"La guillotina de papel", por Jean Maninat
"La guillotina de papel", por Jean Maninat
Redacción EC

JEAN MANINAT

Analista internacional

Los gobiernos de corte autoritario y los que aspiran a serlo siempre le han temido al papel. Por extensión han detestado los lápices, las plumas, los pinceles, los carboncillos, las imprentas, las máquinas de escribir y todos aquellos utensilios que sirvan para hacer de una hoja de papel un vehículo para expresar libremente una opinión distinta o disidente de la verdad oficial. Un simple y rústico dazibao era temido por las autoridades chinas casi tanto como al propio Tío Sam. El Internet –el dazibao de la posmodernidad– es perseguido y acorralado siempre en nombre de la salud de la sociedad. Junto al Twitter –esa honda de David de nuestros días– han constituido unas formidables herramientas en la lucha por la libertad y la democracia que se ha dado en los últimos años.

Pero por alguna razón atávica (quizá el impacto de la Biblia impresa de Johannes Gutenberg, al menos en Occidente), la palabra impresa produce las más grandes veneraciones y los más agudos aborrecimientos. Lenin comprendió temprano la fuerza de la imprenta y del papel y fundó “Pravda”, que luego Cuba imitaría con “Granma”: una correa de sumisión del partido, hecha de hierro y materia vegetal. 

Los grandes y legendarios periódicos del mundo democrático fueron un potente instrumento para el avance y culturización de las sociedades democráticas. ¿Quién no recuerda la célebre investigación periodística del Caso Watergate que realizaron dos periodistas de “The Washington Post”: Carl Bernstein y Bob Woodward, que luego produjo la renuncia del entonces todopoderoso presidente Nixon? O la otra cara de la moneda: el ciudadano Kane y sus maquinaciones visto bajo el lente cirujano de Orson Welles. Sea como sea, con sus yerros y aciertos, el periodismo libre es un nutriente básico de la democracia y de la libertad.

En Venezuela, tras 15 años de acorralar e intimidar a los medios de información independientes, el gobierno continúa su labor de zapa para irles restando oxígeno y espacio. El difunto presidente Hugo Chávez le retiró la licencia en el 2007 a Radio Caracas Televisión, una institución de largo abolengo que acompañó la transformación de la sociedad y fue un punto de referencia para varias generaciones. Luego vendrían circuitos de radio nacionales, pequeñas emisoras en el interior del país, diarios y revistas, hasta finalizar con la reciente venta de Globovisión y la Cadena Capriles (un conglomerado de publicaciones impresas) a empresarios supuestamente allegados al régimen. Lo que queda independiente tiene que hablar con la sordina de la autocensura mitigándole la voz. La oposición democrática está cercada por esa “cortina de silencio” y a duras penas hace escuchar sus opiniones en los medios que todavía se atreven a publicarlas.

Con motivo de la crisis económica y financiera a la que ha conducido la incompetencia del gobierno, la amenaza se acrecienta sobre la prensa escrita. La mayoría de los setenta periódicos que quedan en el país encuentra trabas para comprar papel (algunos ya han cerrado), ya que el gobierno no les asigna las divisas necesarias y los inventarios son escasos.

Es un giro más a la tuerca autoritaria que maneja el gobierno. Sobre la libertad de expresión en Venezuela se cierne la sombra de una guillotina de papel.