Castillo representa al “Perú que hemos ignorado”. Lo ignoramos siempre, cada cinco años, nos asustamos y sudamos frío mientras nos tomamos un gin tonic y después lo volvemos a ignorar hasta la siguiente elección. ¿Cómo despuntó Castillo? Fue detenido en Mazuco, Madre de Dios, en los primeros días de marzo del 2021 por incumplir el distanciamiento social, mientras sostenía una reunión con sus simpatizantes, y ahí algo cambió. Rápidamente movilizó su aparato organizacional, mientras Vladimir Cerrón –su socio político en Perú Libre– denunció que el acto era antidemocrático. Corrieron los videos y las noticias por las radios de toda la sierra central y sureña, mostrándolo como alguien perseguido por los poderes fácticos que no querían un auténtico cambio en el país. Lo que para otros sería una imagen fatal, para Castillo fue el momento que activó el dominó político que lo colocaría en segunda vuelta.
Lo han acompañado la virtud y la fortuna, como diría Maquiavelo. Virtud, porque en una campaña endemoniadamente centralista, apostó por una estrategia territorial y rural, con un respaldo logístico gigantesco: las facciones del magisterio y las rondas campesinas que lo apoyaban. Fortuna, porque la moderación del discurso político de sus competidores en la izquierda, la detención en Mazuco colocándolo como un líder perseguido y la guerra entre los minúsculos cabecillas de la campaña, permitieron que él se apropiara del concepto “voluntad popular”. Repetía sin descanso que él no cambiaría la Constitución ni elegiría a los magistrados del Tribunal Constitucional, que eso lo haría el pueblo.
Con certeza le quitó votos a Mendoza y a Lescano. Alcanzaría más votos que Goyo Santos en el 2016, pero en ningún escenario lo imaginamos liderando. Castillo ha conseguido crecer vertiginosamente en los últimos 15 días. Sabíamos que tendría un gran apoyo en la sierra central radicalizada, en especial desde el gobierno de Vladimir Cerrón. Pero sin Mazuco, la escena estaría incompleta. Las radios cumplieron un papel fundamental en comunicar su mensaje reivindicatorio, pero sin la narrativa de la persecución, quizá no hubiera despegado. El debate nacional lo hizo más visible y su muy buen desempeño en las entrevistas políticas nacionales, donde jamás retrocedió un paso en su propuesta, mostró un candidato firme. Lo tomas o lo dejas. No disimuló jamás las respuestas al punto de dejar mudos a sus entrevistadores que esperaban que matice y modere su discurso, como lo hacen todos los políticos en entrevistas nacionales. Él no matiza.
Contra toda disposición recomendada, realizó una campaña tradicional: la plaza y el mitin en las ciudades. Hasta parecía desafiar a las autoridades. Ocupaba la plaza hasta que llegaba la policía y luego se retiraba protegido por sus simpatizantes. Una guerra de guerrillas en política. Jamás le tuvo miedo a ser detenido, quizá porque como dirigente magisterial lo han detenido tantas veces que ha aprendido a convivir en los márgenes de la legalidad sin inmutarse. Cuando tuvo los distritos rurales se volcó por las principales ciudades del centro y terminó cerrando campaña en Lima. Del campo a la ciudad.
Yo no necesito disfrazarme para la campaña, aclaró en varias oportunidades. Profesor de escuela rural, dirigente sindical, líder de esa izquierda “extraoficial”, como la bautizó León Moya, acusó a Mendoza de ser una oportunista que solo visita regiones para conseguir votos. Son los traidores burgueses progresistas que se han olvidado de la defensa del pueblo. Ni su oposición al aborto ni al enfoque de género lo avergüenzan. Por eso sorprende que algunos periodistas insistan en preguntarle tozudamente sobre estos asuntos creyendo que revelarán una debilidad. ¿Cómo le irá en una segunda vuelta? La segunda vuelta es un caballo más difícil de montar, es chúcaro, pero parece que a Castillo ni los caballos chúcaros lo asustan, no es un jinete que se baje del caballo. ¿Sacrificará la presidencia por un caballo y firmará una hoja de ruta? No lo sabemos.
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