La conocí en 1987 al ser elegido decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima. Ella era rectora, una gran lectora y poseedora de una cultura que exhibía siempre en su amena y larga conversación. Tenía un carácter enérgico que era oportuno para ejercer su autoridad.
Gracias a su colaboración, logramos juntos poner a la facultad en el más alto nivel del país, al lado de la Católica, con el concurso de distinguidos catedráticos de ese centro de estudios como Osterling y Avendaño, quienes alternaban con los que veníamos de San Marcos, los propios que se formaron en la de Lima y los egregios profesores León Barandiarán, Alzamora Valdez y Rodríguez Pastor. Al inmenso prestigio de la facultad, también contribuyeron sustancialmente los congresos internacionales organizados por nuestro profesor honorario Carlos Fernández Sessarego, quien congregó en sendos certámenes a más de 150 distinguidos juristas para que se explayaran en sus áreas correspondientes.
Cuando en 1995 hube de organizar como presidente de Prolírica el concierto de Luciano Pavarotti, ofrecí a mis colegas del Consejo Universitario entradas para el acontecimiento cultural que congregó a más de 20.000 personas. Ilse hizo un llamado a los concurrentes diciéndoles que así se construía un país como se forma una universidad: con esmero, dedicación y entrega, y “no considerando al trabajo como enemigo, hecho por Dios como castigo”, como reza la famosa guaracha de la Sonora Matancera.
Ya teníamos como profesor honoris causa a Mario Vargas Llosa, que fue un logro absoluto de la gestión de Ilse Wisotzki. Y juntos laureamos después a Fernando Belaunde, Mijail Gorbachov, Lech Walesa y Javier Pérez de Cuéllar, en nutridas ceremonias de incorporación en las que me tocó pronunciar el discurso de orden.
En 1999 Ilse me pidió que asumiera el rectorado al término de su período. Le dije que con el mayor gusto aceptaba ser su vicerrector, pues la responsabilidad profesional que desempeñaba no me permitía asumir el cargo máximo. Y así la acompañé cinco años más. En ese período, hablé con el ministro de Educación para que le otorgaran las Palmas Magisteriales en grado de Amauta, honor que le confirió y quedó complacida.
En una ocasión recibimos la invitación del Departamento de Estado de Estados Unidos para hacer un periplo por las más importantes universidades del este de ese país. Visitamos MIT, Harvard y Boston University. Fuimos a Yale y en Nueva York a Columbia, impactándonos al subir la escalera principal el retrato de Eisenhower, cuando presidía dicha universidad antes de ser presidente. En Washington fuimos a Georgetown y a la Corte Suprema, donde aprendimos que la puerta de entrada no era necesariamente la de salida, pues el 20% de las causas se resolvían antes de la sentencia, amén de los arbitrajes; ambos modos implementados después en el Perú.
Quiero recordar cuando constituimos el Consejo Consultivo presidido por Javier Pérez de Cuéllar e integrado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski, así como por Mario Brescia Cafferata, Luis Miró Quesada Valega, Raimundo Morales Dasso, Jaime Cáceres Sayán y Ramón Barúa Alzamora. A esa estatura llegó la universidad. Por supuesto, se puso énfasis en el mejoramiento de la enseñanza. Adiós, Ilse. Contigo terminó mi experiencia académica con la designación de profesor emérito que me otorgaste.
Cuando falleció el rector Antonio Pinilla, Ilse organizó una misa de cuerpo presente en el auditorio de la universidad oficiada por el cardenal Juan Luis Cipriani con una concurrencia numerosísima. Al perderla a ella, fuimos al cementerio algunas pocas personas de la universidad, sus amigos, su secretaria y su chofer para rendirle culto y acompañar a Desirée, su única hija. Saludo especialmente el aviso de la USMP en El Comercio y el artículo publicado por el decano de la Facultad de Derecho de la USIL. La universidad peruana no olvidará el trabajo inconmensurable de nuestra querida rectora.