Los resultados de las encuestas de opinión pública sobre las preferencias electorales a menos de tres meses de las elecciones presidenciales y parlamentarias arriban a una sola conclusión: la desafección de los ciudadanos con la política es alta, a tal punto que no hay ningún candidato favorito con más de 20% de intención de voto y, en general, los niveles de indecisión en el voto son sumamente elevados. ¿A qué se debe este fenómeno?
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Hay que señalar, en primer lugar, que ya teníamos este fenómeno en forma previa. Un importante sector de ciudadanos –en promedio, entre 60 a 70%– no se informaba adecuadamente sobre la política nacional. Esto se debe a varios factores: falta de tiempo o recursos para acceder a medios de comunicación, poca importancia debido a que se considera –sobre todo en los estratos más altos y más bajos en términos socioeconómicos– que el Estado está al margen de sus vidas y una creciente desconfianza en todos los políticos.
Esta desconfianza ha aumentado aún más en los últimos años. Los casos de corrupción que han afectado a nuestro país –sobre todo, Lava Jato y Club de la Construcción– se han sumado a cuestiones más cotidianas, en las que funcionarios públicos en contacto directo con los ciudadanos piden sobornos para facilitar trámites. Dado que esta situación se ha vuelto en costumbre nacional, en todos los sectores de la administración pública, el ciudadano desconfía mucho que esta situación vaya a variar.
Un componente coyuntural con características estructurales es la pandemia. De un lado, la situación actual, en la que los contagios se han incrementado, generará mayores restricciones a campañas electorales presenciales, por lo que el contacto directo con los candidatos será muy difícil, por no decir imposible. A ello sumen las distintas brechas por las que muchos ciudadanos no necesariamente acuden a las redes sociales para informarse, a lo que se añade las propias cámaras de eco que estas empresas digitales generan con sus algoritmos. De otro lado, porque la pandemia nos ha puesto de manifiesto una serie de carencias en el Estado que enfatizan el clima de desesperanza general en el que nos hemos movido en el último año.
Finalmente, un factor que no ayuda a la atracción por una candidatura en particular es que ninguno de los postulantes a la presidencia de la República ha generado un discurso que enfatice con las demandas antes señaladas: salud, economía, lucha contra la corrupción y mejora del Estado. Por el contrario, los discursos políticos, sobre todo en las entrevistas, apuntan a mensajes que buscan captar electores suficientes para pasar la valla electoral o pasar a segunda vuelta, sin que se tenga una imagen nacional clara.
Aunque, intuitivamente, los candidatos crean que esto es suficiente, a esta altura parece no serlo tanto. Es momento que comiencen a tomar riesgos y generar una imagen que le devuelva algo de crédito a la política. De lo contrario, esta desafección nos puede generar aún más problemas que los vividos en los últimos años.
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