En los últimos días se reavivó la discusión sobre el rol del Estado en la diversificación productiva (DP). Iván Alonso escribió recientemente un artículo que refleja el punto de vista de los incrédulos (“¡Viva la diversificación espontánea!”, 28 de abril del 2017).
Alonso dice, primero, que la DP no es necesariamente un objetivo digno de perseguir. Si el mundo quiere minerales debemos vendérselos. Cuando no los quiera, los recursos se reasignarán. Segundo, que la economía ya se ha diversificado. Y tercero, que la diversificación se ha dado espontáneamente, sin el Estado.
Su primer argumento asume que todos los recursos se asignan a su uso más productivo y que rápidamente podemos exportar nuevos productos. Como si descubrir nuevos rubros de exportación no tomara tiempo.
Su supuesto de perfecta asignación de recursos resalta lo falaz que es la contraposición minería/DP. Implica que todos los trabajadores tienen empleo formal. Las empresas grandes, al ser más productivas, crecerían a expensas de las mypes, que perderían trabajadores consistentemente. No habría casi mypes o informalidad.
Pero eso no ocurre. Tenemos 70% de informalidad. Nuestro sector moderno solo puede emplear una fracción de la PEA.
Precisamente porque no generamos suficiente buen empleo, contraponer minería con diversificación productiva es falaz. La minería ‘ancla’ la demanda doméstica, genera ingresos fiscales, importantes encadenamientos productivos y tecnología de punta. Es una locura estar en contra de ella.
Pero no podemos exigirle demasiada responsabilidad. El Instituto Peruano de Economía indicó en el 2012 que cada empleo directo en minería generaba nueve indirectos. Optimistamente, podría generar 2,4 millones de empleos, el 10% de nuestra población en edad laboral. ¿Qué esperamos para el 90% restante si no facilitamos la generación de empleo en otros sectores?
Debemos venderle al mundo todo el mineral que podamos en la medida en que sea sostenible. Pero hay muchos otros productos que podríamos exportar y no lo hacemos (por lo menos no lo suficiente).
Su argumento de que ya nos hemos diversificado es complaciente. No somos considerados por nadie ejemplo de diversificación. No tenemos ni 20 partidas de exportación no tradicional de más de US$200 millones (0,1% del PBI).
Es paradójico que use a la agroexportación como ejemplo de diversificación espontánea. Su despegue ocurre a partir del 2000, cuando se promulga la Ley de Promoción Agraria. En paralelo se fortaleció el Senasa. ¿Y los grandes proyectos de irrigación claves para el sector no son obra pública?
Los sectores donde nos ha ido mejor en los últimos 25 años son aquellos a los que el Estado les prestó algo de atención (minería y agroexportación). A aquellos que recibieron poca o nula atención (forestal, acuicultura, ganadería o minería no metálica) no les fue tan bien. No es casualidad.
Su tercer argumento ignora que el Estado ya interviene. Los acuerdos fitosanitarios para abrir mercados para la agroexportación los logra el Senasa, no Camposol. Para la acuicultura solo el Sanipes, no Acuapesca. Solo el Osinfor puede hacer las inspecciones sobre la legalidad de la madera, no Maderacre. El Ministerio de Transportes y Comunicaciones está a cargo de infraestructura esencial para el turismo. Si el Estado hará esas tareas, debe hacerlas bien.
Para que los sectores logren su potencial es importante identificar y eliminar las barreras a su crecimiento. De eso se trata la DP. Las barreras son a veces trámites excesivos. Pero no solamente. Los agroexportadores agradecerán simplificación administrativa, pero pedirán, además, que se fortalezcan el Senasa y el Instituto Nacional de Innovación Agraria, que se proteja el germoplasma nacional, que se continúen los proyectos de irrigación. Y obviamente que se extienda la ley de promoción.
Los incrédulos de la DP deben creer que ya resolvimos nuestros problemas de empleo y productividad. Viven con un marco ideológico divorciado de la realidad. Es necesario avanzar. La dicotomía minería/DP es falsa. El país tiene que trabajar para que todos sus sectores logren su potencial. La gente de a pie, la que sufre la falta de empleo, no debería seguir esperando.