La emergencia desencadenada por el coronavirus (COVID-19) en el Perú ha transformado, de la noche a la mañana, nuestros hábitos de trabajo. El aislamiento obligatorio decretado por el presidente Martín Vizcarra para frenar la propagación del virus ha dispuesto, a su vez, una inusual obligatoriedad de teletrabajo entre las compañías de casi todas las industrias del país.
La inesperada realidad sorprendió a gran parte de las empresas peruanas en plenos procesos –y encomiables esfuerzos– de transformación digital. La emergencia encontró a muchas de las organizaciones sin escenarios desarrollados a profundidad para acceder de forma remota a los correos electrónicos corporativos, con poco uso de información en la nube (cloud computing) y bajo empleo de softwares colaborativos. El retraso que muestra el Perú en la penetración del cloud computing frente a países de la región es un claro ejemplo del margen de mejora que aún existe.
La problemática local no gira en torno a grandes inversiones difíciles de asumir, sino básicamente a un cambio de mentalidad o profundización del digital mindset en nuestras organizaciones. Y es que, si bien los empresarios peruanos somos muy creativos e innovadores al hablar de tecnología, cuando se trata de remecer cimientos corporativos los procesos pueden volverse más lentos, menos innovadores.
Frente a esta situación, el Gobierno dio un importante primer paso al flexibilizar –con ciertos matices– la normativa que, hasta antes de la crisis, representaba un coto al posible despegue del teletrabajo en el Perú. Mientras la legislación existente antes de la emergencia obligaba a las empresas a dar equipos y acceso a Internet, y solicitaba hacer una visita física previa al futuro espacio en el cual se desarrollaría el trabajo remoto, la norma vigente flexibilizó de forma acertada esta última figura y deja ahora a elección de las compañías y empleados quién provee tanto el servicio de Internet como los equipos.
Este antes y después desencadenado por la emergencia se suma a un entorno de cada vez mayor penetración de dispositivos móviles: celulares, tablets o computadoras pequeñas desde las cuales se puede realizar un teletrabajo eficiente. Hoy el trabajo remoto no demanda computadoras poderosísimas o grandes inversiones como se creía en el pasado. Lo único indispensable es tener la convicción y un acceso estable a Internet.
Desde mi experiencia en Neo, donde apostamos desde hace tres años por el teletrabajo, puedo decir que se trata, sin duda, de una estrategia rentable. Un entorno tan cambiante como el actual nos demanda a los líderes repensar si el talento debe seguir siendo un activo físico en nuestras oficinas o si se trata, en realidad, de un activo dinámico presente en la innovación abierta, la colaboración entre empresas, la cocompetencia y la –no menos importante– contratación de trabajadores ‘freelance’ que puedan aportar valor a nuestros clientes desde diversas partes del mundo.
Nuestras compañías tienen hoy, como nunca en los últimos cuarenta años, la opción de tomar la emergencia desatada por el coronavirus como un idóneo punto de partida para acercarse al futuro de las prácticas laborales. Es un momento preciso para permitirse reevaluar el uso de sistemas o soluciones en la nube, la difusión de herramientas de trabajo colaborativo y el empleo del teletrabajo como una opción cada vez más relevante en el país.
Así, la crisis nos llama a analizar cómo nuestra organización crecerá en capacidades y competencias, en lugar de mirar el crecimiento de nuestras organizaciones en función del ‘real estate’ o de los metros cuadrados de las oficinas. Si conseguimos liderar ese cambio, marcaremos la diferencia en un futuro en el cual, como vemos, los activos físicos pueden constituir un peso lo suficientemente grande para colapsar compañías al cabo de solo unas semanas.
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