo político y social.
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