El presidente Vizcarra tenía dos balas de plata en su cacerina cuando nos sorprendió esta crisis mundial. No la ha causado él, por supuesto, ni puede ser responsable por la infraestructura de salud con la que nos agarró mal preparados.
La primera bala se la gastó en una cuarentena que empezó oportunamente pero fracasó. Debieron ser tres semanas malditas de encierro total. No se supo o no se pudo. Es fácil decirlo ahora. Lo cierto es que la estrategia falló y ahora estamos dando tumbos entre reglas absurdas y confinamientos erráticos.
La bala que le queda tiene que usarla para matar, o al menos herir, a la burocracia. Nada de eso se respira en sus alocuciones cotidianas. Sigue concentrado en el mal comportamiento nacional y, más recientemente, en construcciones enigmáticas, como la “nueva convivencia social”.
Con todo lo grave y terrible que hemos pagado y tendremos que pagar en vidas y sufrimiento, la catástrofe económica que estamos incubando nos costará más, mucho más. Medida en idénticos términos: vidas y sufrimiento.
El encuadre mental del Gabinete actual ya no sirve. Tenemos un primer ministro apto para la flotación, propio de un Perú normal, es decir, pasmado. Necesitamos un gabinete de guerra.
Estamos ahogados en obstáculos y mutaciones cuando se necesitan decisiones radicales. Un ejemplo: prohibido reducir sueldos o adelantar vacaciones. Nada de suspensiones perfectas. Con el agua en el cuello, se permitieron. Requisito: haber intentado antes reducciones de sueldo o adelantos de vacaciones.
Restauranteros, inviertan en su propia flota. Solo pueden funcionar los grandes. Pensándolo bien, la flota propia pueden guardarla, vengan los Rappis y Glovos. Y bienvenidos los pequeños. Entre una cosa y la otra se inventó una “focalización territorial”: un restaurante ficho podía despachar y otro más modesto, en la misma cuadra, no. Una idea de “territorio” bien extraña.
Ahora es el frenesí de los registros y protocolos. Si todos los vendedores de zapatos pueden hacer e-commerce, ¿para qué se tienen que registrar en Produce? ¿No tienen ya su licencia de funcionamiento?
El Plan COVID-19 hay que “subirlo” a la web del Minsa. Lo cierto es que nadie ha visto un Plan COVID-19, ni cuántas páginas tiene, ni si lleva fotos, esdrújulas o proverbios. ¿Por qué no publican la lista de las 10 cosas más importantes que cumplir y la gente firma una declaración jurada?
Bajo el manto de la declaración de emergencia, el Gobierno ha creado una capa espantosa de barreras burocráticas que Indecopi debería estar denunciando, en lugar de soñar con controlar precios. Se han suspendido algunas garantías constitucionales, pero no el íntegro del orden jurídico.
Más allá de eso, se requieren arrojo e imaginación. Autorizaciones relámpago para construir; contratos de trabajo con prestaciones reducidas; excepciones al sueldo mínimo; cambios de giro automáticos, y toneladas de declaraciones juradas con fiscalización ex post.
¿Qué podemos perder? Seguramente habrá un porcentaje de vivos que le saquen la vuelta al sistema. Algunos constructores harán departamentos mal ventilados. Algunos empresarios abusarán de sus trabajadores. Algunos bazares venderán licores.
Muchas de esas cosas se corregirán con el tiempo y otras quedarán permanentes. Un precio relativamente menor si logramos atenuar la mitad, la tercera o la cuarta parte del hambre, la desesperación, la enfermedad y la pobreza que caerá irremediablemente sobre nosotros si el presidente Vizcarra decide no cambiar de sistema mental en el cortísimo plazo. Como dicen en los cuarteles, la guerra es mañana.