"Tratar de esquivar esa maldición debe ser un objetivo prioritario por el bien de nuestra democracia y gobernabilidad".
"Tratar de esquivar esa maldición debe ser un objetivo prioritario por el bien de nuestra democracia y gobernabilidad".
/ LUIS GONZALES
Renzo Mazzei

¿Qué nos puede garantizar a los peruanos y peruanas que el próximo gobierno dure cinco años? ¿Qué nos puede asegurar cierto clima de estabilidad política? Son algunas preguntas que muchos se harán por estos días, y que a raíz de los últimos sondeos de opinión volvemos a tener esa sensación de desánimo al ver en el futuro cercano un posible país ingobernable y polarizado políticamente.

Desde la recuperación de la democracia en el 2001 hasta el Gobierno de , uno de los pocos valores del que podíamos enorgullecernos en el Perú era el respeto a los períodos presidenciales. Pese a las crisis políticas de siempre, los gobiernos se mantuvieron durante los cinco años para los cuales fueron elegidos. Ha sido, sin duda, el período de sucesión democrática más largo en la historia de nuestra República. Sin embargo, en el fondo se apreciaba un factor del que pocos llamaron la atención: todos los partidos políticos que pasaron por el Gobierno entre el 2001 y 2021 terminaron prácticamente borrados del mapa político nacional.

Desde (2001-2006), pasando por el mismo (2006-2011), hasta el (2011-2016) y el mismo Peruanos por el Kambio (2016-2018), todos tienen hoy un presente desolador tras su experiencia palaciega. La maldición de los partidos políticos que llegaron al Gobierno en el Perú no perdona ni siquiera la antigüedad o tradición. Ataca a todos, partidos con años de práctica política y líderes históricos o movimientos pensados solo para una elección. Y este factor, particularmente muy peruano, si lo comparamos con la región latinoamericana, responde principalmente a dos aspectos: la crisis en la construcción de partidos que respondan a las nuevas necesidades y exigencias ciudadanas, y el incremento en la desafección política que precisamente aleja con el tiempo al ciudadano de sus representantes políticos. Las movilizaciones con el discurso “que se vayan todos” es un ejemplo a esta sensación ciudadana.

Al día de hoy, vemos con posibilidades a un eventual gobierno a un partido tradicional (), partidos relativamente nuevos con experiencia parlamentaria reciente (, , Somos Perú, Podemos y Partido Nacionalista, UPP) y otros tantos partidos armados exclusivamente para la lid electoral. La posibilidad de que la tendencia de los primeros 20 años de este siglo se repita para los partidos que logren llegar al Gobierno podría ser, en principio, alta, debido a que también la representación parlamentaria para el próximo periodo parece augurar un panorama ultra fraccionado. No obstante, todos se muestran dispuestos a asumir ese riesgo, tal vez como una habitual mirada cortoplacista de lo que significa llegar al poder.

Tratar de esquivar esa maldición debe ser un objetivo prioritario por el bien de nuestra democracia y gobernabilidad. Es decir, lograr que el partido político triunfante en la elección presidencial pueda sentar bases mínimas para su permanencia –post Palacio de Gobierno– en la política nacional de manera influyente y no quedarse como aparato político que se extinga en el tiempo. Algunos entendidos señalan que la reelección presidencial inmediata permitiría cierta estabilidad política en los partidos de gobierno. Sin embargo, más allá de esa posibilidad, en las condiciones actuales, la proyección del partido oficialista debe considerar un futuro en el que no cuente ser gobierno. Y eso, sin duda, es un reto de construir estabilidad al interior, y no solo al exterior donde las papas siempre queman.

Hilvanar diálogos y coaliciones concretas sobre acuerdos mínimos. Es el desafío del futuro o futura presidente. Y nosotros, los electores, debemos evaluar este factor el 11 de abril si no queremos un país cortoplacista políticamente.

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