“Ya dime, en serio, ¿cuál es el número real?” es una pregunta que cualquiera que haya trabajado en encuestas ha escuchado en algún momento. La duda, la perspicacia, la necesidad de apoyar las creencias propias, nos hace muchas veces considerar que los datos que las encuestadoras presentan son irreales, inflados y a gusto del que paga por ellas. Hay una serie de clichés y malinformación sobre las encuestas que ensombrece su alcance.
Lo cierto es que desde el lado de la oferta tampoco se ha sido todo lo prolijo que se puede ser y pese a la regulación que el JNE ejerce, en época electoral aparecen muchas encuestadoras poco rigurosas, con poco sustento técnico y con una clara intención comunicacional: situar algunos candidatos por encima.
Las encuestas –bien hechas– buscan representar una realidad. Ofrecer una imagen directa de lo que la opinión pública piensa y hacer notar cómo se ha ido moviendo esa misma imagen en el tiempo (tendencias). Para eso levanta la opinión de un conjunto de personas que se seleccionan al azar y que se distribuyen en un territorio dado. Todos estos procesos usando metodologías objetivas y conocidas. Nada más. Una encuesta no busca convencer, no busca predecir ni busca responderle a otra encuesta.
Por lo tanto, los cambios de opinión que las encuestas reflejan y revelan, especialmente en este último proceso electoral, responden a una opinión pública variable, cambiante, que se va manifestando a través de ellas. Una encuesta transmite lo que va ocurriendo y lo que se va poniendo de manifiesto en un momento.
En estas elecciones hemos tenido una lucha por el primer lugar muy variada. Primero Forsyth cuando la campaña no calentaba, luego Lescano y en los últimos 10 u 11 días el fenómeno Castillo. Era fácil entender que por ejemplo en los dos primeros casos se trataba de un reacomodo de la preferencia pero sobre una misma base de personas. Era claro que todo se movía en torno a los mismos votantes y que había un colchón de indecisos que recién resolvió sus dudas la última semana. Por eso es tan relevante comprender el momento y el espacio en el que se desarrolla una encuesta. Tuvimos un tercio de indecisos, según recogió Ipsos, IEP y Datum hasta pocos días antes de la elección.
Lo cierto es que en estos momentos, los electorales, aparecen más “encuestadoras” de las que podemos ver en otros momentos. Extrañamente aparecen y son grandilocuentes: muestras gigantescas, coberturas enormes, recursos infinitos.
Aparecen así encuestas a destajo y con justa razón la opinión pública discute y se asombra. Porque se les da difusión y hay poca discusión sobre sus alcances. Si la medición de la opinión pública es una herramienta que la democracia utiliza, la existencia de encuestas y empresas falsas atenta contra esa herramienta de modo importante.
Buen momento también para decirle a todos los candidatos que salieron a decir: “esa encuesta es pagada”, que todas los son. No conozco quién lo haga gratis. Y quien lo diga, miente. Una encuesta es cara y no paga la inversión.
La mejor forma de probar que una empresa encuestadora es seria y va a ofrecer una encuesta con información confiable es el contraste que puede hacer con base en la experiencia. Por el tiempo que lleva en distintos asuntos de opinión pública. Porque no vive de las encuestas de opinión pública. Y porque no solo aparece en tiempo electoral.
Eso no quiere decir que no urja conversar sobre cómo regular más el tema. Claramente el JNE dispone de filtros insuficientes y el gremio no da señales de querer generar mecanismos comunes. Mientras tanto, la sombra de incredulidad sobre las encuestas seguirá siendo alta.
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