Este mes se celebró el Día Internacional de Lucha contra el Acoso Escolar o ‘bullying’. A raíz de ello, he leído en las noticias algunas cifras y varios comentarios, sobre todo referidos a casos de extrema violencia que resultaron en hospitalizaciones e incluso en la penosa muerte de niños o adolescentes. Pero más allá de la cobertura reciente que se le ha dado al tema, quisiera comentar dos puntos concretos sobre los cuales pienso que falta una mayor discusión.
Primero, a pesar de las preocupantes cifras mostradas, aún persiste la idea de que el ‘bullying’ sigue siendo un problema de pocos, de algunos niños o adolescentes que son víctimas de sus compañeros. Este pensamiento está equivocado y, probablemente, se explique debido a que el ‘bullying’ es un fenómeno altamente invisible.
Los casos que aparecen en las noticias son ciertamente los más extremos. Pero la mayoría de veces la violencia es verbal (o a través de redes sociales) y psicológica, no física. Por ello puede pasar inadvertida por profesores y padres de familia. Esto último se suma a que tanto las víctimas de este tipo de violencia como sus compañeros tiendan a callar. El ‘bullying’ es como un fantasma difícil de detectar.
En una investigación en proceso, elaborada junto a Oswaldo Molina de la Universidad del Pacífico y a Hugo Ñopo de Grade, encontramos que alrededor del 70% de estudiantes de primero y segundo de secundaria en escuelas públicas reporta haber experimentado algún tipo de violencia por parte de sus compañeros. Y casi el 30% de estudiantes reporta síntomas que podrían ser indicativos de depresión. Sin duda, estas cifras no son fáciles de digerir.
Segundo, el fantasma del ‘bullying’ puede perseguir a las personas aun en su vida adulta. Hagamos un pequeño ejercicio. Tratemos de recordar aquellos compañeros de nuestra época escolar que eran las víctimas usuales de burlas e insultos, aquellos a los que agarraban ‘de punto’ o ‘de lorna’. Y ahora pensemos en cómo les ha ido en la vida luego del colegio. Probablemente, a algunos no les haya ido tan bien.
Es imposible no preguntarse hasta qué punto esa experiencia negativa en la escuela fue determinante para esas personas. Probablemente lo fue bastante. Recientes estudios confirman que los efectos del ‘bullying’ no se terminan al graduarse del colegio, sino que pueden acompañar a las personas por el resto de sus vidas.
Por ejemplo, el profesor Miguel Sarzosa, de la Universidad de Purdue en Estados Unidos, ha encontrado que el ‘bullying’ reduce las habilidades no cognitivas (la capacidad para relacionarse con otras personas, la perseverancia, la motivación, el autocontrol, etc.). Las habilidades no cognitivas pueden ser tan o más importantes que las cognitivas (el conocimiento) para la educación y el trabajo, y se adquieren principalmente durante la niñez y adolescencia (aún no hay consenso sobre qué tanto se pueden modificar en la adultez).
Quizá por ello otros investigadores han encontrado evidencia de que el ‘bullying’ en las escuelas afecta negativamente la asistencia a la universidad y los ingresos futuros en el mercado laboral. Y ese es solo un ejemplo.
El Ministerio de Educación viene trabajando desde hace varios años en encontrar maneras de reducir el ‘bullying’ y mejorar la convivencia en las escuelas. Un ejemplo es el portal www.siseve.pe, que sirve para denunciar casos de violencia escolar. Sin embargo, también es importante que todos tomemos conciencia de la verdadera magnitud del problema y de sus posibles consecuencias a largo plazo, y que pensemos en cómo podemos actuar para cambiar esta situación desde nuestros distintos roles; ya sea como padres, familiares, educadores, funcionarios o políticos.